JESUS RESUCITADO
PREPARA A SUS DISCIPULOS
PARA SU INMINENTE
VUELTA AL PADRE
Las despedidas son, por lo general, tristes y dolorosas. A
todos nos hacen sufrir porque sentimos una honda y extraña división interior.
Una parte de nuestro ser se queda allí, en esa tierra de la que partimos, con
nuestros amigos y seres queridos; y la otra se viene con nosotros, pero con el
corazón lleno de recuerdos, de las alegrías y bellos momentos que compartimos
juntos, de nostalgias.. y tal vez también de dolor y de lágrimas.
El mismo Jesús, al hacerse hombre, quiso compartir con
nosotros los mismos sentimientos, experiencias y flaquezas de nuestra condición
humana. También Él gozó de la dulzura de la amistad, del consuelo del amor y
del afecto familiar. También Él sintió el desgarrón de su corazón
–sensibilísimo— cuando tuvo que despedirse de su Madre, y dejarla sola, para
marcharse de casa a comenzar su vida pública.
Y experimentó también el mismo dolor y pesar al despedirse
de sus discípulos, sus amigos íntimos, antes de su pasión. En el capítulo 13 de
su evangelio, nos refiere san Juan con incontenible emoción que “antes de la
fiesta de la Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
fin” (Jn 13, 1). El “fin” tomado en sentido temporal y en intensidad: “hasta el
colmo, hasta el extremo”. Así comienza el evangelista la narración de la Última
Cena, su despedida.
Pues bien, el Evangelio de hoy también nos habla de
una despedida. Las palabras están tomadas del discurso de Jesús en la Última
Cena. Es cierto que estamos celebrando ya la Pascua de la resurrección del Señor.
Sí. Pero también es verdad que pronto se irá el Señor, de modo definitivo, de
la vista de los apóstoles, para subir al cielo. Y tendrá que dejarlos, esta vez
sí, ya para siempre. ¿Qué palabras tan entrañables, de cariño y de amistad
sincera, tendría que decirles? ¿Cuáles serían sus últimos consejos y
recomendaciones?...
LECTURA
DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
(Jn. 14,23-29)
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
- «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
- «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
En el Cenáculo, en el ambiente de la última cena, Jesús
abre su corazón a los Apóstoles y les expresa sus sentimientos íntimos, les
declara su amor, les comparte sus confidencias y les revela sus promesas: el
Espíritu y la paz.
Al que acepta a Cristo, la Palabra de Dios, al que cree en Cristo, al que lo ama con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, dice Jesús:
“mi padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él”. Misterio inefable de la misericordia del Señor para con
el hombre. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitan en
aquellos que por amor le abren la puerta de su vida. El Señor habla de una
presencia de Dios en el alma de la persona que vive en gracia. San Juan de la
Cruz comenta en su Cántico espiritual: “¿Qué más quieres, oh alma, y qué
más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu
satisfacción, tu Amado, a quien desea y busca tu alma? Gózate y alégrate en tu
interior recogimiento con Él, pues le tienes tan cerca”.
Debemos aprender a tratar más y mejor a Dios que habita en
nosotros como en un templo desde el día de nuestro bautismo. Busquemos a Dios
dentro de nosotros en medio de nuestras ocupaciones diarias, para darle
gracias, bendecirle y adorarle, pedirle ayuda, desagraviarle por nuestros
pecados y los del mundo entero.
“El que no me ama no guardará mis palabras”. Es una señal
para saber que no amamos a Jesús; cuando nuestra conducta está en contra de las
enseñanzas de Cristo, en ese momento estamos teniendo un comportamiento de no
amor al Redentor. Con ello se ofende al Padre, “porque la palabra que
ustedes están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió”. Y la
consecuencia de no guardar la palabra de Jesús es la no manifestación del Señor
al mundo y el privarse de la presencia amorosa de Dios. ¡Con qué cariño y
respeto hemos de recibir la Palabra de Dios cuando la leemos escrita en la
Biblia, cuando la escuchamos proclamada en la liturgia, o cuando nos la enseña
la Iglesia con su Magisterio!
en el mundo.
