Queridos hermanos:
En las Sagradas
Escrituras, hay dos momentos extremos, dos situaciones límites de la humanidad;
después de los cuales todo parece estar perdido para siempre; un cataclismo
definitivo, la destrucción de todo lo creado donde reinan y dominan la
angustia, la desolación, las lágrimas, sombras de muerte, todo cae en el
abismo. Son momentos donde la humanidad solo vislumbra un fracaso para siempre
en lo espiritual y humano, en lo social y cultural. Dos situaciones de fin de
la historia, de aniquilación del mundo y del cosmos, en donde Satanás, señor de
la muerte parece haber triunfado para asumir un dominio total y tiránico, del
hombre y de la creación. Dios parece haber sido vencido por el mal.
Estos dos momentos
extremos de desesperación, aparecen descritos en los extremos de la Biblia, al
principio, en el Génesis, y al final en el Apocalipsis.
El primero en el
relato de la caída de Adán, el segundo el caótico fin de la historia, del
Apocalipsis de San Juan.
En estos extremos, el protagonista es el hombre que
cae abatido para siempre, sin más remedio, Adán cae bajo el peso de los cinco
males: pérdida de la amistad con Dios, pérdida del paraíso; muerte del alma,
muerte del cuerpo, el dolor, la esclavitud del demonio.
Y al fin de los
tiempos en el Apocalipsis, la humanidad es destruida paulatinamente después de
sonar seis trompetas y la acción de cuatro jinetes, en donde vence el jinete
siniestro llamado “Muerte” montado en un caballo verdoso, seguido por un
temible cortejo de espectros de muerte listos para matar; mientras se va
tejiendo el relato con un infernal entramado de ángeles vengativos, gritos de
desesperación, fuego, sangre, estrellas que caen, montes e islas que se
desploman; explosiones; terremotos; fragor de océanos; langostas letales;
guerras; hambre, con una música de fondo: llegó el Gran día de la Cólera.
Y es en esos dos momentos lóbregos del Génesis y del Apocalipsis, cuando
para el hombre le es imposible toda esperanza, aparece una Mujer que invita a
contemplar para arriba, que muestra un nuevo camino, y a esperar contra toda
esperanza.
Es la Mujer del llamado
“protoevangelio” en el Génesis cuando Dios dice a la Serpiente: «Por haber
hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los
animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los
días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la MUJER, entre tu linaje y el
suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón».
Y de pronto, en el
Apocalipsis, cuando todo parecía perdido en la tierra, y los hombres ya no
miraban más al Cielo: En ese momento se abrió el Templo de Dios que está en
el cielo y quedó a la vista el Arca de la Alianza, y hubo rayos, voces, truenos
y un temblor de tierra, y cayó una fuerte granizada. Y apareció en el cielo un gran
signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de
doce estrellas en su cabeza.
Tanto en el Génesis
como en el Apocalipsis, Dios da como esperanza de salvación a una Mujer cuyo
Hijo vencerá todos estos males: en el Génesis es una Mujer prometida; en el
Apocalipsis, es la llegada de esa Mujer que cumple la promesa. En el primero la
promesa en esperanza, en el segundo, la promesa cumplida.
La esperanza que
llega, es una Mujer embarazada, vestida de sol, que sufre dolores de parto y al
dar a luz a su Hijo, que gracias a Ella, y Ella gracias al Hijo, vencen al
demonio: Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente,
llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la
tierra con todos sus ángeles.
