¿DÓNDE QUEDA FÁTIMA?
Fátima es una parroquia situada en la diócesis de Leiría, perdida en uno de los contrafuertes de la Sierra de Aire, a 100 kms. al norte de Lisboa y casi en el centro geográfico de Portugal, Fátima tiene a su alrededor, en un radio de cerca de 25 kms., algunos de los monumentos más elocuentes y simbólicos de la historia portuguesa: el castillo construido por Don Alfonso Enríquez en Leiría, cuyas imponentes ruinas, altas murallas y fuertes y bellos torreones, se yerguen en la cumbre de una colina de 113 metros de altura; el grandioso Monasterio de la Batalla el cual, con sus amplios salones, soberbios arbotantes, pináculos y ornamentos, es ciertamente la más bella joya de la arquitectura medieval del país; el convento-fortaleza de Tomar, antiguo cuartel general de los templarios lusitanos y más tarde de la Orden de Cristo; no muy distante, circundada por murallas medievales y asentada sobre un cerro que domina la vasta planicie, la encantadora villa de Ourém, con sus estrechas y accidentadas laderas, ruinas góticas y lienzos de muralla del viejo castillo del señor feudal; por fin, construida en el austero y elegante estilo gótico, la gran abadía cisterciense de Alcobaça, una de las mayores de Europa que, en sus días de gloria fue centro de fervor religioso y de gran cultura, dando cabida a más de mil monjes. No muy distante de Fátima, hacia el océano, se encuentra el varias veces centenario pinar de Leiría, plantado por el rey Don Dionís en plena Edad Media. En el paisaje de la región predominan las colinas desnudas y pedregosas, salpicadas de encinas, viéndose aquí y allí pueblos de casas blancas, brillantes a la luz del sol y en los valles, algunos bosques de olivos, robles y pinos. Fue este escenario bucólico, tranquilo y denso en recuerdos, el escogido por la Madre de Dios para transmitir al mundo una de las más graves profecías de la Historia. Palabras venidas del Cielo, cargadas de advertencias, de misericordia y de esperanza.
Hoy Fátima es famosa en todo
el mundo y su santuario lo visitan innumerables devotos.
UN DOMINGO COMO LOS DEMÁS PARA LOS TRES
PASTORCITOS
Transcurría la primavera de 1917. La Primera Guerra
Mundial, la grande y sangrienta guerra de las naciones, hacía más de tres años
que extendía sus campos de batalla por casi toda la Tierra. Sin embargo, en
aquella luminosa mañana del domingo 13 de mayo, las calamidades y horrores de
la guerra parecían distantes para tres pastorcitos.
Se trataba de Lucía de
Jesús dos Santos, la mayor, con 10 años; Francisco y Jacinta Marto, con 9 y 7
años, respectivamente. Después de asistir a Misa en la iglesia de Aljustrel,
caserío de la parroquia de Fátima, donde residían, salieron en dirección a la
sierra y allí juntaron su pequeño rebaño de ovejas castañas y blancas. Lucía,
al escoger el lugar de pastoreo para el día, dijo con aire de mando:— Vamos a
las tierras de mi padre, en la Cova de Iría (Cueva de Irene). Obedeciendo, los
otros pusieron en marcha las ovejas, y allí fueron los tres atravesando los
matorrales que cubrían la Sierra de Aire. Los animales iban arrancando lo que
encontraban a su alcance, y sus cencerros sonaban tristes en el silencio de la
mañana clara. Era un bello domingo ese 13 de mayo, ¡mes de María! En el cielo
límpido y translúcido, el sol se mostraba en todo su esplendor.El tiempo había
pasado sereno y entretenido. Los pastorcitos ya habían comido su merienda,
compuesta de pan de centeno, queso y aceitunas; habían rezado el Rosario, junto
a un pequeño olivo que el padre de Lucía había plantado por allí. Cerca del
mediodía, subieron a una parte más elevada de la propiedad y comenzaron a
jugar…
PRIMERA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Súbitamente, en medio de su inocente recreo, los
tres niños vieron como una claridad de relámpago que los sorprendió.
Contemplaron el cielo, el horizonte y, después, se miraron entre sí: cada uno
vio al otro mudo y atónito; el horizonte estaba limpio y el cielo luminoso y
sereno. ¿Qué habría pasado? Pero Lucía, siempre con cierto tono imperativo,
ordenó:— Vengan, que puede venir una tormenta. — Pues vamos, dijo Jacinta. Juntaron
el rebaño y lo condujeron descendiendo hacia la derecha. A medio camino entre
el monte que dejaban y una encina grande que tenían delante, vieron un segundo
relámpago. Con redoblado susto, apresuraron el paso continuando el descenso.
Sin embargo, apenas habían llegado al fondo de la «Cova» cuando se pararon,
confusos y maravillados: allí, a corta distancia, sobre una encina de un metro
y poco de altura, se les aparecía la Madre de Dios.
Según las descripciones de
la Hermana Lucía, era «una Señora vestida toda de blanco, más brillante que el
sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de
agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente». Su semblante
era de una belleza indescriptible, ni triste ni alegre, sino serio, tal vez con
una suave expresión de ligera censura. ¿Cómo describir con detalle sus trazos?
