En 1630, cien años después del milagro de Guadalupe, María se manifiesta en el Río de la Plata. Como suele ocurrir con la Santísima Virgen, a fuerza de milagros se produjo un fenómeno de conversión popular que arrastró a millones de personas a través de los siglos, al amor verdadero por la Madre de Dios y a través de Ella a Cristo.
Probablemente en un día del mes de mayo– una caravana de carretas, salida de Buenos Aires rumbo al norte llevando dos imágenes, las que hoy conocemos como 'de Luján' y 'de Sumampa'. La primera representa a la Inmaculada y la segunda a la Madre de Dios con el niño en los brazos. Inmediatamente ambas imágenes emprendieron un largo viaje en carreta con la intención de llegar hasta Sumampa...
Aquí me
quedo, decidió la Virgen
En aquel
tiempo, las caravanas acamparon al atardecer. En formación cual pequeño fuerte,
se preparaban para defenderse de las incursiones nocturnas de las bestias o los
malones de los indios. Luego de una noche sin incidentes, partieron a la mañana
temprano para cruzar el río Luján, pero la carreta que llevaba las imágenes no
pudo ser movida del lugar, a pesar de haberle puesto otras fuertes yuntas de bueyes.
Pensando que el exceso de peso era la causa del contratiempo, descargaron la
carreta pero ni aún así la misma se movía. Preguntaron entonces al carretero
sobre el contenido del cargamento. "Al fondo hay dos pequeñas imágenes de
la Virgen", respondió.
Una
intuición sobrenatural llevó entonces a los viajantes a descargar uno de los
cajoncitos, pero la carreta quedó en su lugar. Subieron ese cajoncito y bajaron
el otro, y los bueyes arrastraron sin dificultad la carreta. Cargaron
nuevamente el segundo y nuevamente no había quien la moviera. Repetida la
prueba, desapareció la dificultad. Abrieron entonces el cajón y encontraron la
imagen de la Virgen Inmaculada que hoy se venera en Luján. Y en el territorio
pampeano resonó una palabra que en siglos posteriores continuaría brotando de
incontables corazones: ¡Milagro! ¡Milagro!
Una humilde imagen de terracota, representando la Concepción de la Virgen María, se transportaba en una carreta hacia el norte Argentino. Un esclavo negro llamado Manuel fue colocado por María en escena desde el primer minuto: cuando la carreta no quiso moverse de su sitio en las cercanías del Río Luján, se quedaron en el lugar dos personas: María y el negro Manuel. Hermosas historias entre la Reina del Cielo y su fiel servidor se dieron entonces: Ella se desplazaba milagrosamente por kilómetros cuando querían separarla de él, mostrando claramente Su Voluntad de volver junto a su amado Manuel.
También sus vestidos aparecían de mañana llenos de abrojos y barro, ya que Ella iba a recorrer los campos en búsqueda de los pecadores.
La
"Patroncita Morena"
De común
acuerdo, se decidió llevar el pequeño cajón a la vivienda más cercana, la de la
familia de Don Rosendo de Oramas, donde la imagen fue colocada en lugar de
honra.Enterados del prodigio, muchos vecinos acudieron a venerar la imagen y,
al crecer la concurrencia, Don Rosendo le hizo construir una ermita donde la
Reina de los Cielos permaneció hasta 1674.
Se la
llamó 'La Virgen Estanciera' y la 'Patroncita Morena'.
El negro Manuel, un
pequeño esclavo negro que trabajaba en esa estancia fue testigo de toda esa
maravilla. Viendo sus patrones el intenso amor que demostraba a la Virgen, lo
destinaron al exclusivo cuidado de la imagen, lo que hizo hasta su muerte. Se
encargaba del orden en la ermita y de los vestidos de la Virgen, dirigiendo los
rezos de los peregrinos. Al fallecer Don Rosendo, su estancia quedó abandonada,
pero Manuel continuó, con santa constancia, el servicio que se había impuesto.
Muy
preocupada con la soledad de la Virgen en esos parajes, la señora Ana de Matos,
viuda del capitán español Marcos de Sequeira, propietaria de una estancia
ubicada sobre la margen derecha del río Luján y muy bien defendida, no viendo
ningún interés de las autoridades civiles y eclesiásticas, le solicitó al
administrador de Don Rosendo la cesión de la imagen de la Virgen de Luján. Ella
le aseguró el cuidado y la construcción de una capilla digna y cómoda,
facilitando la estadía de los peregrinos. Juan de Oramas, el apoderado, aceptó
la oferta y doña Ana de Matos le pagó por la cesión de la imagen.