En el ícono de Ap 12, la Mujer está
embarazada de Cristo, el Salvador y la salvación; vestida de sol; porque nos
trae la luz de su Resurrección. Esta Mujer gritaba de dolor porque iba a dar
a luz. Porque fue asociada místicamente al parto
de dolor de la Cruz redentora de su Hijo, cumpliéndose en Ella lo que le había
dicho Simeón: ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! -
En este sentido, este
pasaje del Apocalipsis nos conecta con el dolor del Calvario, el dolor del Hijo
y de la Madre, el dolor del Redentor y el dolor de la Corredentora; expresado
en el Evangelio de esta Solemnidad cuando dice: Junto a la cruz de Jesús, estaba su Madre. Y para que
todos los hombres experimentemos este Misterio de salvación de Cristo con su
Cruz gloriosa, es el mismo Señor quien señala el camino: la maternidad de
María: Al ver a la Madre y
cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes
a tu hijo.»..
La salvación depende de la Maternidad de María: como Madre de Dios, y
como Madre nuestra. Y si bien Jesús desde la Cruz proclamó que María es nuestra
Madre al decir: Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.», no
obstante, esto solo, no es suficiente para salvarnos, sino que requiere que
nosotros la aceptemos como Madre, por eso dice S Juan: desde aquel momento,
el discípulo la recibió en su casa.
Recibir en la casa, a María es aceptarla con amor filial, dentro del propio corazón, con
confianza, con entrega total del alma y cuerpo, de la vida y de todo. Hemos de
creer que es nuestra Madre y estamos llamados a ser sus hijos por el amor.
Por tanto, en los momentos que la humanidad parece que va a
perecer, y que todo está ya perdido, Dios pone a una Mujer, a María Ssma como
signo de esperanza y de consuelo, según la expresión de la Lumen Gentium.
Ella intercede por nosotros, para evitar esta destrucción, para darnos la paz,
para que el mundo no perezca; para que la humanidad no se destruya a sí misma
por el pecado, la muerte y el odio; para detener el mal en todas sus formas.
Siempre que, -repito- nosotros la amemos filialmente y le confiemos nuestra
vida, nuestro país, nuestra salvación, nos convirtamos y le oremos sin cesar.
Por estos días celebramos la Solemnidad de Ntra Sra de Luján, Patrona de la Argentina,
que es la Inmaculada Concepción.
Y no es casual que Ntra Sra de Guadalupe, Patrona de América, sea
también la misma Inmaculada Concepción.
Ambos signos son el mismo y único Signo fundamental de la Mujer que
describe San Juan en el Apocalipsis, en quien la Iglesia, y la tradición
expresada en la liturgia, contemplan el misterio de la Inmaculada con todo su
fulgor. Estos son hechos providenciales maravillosos, el Dedo de Dios quiere
decirnos mucho: que María con su intercesión y amor maternal puede cambiar
todas las cosas consiguiendo que Dios Padre, por medio de la Pascua de su Hijo
renueve todas las cosas. Por ello, poco después de la intervención de la Mujer
de Apocalipsis 12, aparecen los cielos nuevos y la tierra nueva, un mundo
nuevo, y Cristo aparece en la gloria afirmando: Mira, que hago un mundo
nuevo. Es que siempre Cristo, en virtud de la
intercesión de su Madre, renueva todas las cosas.
María, está cerca de nosotros en todas las situaciones límites, del
mundo, de la Argentina, de nuestras familias, de nuestras comunidades, de
nuestras personas, de nuestra vocación, de nuestras almas. Todos, alguna vez en
la vida sentimos la tentación de la desesperación, de bajar los brazos, de no
ver el horizonte. En esos momentos Dios nos da a todos y a cada uno, a una
Mujer, como signo de salvación y esperanza, y Cristo nos vuelve a decir
señalándonos a María Ssma: «Aquí tienes a tu madre.». Si
escuchamos la Voz de Dios en el Gn y el Ap, y la voz de Cristo desde la Cruz,
aparecerán la luz de la esperanza, y se cumplirá aquello de la primer lectura
del día:
Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y
florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en
cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del
Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro
Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan
a los que están desalentados: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!: él
mismo viene a salvarlos.». Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se
destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo
y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Volverán los rescatados por el
Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría
perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y los gemidos se
alejarán.
P. GUILLERMO CASTILLO
OSB
No hay comentarios:
Publicar un comentario