¿De qué color eran los ojos y los cabellos de esa figura celestial? ¡Lucía
nunca lo supo decir con certeza! El vestido, más blanco que la propia nieve, parecía
tejido de luz. Tenía las mangas relativamente estrechas y el cuello cerrado,
llegando hasta los pies que envueltos por una tenue nube, apenas se veían
rozando la copa de la encina. La túnica era blanca, y un manto también blanco,
con bordes de oro, del mismo largo que el vestido, le cubría casi todo el
cuerpo. «Tenía las manos puestas en actitud de oración, apoyadas en el pecho, y
de la derecha pendía un lindo rosario de cuentas brillantes como perlas, con
una pequeña cruz de vivísima luz plateada. [Como] único adorno, un fino collar
de oro reluciente, colgando sobre el pecho y rematado casi a la altura de la
cintura, por una pequeña esfera del mismo metal». Lo que ocurrió a continuación
es así relatado por la Hermana Lucía: «Estábamos tan cerca, que quedábamos
dentro de la luz que la cercaba, o que irradiaba. Tal vez a un metro y medio de
distancia, más o menos. Entonces, Nuestra Señora nos dijo:— No tengáis miedo,
no os haré mal.— ¿De dónde es Vuestra Merced? le pregunté.— Soy del Cielo.—¿Y
qué quiere de mí Vuestra Merced?— Vengo a pediros que volváis aquí durante seis
meses seguidos, los días 13 y a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo
que quiero. Y volveré aquí aun una séptima vez. —¿Y yo también voy a ir al
Cielo? — Sí, irás. —¿Y Jacinta? — También. —¿Y Francisco? — También, pero tiene
que rezar muchos rosarios. Me acordé entonces de preguntar por dos niñas que
habían muerto hacía poco. Eran amigas mías y [frecuentaban] mi casa [para]
aprender a tejer con mi hermana mayor. —¿María de las Nieves ya está en el
Cielo?— Sí, está. ¿Y Amalia? —Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo.
¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que os quiera
enviar, en reparación por los pecados con que Él es ofendido, y en súplica por
la conversión de los pecadores? —Sí, queremos. —Vais, pues, a tener mucho que
sufrir, pero la gracia de Dios será vuestro consuelo. Fue al pronunciar estas
últimas palabras 'la gracia de Dios, etc.', cuando abrió las manos por primera
vez, comunicándonos una luz tan intensa, como el reflejo que de ellas procedía,
que, peñerándonos en el pecho y en lo más íntimo del alma, nos hacía vernos a
nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más claramente que como nos vemos en
el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso interior también comunicado,
caímos de rodillas y repetimos interiormente: Oh, Santísima Trinidad, yo te
adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento. Pasados los
primeros momentos, Nuestra Señora añadió: —Rezad el Rosario todos los días para
alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra. Enseguida comenzó a elevarse
serenamente, subiendo en dirección al naciente, hasta desaparecer en la
inmensidad de la distancia. La luz que la circundaba iba abriendo un camino en
la obscuridad de los astros, motivo por el cual alguna vez dijimos que vimos
abrirse el Cielo». Después que la Aparición se eclipsó en la infinitud del
firmamento, los tres pastorcitos permanecieron silenciosos y pensativos,
contemplando durante un largo rato el cielo. Poco a poco, fueron despertando
del estado de éxtasis en que se encontraban. A su alrededor, la naturaleza
volvió a ser lo que era. El sol continuaba fulgurando sobre la tierra, y el
rebaño, esparcido, se había echado a la sombra de las encinas. Todo era quietud
en la sierra desierta. La celestial Mensajera había producido en los niños una
deliciosa impresión de paz y de alegría radiante, de frescura y libertad. Les
parecía que podrían volar como los pájaros. De cuando en cuando, el silencio en
que habían caído era interrumpido por esta jubilosa exclamación de Jacinta:—
¡Ay, qué Señora tan bonita! ¡Ay, qué Señora tan bonita! En ésta, como en las
demás apariciones, la Virgen Santísima habló sólo con Lucía, mientras que
Jacinta solamente oía lo que Ella decía. Francisco, sin embargo, no la oía,
concentrando toda su atención en verla. Cuando las dos niñas le relataron el
diálogo arriba transcrito, y la parte que se refería a él, se llenó de gran
alegría. Cruzando las manos sobre su cabeza, el niño exclamó en voz alta:— ¡Oh,
Señora mía! ¡Rosarios digo cuantos queráis! Los pastorcitos se sentían otros.
Sus almas estaban ligeras y alegres.Ya los envolvían las penumbras del
atardecer, mientras en la sierra se oían los ecos de las campanas tocando el
Ángelus. Recogiendo sus ovejas, los tres niños abandonaron aquel sitio bendito.
En el silencio del anochecer, que iba cubriendo las sierras, «se oía el sonido
ronco del cencerro, y los pasos menudos del rebaño, camino abajo, eran como
llovizna de verano en hojas secas...»
SEGUNDA APARICIÓN: 13 DE JUNIO DE 1917
El día señalado para la segunda aparición, los videntes se encontraron en Cova de Iría, donde ya se aglomeraban cerca de 50 curiosos, entre hombres y mujeres. Inmediatamente antes de que Lucía hablase con Nuestra Señora, algunos observaron que la luz del sol disminuyó, a pesar de que el cielo estaba despejado. A otros les pareció que la copa de la encina, cubierta de brotes, se curvaba como si soportase un peso. Y, según un testigo ocular, los circunstantes habrían oído algo como «una voz muy aguda, como un zumbido de abeja». La Hermana Lucía describe así lo sucedido: «Después de rezar el Rosario con Jacinta y Francisco, y las demás personas que estaban presentes, vimos de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba (lo que llamábamos relámpago); y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la encina, igual [que en la aparición] de mayo. —¿Qué quiere Vuestra Merced de mí? -pregunté. —Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, que recéis el rosario todos los días, y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero.Lucía pide la curación de un enfermo.— Si se convierte, se curará en el transcurso del año.— Quería pedirle que nos llevara al Cielo.— Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve. Pero tú te quedarás aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace, le prometo la salvación; y serán amadas de Dios estas almas, como flores puestas por mí para adornar su trono. —¿Y me quedo aquí sola? —No, hija. ¿Y tú sufres mucho con eso? No te desanimes. Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios. Al decir estas últimas palabras, abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de aquella luz tan intensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Francisco y Jacinta parecían estar en la parte que se elevaba hacia el Cielo y yo en la que se esparcía por la tierra. Delante de la mano derecha de la Santísima Virgen había un Corazón rodeado de espinas que parecían clavárseles por todas partes. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de los hombres, que pedía reparación». Poco a poco, esa visión se desvaneció ante los ojos maravillados de los tres pastorcitos. La Señora, siempre resplandeciente de luz, comenzó entonces a elevarse del arbusto y, subiendo suavemente por el camino luminoso que su brillo incomparable parecía abrir en el firmamento, se retiró hacia el este, hasta desaparecer. Extasiados, los videntes la siguieron con la mirada, y Lucía gritó a los circunstantes:— Si la quieren ver, miren... va más para allá... Algunos que se encontraban más próximos notaron que los brotes de la copa de la encina estaban inclinados en la misma dirección apuntada por Lucía, como si las ropas de la Señora, rozándolas al partir, las hubiesen arrastrado y doblado. Sólo después de algunas horas volvieron a su posición normal.Una vez desaparecida por completo la visión. Lucía exclamó:— ¡Listo! Ahora ya no se ve; ya entró en el cielo; ya se cerraron las puertas. El público allí presente, aunque no hubiese visto a Nuestra Señora, comprendió que acababa de pasar algo extraordinario y sobrenatural. Algunos comenzaron a arrancar ramitas y hojas de la copa de la encina, pero enseguida fueron advertidos por Lucía para que tomasen sólo las de abajo, que la Santísima Virgen no había tocado. En el camino de vuelta a casa, todos iban rezando el Rosario en alabanza de la Augusta Señora que se había dignado descender del Cielo hasta aquel perdido rincón de Portugal...