Feliz de
haber logrado su propósito, la instaló en su oratorio, pero a la mañana
siguiente, cuando se dirigió ahí para rezar, descubrió con asombro y angustia
que la Virgen no estaba en su altar.
Ello
volvió a ocurrir varias veces hasta que, el obispo de Buenos Aires, fray
Cristóbal de Mancha y Velazco, y el gobernador del Río de la Plata, don José
Martínez de Salazxar, organizaron el traslado en forma oficial y con todos los
honores que merecía Nuestra Señora, acompañada por doña Ana y el negro Manuel,
quien esta vez acompañó a su querida Señora.
De este
modo la Virgen permaneció en su nueva residencia. Con motivo de esta
intervención de la autoridad eclesiástica y confirmado todo lo acontecido por
el prudente prelado, se autorizó oficialmente el culto público de la 'Pura y
Limpia Concepción del Río Luján'.
El negro Manuel, con su santidad y humildad, es una luz que llama al pueblo Argentino. María buscó en él a Su amado servidor: esclavo, humilde, sencillo, trabajador, alegre, un buen siervo de Dios. ¿Acaso no constituye Manuel un verdadero prócer de la historia del Río de la Plata, no reconocido por los libros pero si por la propia Madre de Dios?. Imitar a Manuel, pedir su ayuda, difundir su existencia: son todas acciones que agradan a nuestra amada Madre.
El milagro se difundió rápidamente, y fue multiplicándose en más milagros que a su vez atraían a una mayor devoción de la naciente Virgen de Luján. Fue entonces que la caridad de una rica mujer del lugar se unió a la santa humildad del negro Manuel, y juntos dieron inicio a la expansión de la obra del Cielo: la ciudad de Luján nació bajo el Manto de María, y aún hoy bajo Su Manto cobija el amor y el dolor de los Argentinos.
Un milagro da origen a la parroquia
Los
peregrinos aumentaron notablemente.
En 1677
la señora de Matos donó el terreno donde hoy se levanta la Basílica. En 1684
llegó a Luján el sacerdote Pedro de Montalvo. Sumamente enfermo, pidió a la
Virgen su curación, por lo que una vez obtenida quedó como primer capellán,
dedicándose por completo a su culto.
El P.
Montalvo pertenecía a una noble familia y gozaba de vastas e influyentes
relaciones. Con mucho entusiasmo se dedicó a la terminación de la capilla con
la ayuda de sus relaciones y de las autoridades coloniales, quienes venciendo
obstáculos de toda índole, tuvieron la inigualable satisfacción de inaugurar en
1685 el nuevo Santuario, al que se trasladó la imagen en solemne Procesión, el
8 de Diciembre. Así tuvo su primer palacio la Reina del Plata y su primer
custodio oficial, Don Pedro de Montalvo.
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Luján,
el pueblo de la Virgen, fue creciendo en importancia y se le otorgó el título
de Villa. Alrededor de la capilla surgía una población para atender a los
peregrinos que acudían de lejos. En vista de ello, el Cabildo Eclesiástico de
Buenos Aires constituyó la Parroquia de Nuestra Señora del Río Luján el 23 de
octubre de 1730 y designó al P. José Andjujar como su primer párroco.
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En 1737
vivía en Bolivia un español, Don Juan Lezica y Torrezuri, español nacido en
Vizcaya, quien seriamente enfermo y desahuciado por los médicos, viajó hasta
Luján a pedir su curación.
Comenzó
una novena a los pies de la Virgen, con el único remedio de beber agua traída
de un manantial, mezclada con el aceite de la lámpara de la capilla. El milagro
se produjo y, agradecido, volvió a Bolivia.
Nuevamente
se dirigió a Luján donde se repitió el milagro, lo que lo decidió a levantar
un templo a María Santísima. El obispo Mons. Marcellano y Agramont lo nombró
"Fundador, bienhechor síndico del Santuario de Nuestra Señora de
Luján". Las obras demoraron 8 años y se concluyeron en 1762, año en que
los cabildantes de Luján eligieron y juraron a Nuestra Señora como Reina y
Patrona. La Virgen protegió en varias ocasiones a la Villa contra pestes y
sequías.