También nosotros hemos de desear la paz a los demás, desearla y construirla en nuestro corazón, promoverla a nuestro alrededor, en nuestra familia, en el lugar donde trabajamos, porque es un bien humano, y cuando está animado por la caridad es un bien sobrenatural. La paz verdadera es fruto de la santidad, del amor a Dios, de la lucha que supone el no dejar que este amor se apague por nuestras tendencias desordenadas y por nuestros pecados.
“Que no tiemble su corazón ni se acobarde”. El Señor nos previene contra el enemigo poderoso de la alegría: el miedo. El hombre privado de la presencia de Dios tiene siempre el riesgo de vivir con miedo ante las pruebas y dificultades futuras. “Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes»” Son palabras misteriosas que anuncian la muerte y la resurrección del Señor. “Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo”. Lejos de causar pena en los discípulos, la partida de Jesús les debe proporcionar alegría, porque quien bien ama se alegra del bien del amado; y esta ida de Jesús al Padre, según su naturaleza humana, el es lo mejor que le puede ocurrir, porque va a sentarse a la derecha del Padre para ser eternamente feliz. Les he dicho esto, antes de que suceda, para que cuando suceda, entonces crean”. Aparecen los sentimientos de Jesús: sentimientos de delicadeza, de amistad, de simpatía hacia sus discípulos; comparte con ellos, quiere ayudarles ante el anuncio de su partida, para que su fe no se tambalee, sino que se fortalezca. Estas palabras son dichas también para nosotros para que nuestra fe se vaya robusteciendo, pues vemos realizadas para nosotros todas estas promesas que hizo Jesús a sus Apóstoles.
Reflexión:
Amor. Palabra mágica y antigua como el mundo, palabra familiar que nace en el horizonte de cada hombre en el momento en el que es llamado a la existencia. Palabra escrita en las fibras humanas como origen y como fin, como instrumento y paz, como pan y don, como uno mismo, como los otros, como Dios. Palabra confiada a la historia a través de nuestra historia diaria. Amor, un pacto que siempre tiene una sola denominación: hombre. Sí, porque el amor coincide con el hombre: amor es el aire que se respira, amor es el alimento que se nos da, el descanso de quien confía, amor es el vínculo que hace que la tierra sea un lugar de encuentro. El amor con el cual Dios contempló la creación y dijo: “Es una cosa muy buena”. Y no se ha vuelto atrás del compromiso, cuando el hombre hizo de sí mismo un rechazo, más que un don, un desprecio, más que una caricia, una piedra lanzada, más que una lagrima enjugada. Amó más con los ojos y el corazón del Hijo, hasta el final. Este hombre que se hizo llama ardiente del pecado, el Padre lo redimió, única y exclusivamente por amor, en el fuego del Espíritu.
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CATIC
TERCERA PARTELA VIDA EN CRISTO
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052 “Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?” Al joven que le hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad de reconocer a Dios como “el único Bueno”, como el Bien por excelencia y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Y cita a su interlocutor los preceptos que se refieren al amor del prójimo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu madre”. Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera positiva: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19, 16-19).
2053 A esta primera respuesta se añade una segunda: “Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” (Mt 19, 21). Esta res puesta no anula la primera. El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. En los tres evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle en la obediencia del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19, 6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó la “justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos” (Mt 5, 20), así como la de los paganos (cf Mt 5, 46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: “Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás [...]. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 21-22).
2055 Cuando le hacen la pregunta: “¿Cuál es el
mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22, 36), Jesús responde: “Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este
es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los
Profetas” (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El
Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la
caridad, plenitud de la Ley:
«En
efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos
los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en
su plenitud» (Rm 13, 9-10).
2057 El Decálogo se
comprende ante todo cuando se lee en el con texto del Éxodo, que es el gran
acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza. Las “diez
palabras”, bien sean formula das como preceptos negativos, prohibiciones, o
bien como mandamientos positivos (como “honra a tu padre y a tu madre”),
indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El
Decálogo es un camino de vida: «Si [...] amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás» (Dt 30, 16).
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
CAPÍTULO PRIMERO
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: “...y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las “diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.
Gracias, Padre misericordioso,
porque nunca nos dejas solos en nuestras luchas y
fatigas;
gracias por darnos a tu Hijo,
que con su Palabra nos muestra el camino para ser
plenamente felices;
gracias por el regalo de tu Espíritu, que nos hace tus
hijos.
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