TERCERA APARICIÓN: 13 DE JULIO DE 1917
Era un viernes el día en que se daría la tercera aparición de Nuestra Señora. Lucía, que hasta la tarde del día anterior estaba resuelta a no ir a la Cova de Iría, al aproximarse la hora en que debían partir, se sintió de repente impelida por una extraña fuerza, a la que no le era fácil resistirse. Fue a buscar a sus primos, que se encontraban en el cuarto, de rodillas, llorando y rezando:— Entonces ¿no vais? Ya es la hora.— Sin ti no nos atrevemos a ir. Vamos, ¡ven!— Pues yo ya iba...— Los tres niños se pusieron en camino. Al llegar al lugar de las apariciones se sorprendieron con la multitud que había acudido —más de dos mil personas— para presenciar el extraordinario acontecimiento.Según el Sr. Marto, padre de Francisco y Jacinta, en el momento en que la Santísima Virgen apareció, una nubecita cenicienta flotó sobre la encina, el sol empalideció y una brisa fresca comenzó a soplar, aunque fuese pleno verano. En medio del silencio profundo de la gente, se oía un susurro como el de una mosca en un cántaro vacío. Es la Hermana Lucía quien narra lo que entonces sucedió: «Vimos el reflejo de la luz como de costumbre y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la pequeña encina.— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?-pregunté. — Quiero que vengáis el 13 del mes que viene, y que continuéis rezando el Rosario todos los días en honor de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella los podrá socorrer.— Quería pedirle que nos dijera quién es y que hiciera un milagro con el que todos crean que Vuestra Merced se nos aparece.— Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos han de ver, para que crean. Entonces hice algunas peticiones [de parte de varias personas]. Nuestra Señora dijo que era necesario que rezasen el Rosario para alcanzar las gracias durante el año. Y continuó diciendo:— Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: ¡Oh! Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María».
* Primera parte del secreto: «Al decir estas últimas palabras —narra la Hermana Lucía— abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo [de los rayos de luz] pareció penetrar la tierra, y vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevados por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor (Debe haber sido ante esta visión que solté aquel 'ay', que dicen haberme oído exclamar). Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa.»
La Primera parte del Secreto es
la Visión del Infierno
«Asustados y como pidiendo socorro, levantamos los ojos hacia Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:— Visteis el Infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a terminar. Pero, sí no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora en los primeros sábados. Si atienden mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrán paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el dogma de la Fe, etc. Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco, sí, podéis decírselo. Cuando recéis el Rosario, decid después de cada Misterio: ¡Oh! Jesús mío, perdónanos, sálvanos del fuego del Infierno, lleva nuestras almas al Cielo, especialmente a aquellos que más lo necesitan. Se siguió un instante de silencio, y pregunté:— ¿ Vuestra Merced no quiere nada más de mí?— No, hoy no quiero nada más de ti. Y, como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al este, desapareciendo en la inmensa lejanía del firmamento». Se oyó entonces, de acuerdo al Sr. Marto, una especie de trueno que indicaba haber terminado la aparición.