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Nuestra primera divisa
El 27 de Junio de 1806, los ingleses invadieron Buenos Aires; el domingo 1º de Julio se prohíbe la celebración de los cultos a Nuestra Señora del Rosario con la solemnidad acostumbrada y el Capitán de Navío de la Real Armada D. Santiago de Liniers y Bremont hace voto solemne a Nuestra Señora ofreciendo las banderas que se tomasen al invasor de reconquistar la ciudad, firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección.
El 27 de Junio de 1806, los ingleses invadieron Buenos Aires; el domingo 1º de Julio se prohíbe la celebración de los cultos a Nuestra Señora del Rosario con la solemnidad acostumbrada y el Capitán de Navío de la Real Armada D. Santiago de Liniers y Bremont hace voto solemne a Nuestra Señora ofreciendo las banderas que se tomasen al invasor de reconquistar la ciudad, firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección.
Don Juan
Martín de Pueyrredon también comienza a organizar la reacción. Munido de un
exorto del gobernador Ruiz Huidobro recluta voluntarios de la campaña por los
establecimientos rurales de Pilar, Baradero, Morón, Salto, Arrecifes y Luján.
El 28 de
Julio los paisanos se reunieron en Luján, sitio alejado de la ciudad de Buenos
Aires, en el que contaban con el apoyo del alcalde Gamboa y del párroco Vicente
Montes Carballo. Después del oficio de la Misa, recibieron del Cabildo local el
Real Estandarte de la Villa, que en una de sus caras tenía la imagen de la
Virgen y en la otra las armas de la Corona, para usarlo frente a las tropas.
A falta
de escapularios, que esos gauchos respetuosos de la Fé necesitaban como un
escudo protector, el cura les entregó dos cintas que seguramente habrá comprado
de prisa en una tienda del pueblo, de colores celeste y blanco, las cuales, no
habiendo uniformes, también servían de identificación entre los heroicos
voluntarios.
La Virgen
de Luján y sus colores, divisa y escapulario en la reconquista de la Patria, ya
hace doscientos años.
En 1872,
cuando la villa estaba floreciente, llegó a ella como párroco el P. Jorge María
Salvaire francés de origen, lazarista o vicentino.
Dos años
después, sus superiores le ordenaron ir a misionar entre los indios infieles
quienes, acusándolo de haber llevado una peste de viruela, lo apresaron y lo
condenaron a morir lanceado.
El se
confió a la Virgen y le prometió dedicar su vida a publicar sus milagros y
engrandecer su santuario si se salvaba. Al instante apareció un joven indio,
hijo del cacique, y echó su poncho sobre el Padre, en señal de protección.
Ese indio lo reconoció a Salvaire (le había salvado la vida en días pasados)
y le concedió la libertad.
Fiel a
sus promesas, el P. Salvaire redactó su monumental "Historia de Nuestra
Señora de Luján", publicada en 1884.
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En 1886
viajó a Europa y allí hizo confeccionar una corona para la Virgen. La hizo
bendecir por el Papa León XIII quien concedió la autorización para la
celebración de su fiesta propia. El 8 de Mayo de 1887 se realizó la Coronación
Pontificia de manos de Mons. de Aneiros.
La construcción de la actual Basílica
En ese
mismo año de 1887 se colocó la piedra fundamental del nuevo templo. Emprendía
así el P. Salvaire la difícil tarea de "engrandecer" la iglesia de
Luján. Del punto de vista humano era una pretensión descabellada, sobre todo si
tomamos en consideración la ofensiva laicista de aquel momento: obligatoriedad
de la escuela laica, matrimonio civil , extrema escasez de clero.
Además,
la Argentina padecía una aguda crisis económica.
¿Cómo
lanzarse en esas circunstancias a una obra de tal envergadura? El P. Salvaire
sonreía, pues conocía la providencialidad de la Virgen sobre estos hechos: poco
tiempo después, Monseñor Federico Aneiros respaldó financieramente su proyecto.
¡Cuántas veces se lo vió salir al padre los sábados bien temprano, con su
valija negra, partiendo hacia Buenos Aires, donde mendigaba a sus amigos dinero
para pagar a los constructores!