La Segunda parte del Secreto
explica la Visión del Infierno y muestra qué sucederá hasta el Triunfo Final
del Inmaculado Corazón de María
CUARTA APARICIÓN: 15 DE AGOSTO DE 1917
Habiendo sido secuestrados y mantenidos tres días bajo vigilancia por el Administrador de Ourém, que a toda costa —y en vano— deseaba arrancarles el secreto confiado por la Virgen, los tres videntes no pudieron comparecer a la Cova de Iría el día 13 de agosto, cuando se daría la cuarta aparición de la Santísima Virgen.Según el testimonio de algunas de las numerosas personas que acudieron al lugar, poco después del mediodía se oyó un trueno, más o menos como las otras veces, al cual siguió el relámpago y, enseguida, todos comenzaron a notar una pequeña nube, muy leve, blanca y muy bonita, que sobrevoló unos minutos sobre la encina, subiendo después hacia el cielo y desapareciendo en el aire. Los rostros de los presentes brillaban con todos los colores del arco iris; los árboles no parecían tener ramas y hojas, sino sólo flores; el suelo y las ropas de las personas también estaban del color del arco iris. Nuestra Señora parecía haber venido, pero no encontró a los pastorcitos.Leamos ahora el relato de la Hermana Lucía sobre la cuarta aparición de la Madre de Dios:«Andando con las ovejas, en compañía de Francisco y de su hermano Juan, en un lugar llamado Valinhos, y sintiendo que algo de sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando que la Santísima Virgen nos fuese a aparecer, y teniendo pena de que Jacinta quedase sin verla, pedimos a su hermano Juan que la fuese a llamar. Mientras tanto, vi con Francisco el reflejo de la luz, a la que llamábamos relámpago y, llegada Jacinta un instante después, vimos a Nuestra Señora sobre una encina.— ¿Que quiere Vuestra Merced de mí?— Quiero que continuéis yendo a Cova de Iría el día 13 y que continuéis rezando el Rosario todos los días. En el último mes haré el milagro para que todos crean.— ¿ Qué quiere Vuestra Merced que se haga con el dinero que la gente deja en Cova de Iría?—Haced dos andas; una llévala tú con Jacinta y dos niñas más vestidas de blanco; la otra, que la lleve Francisco con tres niños más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Lo que sobre es para ayudar a una capilla que debéis mandar construir.— Quería pedirle la curación de algunos enfermos. — Sí, curaré a algunos en el transcurso de este año. Y tomando un aspecto más triste, les recomendó de nuevo la práctica de la mortificación, diciendo, al final: — Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al Infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas». Tras pronunciar estas palabras, la Virgen María se retiró, como en las veces anteriores, en dirección hacia levante. Durante largos minutos los pastorcitos permanecieron en estado de éxtasis. Se sentían invadidos por una alegría inigualable, después de tantos sufrimientos y temores. Por fin, cuando fueron capaces de moverse y caminar, cortaron algunas ramas del arbusto sobre el cual había rozado la túnica de Nuestra Señora y los llevaron a casa. ¡Allí pudieron sentir que los mismos exhalaban un delicioso y magnífico perfume! Eran las «ramitas donde la Virgen Santísima puso los pies»...
QUINTA APARICIÓN: 13 DE SEPTIEMBRE DE
1917
A lo largo de las sucesivas apariciones de la
Santísima Virgen en Cova de Iría, había ido aumentando el número de los que en
ellas creían. Así, el día 13 de septiembre se verificó una afluencia
extraordinaria de peregrinos al lugar bendito, una multitud llena de respeto,
calculada entre 15 y 20 mil personas, o tal vez más. Narra la Hermana Lucía:«Al
aproximarse la hora, fui allí con Jacinta y Francisco, entre numerosas personas
que nos hacían caminar con dificultad. Los caminos estaban apiñados de gente.
Todos querían vernos y hablar con nosotros, pidiendo que presentásemos a
Nuestra Señora sus necesidades. [...]Llegamos por fin a Cova de Iría, junto a
la encina, y comenzamos a rezar el Rosario con la gente. Poco después vimos el
reflejo de la luz y, enseguida, a la Santísima Virgen sobre la encina. [Nos
dijo:]— Continuad rezando el Rosario para alcanzar el fin de la guerra. En
octubre vendrán también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra
Señora del Carmen, y San José con el Niño Jesús, para bendecir al mundo. Dios
está contento con vuestros sacrificios, pero no quiere que durmáis con la
cuerda, usadla sólo durante el día. — Me han encargado que le pida muchas
cosas: la cura de algunos enfermos, de un sordomudo.— Sí, a algunos curaré, a
otros no. En octubre haré un milagro para que todos crean.Y comenzando a
elevarse, desapareció como de costumbre». Según el testimonio de algunos
espectadores, con ocasión de esa visita de la Santísima Virgen, como en las
otras veces, sucedieron diversos fenómenos atmosféricos. Observaron «a la
aparente distancia de un metro del sol, un globo luminoso que en breve comenzó
a descender hacia poniente y, de la línea del horizonte, volvió a subir en
dirección al sol». Además, la atmósfera adquirió un color amarillento,
verificándose una disminución de la luz solar, tan grande que permitía ver la
luna y las estrellas en el firmamento; una nubecita blanca, visible hasta el
extremo de la Cova, envolvía la encina y con ella a los videntes. Del cielo
llovían como flores blancas o copos de nieve que se deshacían un tanto por
encima de las cabezas de los peregrinos, sin dejarse tocar o coger por nadie.
Aunque breve, la aparición de Nuestra Señora dejó a lo pequeños videntes muy felices,
consolados y fortalecidos en su fe. Francisco se sentía especialmente inundado
de alegría ante la perspectiva de ver, de allí a un mes, a Nuestro Señor
Jesucristo, como les prometió la Reina del Cielo y de la Tierra.
SEXTA Y ÚLTIMA APARICIÓN: 13 DE OCTUBRE DE 1917
Peregrinos contemplando el
Milagro del Sol (13- X- 1917)
Llegó,
por fin, el día tan esperado de la sexta y última aparición de la Santísima
Virgen a los tres pastorcitos. El otoño estaba avanzado. La mañana era fría.
Una lluvia persistente y abundante había transformado la Cova de Iría en un inmenso
lodazal, y calaba hasta los huesos a la multitud de 50 a 70 mil peregrinos que
habían acudido de todos los rincones de Portugal. Cerca de las once y media,
aquel mar de gente abrió paso a los tres videntes que se aproximaban, vestidos
con sus trajes de domingo. Es la Hermana Lucía quien nos relata lo que sucedió:
«Llegados a Cova de Iría, junto a la encina, llevada por un movimiento
interior, pedí al pueblo que cerrase los paraguas para rezar el Rosario. Poco
después vimos el reflejo de la luz y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la
encina. — ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí? — Quiero decirte que hagan aquí una
capilla en mi honor; que soy la Señora del Rosario, que continuéis rezando el
rosario todos los días. La guerra va a terminar y los militares volverán en
breve a sus casas. — Quería pedirle muchas cosas. Si curaba a unos enfermos y
convertía a unos pecadores... — A algunos sí, a otros no. Es preciso que se
enmienden, que pidan perdón por sus pecados. Y tomando un aspecto más triste,
[Nuestra Señora agregó]: No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy
ofendido. Enseguida, abriendo las manos, Nuestra Señora las hizo reflejar en el
sol y, mientras se elevaba, su propia luz continuaba reflejándose en el sol».