Luego de
la muerte de Salvaire en 1889, el R. P. Vicente María Dávani C. M., con mano de
hierro y un corazón noble, se hace cargo de la terminación de la Basílica, en
1922.
En una
larguísima serie de visitantes ilustres, entre ellos muchísimos próceres
argentinos y dignatarios eclesiásticos, se destacan ilustres eclesiásticos como
Juan Mastai Ferreti y el Cardenal Eugenio Pacelli, más tarde consagrados Papas
con el nombre de Pío IX y Pío XII.
Ambos pontífices, son por sorprendente
coincidencia, quienes proclamaron los dogmas de la Inmaculada Concepción y de
la gloriosa Asunción de María a los cielos.
El 11 de
Junio de 1982, en plena guerra de las Malvinas, el Papa Juan Pablo II oró ante
la Virgen de Luján, a quien entregó la Rosa de Oro, condecoración que significa
una altísima distinción y es conferida por los Papas a imágenes, personalidades
católicas, naciones, ciudades, basílicas y santuarios.
La Rosa
de Oro porta la Bendición Papal, está ungida con el Santo Crisma y espolvoreada
con incienso. Es una rama de rosal con hojas, flores y pimpollos, realizado en
oro puro y colocada en un vaso renacentista de plata, todo resguardado en un
estuche de oropel ornado con el escudo del Papa.
En Abril
de 1987 nuevamente Juan Pablo II visitó el santuario de Luján donde oró por la
paz de la Patria.
En el
1930, el Obispo de La Plata, Monseñor Francisco Alberti, tuvo el honor de
formular a la autoridad pontificia la solemne demanda de confirmar el vivido y
aclamado Patronazgo de la Virgen de Luján sobre la Argentina, el Uruguay y el
Paraguay. Tal hecho sucedió, luego de autorizado, cuando el 5 de Octubre
encontró reunidos a los tres Jerarcas de la Iglesia en las naciones del Plata,
con gran pompa y decoro, mientras el Santuario lucía sus mejores galas. Los
acompañaban la casi totalidad del Episcopado y la representación de los
gobiernos de la Nación y la Provincia. En aquel ambiente de devoción, los
Jerarcas juraron oficialmente el maternal Patronazgo.
Pasóse
después a la Plaza Belgrano donde continuó la ceremonia entre el tremolar de
las banderas, los triunfales acentos de las campanas echadas a vuelo, el cantar
incesante de la multitud entusiasmada y mil detalles más. Luego del discurso de
Monseñor De Andrea, Obispo titular de Temnos, y de exponerse los deberes que
entrañaba para el pueblo en el plano nacional e internacional, recabó ante los
presentes el juramento de vasallaje. Momento de indescriptible emoción y de
júbilo fue aquel en que un "Si, juramos", estentóreo, vibrante y leal
partió de mil bocas atronando los espacios, eternizándose en el tiempo y
penetrando hasta el Cielo.
Con los siglos, la surgiente patria Argentina se nutrió de la devoción por la Virgen de Luján: la creación de la bandera nacional tiene innegables raíces en los colores del Manto de María allí, a través de su creador Manuel Belgrano, así como fue fuente de apoyo para el libertador del cono sur, el General José de San Martín.
Muchas historias de milagros y epopeyas históricas se mezclan en Luján, a través del tiempo. Hasta el Martín Fierro, poema de las pampas por excelencia, se refiere a la Virgencita mediadora e intercesora de gracias. Muchos han visitado estas tierras y dejado su legado de amor, como el Beato Don Orione, ya que Luján ha sido siempre punto de apoyo en este suelo bendecido por María, declarada Patrona de Argentina, Paraguay e Uruguay. Juan Pablo II finalmente dio su toque definitivo al Santuario, con su visita y oración profundamente Mariana.
Argentina tiene en sus raíces a la Virgen de Luján, y en sus ramas a María del Rosario de San Nicolás. Se puede decir sin miedo a equivocarse que la propia Madre de Dios marcó con su sello inconfundible la creación de esta Nación, y su historia actual también. Para los argentinos, es tiempo de volver los ojos a la mirada Misericordiosa de la Reina del Cielo, Virgen gauchita y guapa, para suplicarle su ayuda urgente.
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