Habiendo la Santísima Virgen desaparecido en esa luz que Ella misma irradiaba,
se sucedieron en el cielo tres nuevas visiones, como cuadros que simbolizaban
los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del Rosario. Junto al sol apareció
la Sagrada Familia: San José, con el Niño Jesús en los brazos, y Nuestra Señora
del Rosario. La Virgen vestía una túnica blanca y un manto azul. San José
estaba también de blanco y el Niño Jesús de rojo. San José bendijo al pueblo
trazando tres veces en el aire una cruz, y el Niño Jesús hizo lo mismo. Las dos
escenas siguientes fueron vistas sólo por Lucía. Primero, vio a Nuestro Señor,
transido de dolor en el camino del Calvario, y la Virgen de los Dolores, sin la
espada en el pecho. El Divino Redentor también bendijo al pueblo. Por fin
apareció, gloriosa. Nuestra Señora del Carmen coronada Reina del cielo y del
universo, con el Niño Jesús en brazos. Mientras los tres pastorcitos
contemplaban los personajes celestiales, se operó ante los ojos de la multitud
el milagro anunciado. Había llovido durante toda la aparición. Lucía, al
terminar su coloquio con la Santísima Virgen, había gritado al pueblo: «¡Miren
el sol!». Se entreabrieron las nubes, y el sol apareció como un inmenso disco
de plata. A pesar de su brillo intenso, podía ser mirado directamente sin herir
la vista. La multitud lo contemplaba absorta cuando, súbitamente, el astro se
puso a «bailar». Giró rápidamente como una gigantesca rueda de fuego. Se detuvo
de repente y, poco después, comenzó nuevamente a girar sobre sí mismo a una
velocidad sorprendente. Finalmente, en un torbellino vertiginoso, sus bordes
adquirieron un color escarlata, esparciendo llamas rojas en todas direcciones.
Éstas se reflejaban en el suelo, en los árboles, en los rostros vueltos hacia
el cielo, reluciendo con todos los colores del arco iris. El disco de fuego
giró locamente tres veces, con colores cada vez más intensos, tembló
espantosamente y, describiendo un zigzag descomunal, se precipitó sobre la
multitud aterrorizada. Un único e inmenso grito escapó de todas las gargantas.
Todos cayeron de rodillas en el lodo, pensando que serían consumidos por el
fuego. Muchos rezaban en voz alta el acto de contrición. Poco a poco, el sol
comenzó a elevarse trazando el mismo zigzag, hasta el punto del horizonte desde
donde había descendido. Se hizo entonces imposible fijar la vista en él. Era de
nuevo el sol normal de todos los días. El ciclo de las visiones de Fátima había
terminado. Los prodigios duraron cerca de 10 minutos. Todos se miraban
estupefactos. Después, hubo una explosión de alegría: «¡El milagro, los niños
tenían razón!». Los gritos de entusiasmo hacían retumbar sus ecos en las
colinas adyacentes, y muchos notaron que sus ropas, empapadas minutos antes,
estaban completamente secas. El milagro del sol pudo ser observado a una distancia
de hasta 40 kilómetros del lugar de las apariciones. Nuestra Señora de Fátima,
«¡misterioso don del Cielo! En la hora [...] de los hombres en guerra, en la
hora del pensamiento y del sentimiento religioso en crisis por el error, por
los desvíos de la razón, por la incredulidad, por la ignorancia, por la
frivolidad; por el libre pensar de muchos y por la irreligiosidad de tantos;
[...] por las dudas, inquietudes, titubeos, perplejidades, indiferencias,
apatías. En tal hora trágica, ante la perspectiva del naufragio en las
tinieblas, en la anarquía, en la disolución, ¡desciende del Cielo la boya
salvadora! ¡Ahí está Ella, toda Ella, en una esfera luminosa de brillante polvo
de oro! Sus pies de rosa se posan en una rústica encina, en lo alto de una sierra
árida, y sus labios divinos se mueven para hablar con una inocente pastora. Es
hermosa y suave; dulce y triste. ¡Sobre su figura cae tanta luz blanca que sus
vestidos quedan blanqueados, y sobre ellos brilla tanto el sol que centellean!
[...]Apareció en su propio mes. Mayo florido, mayo fecundo de las simientes en
tierras preparadas y labradas. Apareció en la hora fuerte del medio día, hora
que anima el suelo; hora de milagro, que transporta las almas.»
La aprobación por los Papas
En 1917, cuando la Primera Guerra Mundial se extendía a lo largo de Europa y no mostraba signos de concluir pacíficamente, el Papa Benedicto XV se dirigió en súplica a la Santísima Virgen María, por quien se dispensan todas las gracias. El Papa pidió urgentemente a todos los pueblos cristianos rogar a la Virgen María para obtener la paz del mundo, y encomendar solemnemente la empresa solo a Ella.El Papa quiso que el mundo “recurriera al Corazón de Jesús, trono de gracias, y a ese trono por intermedio de María”, y ordenó que se agregara en forma permanente a las Letanías Lauretanas la invocación “Reina de la Paz, ruega por nosotros”. Luego, poniendo confiadamente la paz del mundo en Sus manos, el Papa hizo otro llamado:
A María, entonces, Madre de Misericordia y omnipotente por
la gracia, suba este amoroso y devoto llamado desde todos los rincones de la
tierra—desde los nobles templos y las más pequeñas capillas, desde los palacios
reales y las mansiones de los ricos como desde las más humildes moradas — desde
las llanuras bañadas de sangre y de los mares, se dirija a Ella el llanto
angustiado de las madres y las esposas, el gemido de los pequeños inocentes,
los suspiros de todos los corazones generosos: que Su más tierna y benigna
solicitud se conmueva, y la paz que Nos pedimos se alcance para nuestro mundo
agitado.
La Virgen, misericordiosa, respondió rápidamente a la súplica urgente del
Papa: apenas ocho días más tarde, Ella se apareció en Fátima y dio al Papa y a
la humanidad un plan para la paz. Sin embargo, ese plan requirió en primer
lugar de la obediencia de los hombres y especialmente la del Vicario de Cristo
en la tierra, el Papa. Dios y la Santísima Virgen consintieron dar la paz al
mundo, pero como fue el Papa quien pidió se le mostrara el camino para la paz,
su cooperación en los designios del Cielo se convirtió en requisito.Así, desde el principio, el Santo Padre ha tenido un rol específico en el Mensaje de Fátima: a causa de su insistencia, Dios envió a Su Santa Madre a Fátima; y cuando el Papa cumpla con los pedidos de Dios, la Santísima Virgen traerá la paz al mundo. Por lo tanto, porque su rol en el Mensaje de Fátima es tan fundamental, examinemos como los Papas han aprobado y promovido Fátima.
En primer lugar, el Papa Benedicto XV restableció la antigua diócesis de Leiría el 17 de enero de 1918, y en una carta del 29 de abril de 1918 a los obispos portugueses, se refirió a los acontecimientos de Fátima como “un auxilio extraordinario de la Madre de Dios”. En 1929, en una audiencia al Seminario Portugués en Roma, el sucesor del Papa Benedicto, Pío XI, ofreció personalmente a cada seminarista dos estampas de Nuestra Señora del Rosario de Fátima. El Papa Pío también quiso leer todos los resultados del Proceso Canónico de Fátima, para familiarizarse personalmente con las apariciones de Nuestra Señora.
El 1º de octubre de 1930, la Sagrada Penitenciaría, bajo Pío XI, otorgó una indulgencia parcial a aquellos que visitaran individualmente el Santuario y rezaran por las intenciones del Santo Padre, y una indulgencia plenaria una vez al mes a aquellos que fueran allí en grupos. Esas indulgencias otorgadas por Roma llegaron justo a tiempo para preparar las mentes para recibir con entera confianza la inminente aprobación episcopal anunciada, que la Santa Sede así había apoyado discretamente.
Con el conocimiento y consentimiento del Papa Pío XI, el 13 de octubre de 1930, el Obispo D. José Correia da Silva, de Leiría (la diócesis a la que pertenece Fátima) anunció en una carta pastoral sobre las apariciones, los resultados de la investigación oficial de Fátima. Esa aprobación oficial contenía estos importantes párrafos:
En virtud de consideraciones ya conocidas, y de otras que
omitimos por razones de brevedad; invocando humildemente al Divino Espíritu y
poniéndonos bajo la protección de la Santísima Virgen, y después de escuchar
las opiniones de nuestros Reverendos Consejeros de esta diócesis, nosotros, por
la presente: -
1. Declaramos dignas de fe, las visiones de los niños
pastores en la Cova da Iria, parroquia de Fátima, en esta diócesis, desde el 13
de mayo al 13 de octubre de 1917.
2. Permitimos oficialmente el culto de Nuestra Señora de
Fátima.
En 1940, el Papa Pío XII habló de Fátima por primera vez en un texto oficial, su encíclica Sæculo Exeunte, escrita para alentar a la Iglesia de Portugal a fomentar la actividad misionera en sus dominios. En el texto el Papa afirmó: “No dejéis que los fieles olviden, especialmente cuando recen el Rosario, tan recomendado por la Santísima Virgen María en Fátima, pedir a la Madre de Dios obtener vocaciones misioneras, con frutos abundantes para el mayor número posible de almas...”
El Papa concluyó luego la encíclica de esta forma, “Sin ninguna duda, Dios, en Su bondad, derramará Sus abundantes bendiciones sobre estas empresas generosas y sobre la muy noble nación Portuguesa. La Santísima Virgen, Nuestra Señora del Rosario, venerada en Fátima, la Santísima Madre de Dios que dio la victoria en Lepanto, os asistirá con Su más poderosa asistencia...” También, en 1940, el Santo Padre otorgó el Patronato de Nuestra Señora de Fátima a la diócesis de Nampula, Mozambique, entonces colonia de Portugal.
En octubre de 1942, en respuesta a un mensaje que le transmitió la Hermana Lucía en 1940, el Papa Pío XII consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María, con una mención especial de Rusia. A principios de 1943, la Hermana Lucía explicó que el Señor le dijo que aceptaría ese Acto de Consagración para acelerar el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero que por tal acto no se obtendría la paz mundial. Como Nuestro Señor lo predijo, por ese acto se obtuvo el fin de la guerra, pero no llevaría al reinar de la paz que prometió Nuestra Señora, ya que no fue una consagración de Rusia específicamente, y los obispos del mundo no participaron en ella.
El 4 de mayo de 1944, la Santa Sede instituyó la Fiesta del Inmaculado Corazón de María.
En 1946, Su Eminencia el Cardenal Masella, actuando como Legado personal del Santo Padre, coronó a Nuestra Señora de Fátima como “Reina del Mundo”. Todo el episcopado portugués y más de 600.000 peregrinos se reunieron en Fátima para el evento.
En 1950, el Papa Pío XII dijo incluso al Superior General de los Dominicos: “Decid a vuestros religiosos que el pensamiento del Papa está contenido en el Mensaje de Fátima”.
El 13 de octubre de 1951, el Legado del Papa, Cardenal Tedeschini, fue enviado a Fátima para el cierre del Año Santo. El Cardenal dijo a la multitud que el Papa Pío XII había visto él mismo, repetido en Roma, el Milagro del Sol que había ocurrido en la última aparición en Fátima. Es claro que el Santo Padre eligió Fátima para este evento mayor, para dirigir la atención hacia el Mensaje de Nuestra Señora de Fátima. El Santo Padre, en realidad, había sido honrado con ver el Milagro del Sol en cuatro ocasiones distintas el año anterior: el 30 y el 31 de octubre, el 1º de Noviembre (día en que Pío XII definió solemnemente el dogma de la Asunción), y el 8 de noviembre (en la octava de la misma solemnidad).
El 7 de julio de 1952, en respuesta a los pedidos de los católicos rusos, el Papa Pío XII consagró Rusia y su pueblo al Inmaculado Corazón. Desafortunadamente, los peticionarios no sabían que el Santo Padre debía hacer la Consagración en unión con los obispos del mundo. Así, Pío XII hizo la Consagración en una ceremonia privada, sin invitar a los obispos del mundo a unirse a él como lo pidió Nuestra Señora.
El 11 de octubre de 1954, Su Santidad publicó una encíclica sobre el Reinado de María, y en ella se refirió a Su imagen milagrosa en Fátima. Dos años más tarde, la Iglesia que se levanta en el mismo sitio de las apariciones, en Fátima, fue elevada al rango de Basílica.
En 1964, durante el Concilio Vaticano Segundo, en la ceremonia solemne del cierre de la tercera sesión, ante todos los obispos católicos del mundo, el Papa Paulo VI renovó la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María, que hiciera Pío XII. Paulo VI anunció también el envío de un embajador especial a Fátima. En nombre del Papa, el Legado Pontificio llevaría como presente simbólico una rosa de oro al Santuario de Fátima. La inscripción en ella diría que el Papa Paulo estaba encomendando el cuidado de toda la Iglesia a Nuestra Señora de Fátima. Luego, en realidad, el 13 de mayo de 1965, por intermedio de su Legado, como lo había anunciado en el Concilio Vaticano Segundo, el Papa Paulo obsequió la rosa de oro en Fátima, encomendando toda la Iglesia al cuidado de Nuestra Señora de Fátima.
El 13 de mayo de 1967, para el quincuagésimo aniversario de la primera aparición en Fátima, el Santo Padre fue en peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Fátima y escribió una encíclica en ocasión de su peregrinaje. Estando allí, bendijo también setenta estatuas de la Virgen Peregrina Nacional, que viajaron continuamente para que muchas naciones recordaran y practicaran el Mensaje de Fátima.
Antes de su elevación al Papado, el Papa Juan Pablo I, quien exhibió una particular devoción a Nuestra Señora de Fátima, como Cardenal Patriarca de Venecia, encabezó una peregrinación hacia allí. Fue durante ese viaje que él se entrevistó con la Hermana Lucía, y resultó muy impresionado por la entrevista.
El Papa Juan Pablo II exhibió muchas veces su aprobación por Fátima. El visitó Fátima en tres oportunidades — en 1982, 1991 y 2000. Durante su visita del 2000, beatificó a los dos videntes fallecidos, Jacinta y Francisco. También elevó a fiesta universal la conmemoración de Nuestra Señora de Fátima, ordenando que fuera incluida en el Misal Romano.
Durante su homilía en la Misa en Fátima el 13 de mayo de 1982, el Papa Juan Pablo II dijo, “El llamado de la Señora en el Mensaje de Fátima está tan profundamente enraizado en el Evangelio y en toda la Tradición, que la Iglesia siente interpelada por ese Mensaje”. También dijo, “El Mensaje está dirigido a todos los seres humanos... A causa del continuo incremento del pecado y de peligros tales como una guerra nuclear, ahora amenazando a la humanidad, el Mensaje de Fátima es más urgente y relevante en nuestro tiempo, de lo que fue cuando Nuestra Señora se apareció hace 65 años.”
El también afirmó, siendo Juan Pablo II, sucesor de San Pedro, se presenta él mismo ante la Madre del Hijo de Dios en Su santuario de Fátima. ¿Y en que forma lo hace? El se presenta leyendo otra vez, con ansiedad, el llamado maternal a la penitencia, a la conversión, el llamado ardiente del Corazón de María, que resonó en Fátima hace 65 años. Si, él lo lee otra vez con ansiedad en su corazón, porque ve cuantos pueblos y sociedades — cuantos Cristianos — han tomado la dirección opuesta a la indicada en el Mensaje de Fátima. El pecado ha hecho así su casa del mundo, y la negación de Dios se ha difundido extensivamente en las ideologías, en las ideas y en los planes de los seres humanos.”
Así, de los ejemplos arriba señalados, podemos ver que además de su aprobación oficial en 1930, los Papas han aprobado Fátima de muchas maneras decisivas.
Consagración
a la Santísima Virgen
Hecha por el Papa Juan Pablo II y
los Obispos del Mundo
25 de marzo de 1984
Hecha por el Papa Juan Pablo II y
los Obispos del Mundo
25 de marzo de 1984
1. "Recurrimos a tu protección, Oh! Santa
Madre de Dios."
Al repetir las palabras de esta antífona, con la
cual la Iglesia de Cristo ha orado por siglos, nos vemos hoy ante ti, Madre, en
el año Jubilar de la Redención.
Nos encontramos unidos a todos los Pastores de la Iglesia de una manera particular ya que constituimos un solo cuerpo y un solo colegio junto a Pedro.
Nos encontramos unidos a todos los Pastores de la Iglesia de una manera particular ya que constituimos un solo cuerpo y un solo colegio junto a Pedro.
En el vínculo de esta unión, pronunciamos las palabras de la presente
consagración, en las que deseamos incluir, una vez más, las esperanzas y
ansiedades del mundo moderno.
Hace cuarenta años y de nuevo, diez años después, su servidor el Papa Pío XII, teniendo ante sus ojos las experiencias dolorosas de la familia humana, consagró y confió al mundo entero a tu Inmaculado Corazón, especialmente a aquellas personas, por las que tienes un amor y preocupación particular, dadas sus circunstancias.
Nosotros también tenemos hoy, a este mundo de individuos y naciones ante nuestros ojos; el mundo del segundo milenio que se acerca ya a su fin, el mundo moderno, nuestro mundo!
La Iglesia, teniendo en cuenta las palabras del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes ....Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." (Mt 28:19-20), ha dado, en el Concilio Vaticano II, vida fresca al conocimiento de su misión en este mundo.
Por lo tanto, Oh Madre de los individuos y de los pueblos, tu que conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, tu que tienes el conocimiento materno de todas las batallas entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, que afligen al mundo moderno, acepta nuestra súplica que dirigimos a tu Corazón movidos por el Espíritu Santo.
Abraza, con el amor de Madre y de Sierva del Señor, este nuestro mundo, que confiamos y consagramos a ti, ya que estamos llenos de preocupación por el destino terrenal y eterno de los individuos y de los pueblos.
De un modo especial te confiamos y consagramos a ti a aquellos individuos y naciones que particularmente necesitan ser confiados y consagrados.
Hace cuarenta años y de nuevo, diez años después, su servidor el Papa Pío XII, teniendo ante sus ojos las experiencias dolorosas de la familia humana, consagró y confió al mundo entero a tu Inmaculado Corazón, especialmente a aquellas personas, por las que tienes un amor y preocupación particular, dadas sus circunstancias.
Nosotros también tenemos hoy, a este mundo de individuos y naciones ante nuestros ojos; el mundo del segundo milenio que se acerca ya a su fin, el mundo moderno, nuestro mundo!
La Iglesia, teniendo en cuenta las palabras del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes ....Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." (Mt 28:19-20), ha dado, en el Concilio Vaticano II, vida fresca al conocimiento de su misión en este mundo.
Por lo tanto, Oh Madre de los individuos y de los pueblos, tu que conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, tu que tienes el conocimiento materno de todas las batallas entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, que afligen al mundo moderno, acepta nuestra súplica que dirigimos a tu Corazón movidos por el Espíritu Santo.
Abraza, con el amor de Madre y de Sierva del Señor, este nuestro mundo, que confiamos y consagramos a ti, ya que estamos llenos de preocupación por el destino terrenal y eterno de los individuos y de los pueblos.
De un modo especial te confiamos y consagramos a ti a aquellos individuos y naciones que particularmente necesitan ser confiados y consagrados.
"Recurrimos a tu protección, santa Madre de
Dios ": no desprecies nuestras peticiones en momentos de necesidad.
2. Contémplanos, mientras nos
encontrarnos frente a ti, Madre de Cristo, ante tu Inmaculado Corazón.
Deseamos, junto a toda la Iglesia, unirnos a la consagración, que por amor a
nosotros, tu Hijo hizo al Padre: " Y por ellos me santifico a mí mismo,
para que ellos también sean santificados en la verdad ". (Jn 17 : 19).
Deseamos unirnos a nuestro Redentor, en esta Su consagración para el mundo y
para la raza humana, la cual, en su Corazón divino, tiene el poder para obtener
el perdón y asegurar la reparación.
El poder de esta consagración, dura
por toda la eternidad y abarca a todos los individuos, personas y naciones.
Esta supera toda maldad que el espíritu de maldad pueda provocar, y que de
hecho ha provocado en nuestro tiempo, en el corazón del hombre y de su
historia.
¡Cuan profundamente sentimos la necesidad de
consagrar la humanidad y al mundo - nuestro mundo moderno- en unión con el
mismo Cristo! Ya que la obra redentora de Cristo, debe ser compartida en el
mundo por medio de la Iglesia.
El presente año de la Redención nos muestra esto:
el Jubileo especial de toda la Iglesia.
¡Seas tu bendita, sobre todas las criaturas,
tu la Sierva del Señor, quien obedeciste, en su totalidad, el llamado divino!
¡Gracias a ti, estamos totalmente unidos a
la consagración redentora de tu Hijo!
¡Madre de la Iglesia! ¡Ilumina al Pueblo de Dios en
el camino de la fe, esperanza y amor! Ayúdanos a vivir en la verdad de la consagración
de Cristo por toda la familia humana el mundo moderno.
3. Al encomendarte a ti, o Madre, al mundo, a todos
los individuos y personas, también te encomendamos esta consagración del
mundo, colocándola en tu Corazón maternal.
¡Corazón Inmaculado! Ayúdanos a vencer las amenazas
del maligno, que tan fácilmente se siembran en los corazones de la gente de
hoy, y cuyos efectos inconmensurables ya hacen peso sobre nuestro mundo moderno
y parecen bloquear nuestros caminos hacia el futuro!
De la escasez y de la guerra, libéranos.
De la guerra nuclear, de la incalculable auto
destrucción, de todo tipo de guerra, libéranos.
De los pecados en contra de la vida del hombre
desde su inicio, libéranos.
Del odio y de la reducción de la dignidad de los
hijos de Dios, libéranos.
De toda clase de injusticia, en la vida de la
sociedad, nacional e internacional, libéranos.
De la disposición a incumplir los mandamientos de
Dios, libéranos.
De los intentos de sofocar en los corazones
humanos, la verdad de Dios, libéranos.
De la perdida del sentido del bien y el mal, libéranos.
De los pecados contra el Espíritu Santo,
libéranos, libéranos.
Acepta o Madre de Cristo, este grito cargado con
los sufrimientos de todos los seres humanos, cargado con los
sufrimientos de la sociedad.
Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo, a vencer
todo pecado: el pecado individual y el " pecado del mundo ", todas
las manifestaciones del pecado.
Permite que sea revelado, una vez más en la
historia del mundo, el infinito poder salvador de la Redención: ¡El poder del Amor
misericordioso! ¡Que ponga un alto a la maldad! ¡Que transforme las
conciencias! ¡Que tu Inmaculado Corazón revele para todos la luz de la
Esperanza!
Juan Pablo II
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