Seguramente habrás oído a alguien decir que todos los cristianos estamos llamados a ser santos y tal vez no puedes imaginarte a ti mismo como estatua de yeso en el altar de una Iglesia, rodeado de veladoras y reliquias. Tal vez te parezca ridículo pensar que se fabriquen estampitas con tu fotografía, a la que le hayan sobrepuesto una coronilla refulgente alrededor de la cabeza.
Sin embargo, ser santo no tiene nada que ver con las estatuas y las estampitas. Ser santo es llegar al cielo para estar con Dios y a eso es a lo que estás llamado desde que fuiste concebido en el seno de tu madre.
Seguramente también habrás oído a algún pesimista decir que este mundo no tiene remedio, que va directo a la perdición. Pero esto no será cierto si tú no lo permites.
Es verdad que el ambiente es difícil, que la Iglesia tiene muchos problemas, que hay muchísima gente caminando por senderos equivocados, pero eso ha sucedido siempre.
Desde el principio de la humanidad, han sido sólo unos cuantos los que han seguido a Dios y en ellos Él ha puesto toda su confianza. Dios, el ser supremo, el omnipotente, el omnipresente, siempre ha querido necesitar del hombre para salvar al hombre y con unos cuantos que le han respondido ha podido lograr que la Iglesia sobreviva, a pesar de todos los ataques que ha sufrido externa e internamente.
Dios llama a todos, pero sólo unos cuantos le responden. Ésos son los santos: hombres y mujeres llenos de debilidades y defectos que se han puesto a la disposición de Dios; que han estado dispuestos a darle cinco panes y dos peces para que Él pueda dar de comer a cinco mil hombres; que le han prestado una casa para que Él instaure la Eucaristía; que han quitado piedras de los sepulcros para que Él resucite a los muertos. Hombres y mujeres que se han animado a ser fermento, a ser sal, a ser luz para iluminar a los demás.
El pertenecer a esos pocos que escuchan y responden a Dios sólo depende de ti. Dios pide tu ayuda, cuenta contigo para salvar a muchísimos hombres, pero sólo tú eres el encargado de responderle positiva o negativamente.
Dios te llama a través de lo diario, de lo cotidiano, de tus compañeros y maestros, de tus tareas, de tus problemas, éxitos y fracasos. Todo lo que pasa a tu alrededor es un mensaje divino que te llama a ser santo ahí donde Dios te ha puesto, en esa casa, en esa escuela, en ese trabajo, con esos compañeros y esos hermanos para que los transformes con tu luz.
El 1 de
noviembre es la Solemnidad Litúrgica de Todos los Santos, que prevalece sobre
el domingo.
Se trata
de un popular y bien sentida fiesta cristiana, que al evocar a quienes nos han
precedido en el camino de la fe y de la vida, gozan ya de la eterna
bienaventuranza, son ya -por así decirlo- ciudadanos de pleno derecho del
cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos.
En este
día celebramos a todos aquellos cristianos que ya gozan de la visión de Dios,
que ya están en el cielo, hayan sido o no declarados santos o beatos por la
Iglesia. De ahí, su nombre: El día de Todos los Santos, incluye en su
celebración y contenido a los santos populares y conocidos, extraordinarios
cristianos a quienes la Iglesia dedica en especial un día al año. Pero el día
de Todos los Santos es, sobre todo, el día de los santos anónimos, tantos de
ellos miembros de nuestras familias, lugares y comunidades.
Santo es
aquel cristiano que, concluida su existencia terrena, está ya en la presencia
de Dios, ha recibido –con palabras de San Pablo- “la corona de la gloria que no
se marchita”.
El santo,
los santos son siempre reflejos de la gloria y de la santidad de Dios. Son
modelos para la vida de los cristianos e intercesores de modo que a los santos
se pide su ayuda y su intercesión. Son así dignos y merecedores de culto de
veneración.
El día de
Todos los Santos es igualmente una oportunidad para recordar la llamada a la
santidad presente en todos los cristianos desde el bautismo. Es ocasión para
hacer realidad en nosotros la llamada del Señor a que seamos perfectos- santos-
como Dios, nuestro Padre celestial, es perfecto, es santo.
Se trata
de una llamada apremiante a que vivamos todos nuestra vocación a la santidad
según nuestros propios estados de vida, de consagración y de servicio.
En este
tema insistió mucho el Concilio Vaticano II, de cuya clausura se celebran ahora
los 50 años. El capítulo V de su Constitución dogmática "Lumen
Gentium" lleva por título "Universal vocación a la santidad en la
Iglesia".
Y es que
la santidad no es patrimonio de algunos pocos privilegiados. Es el destino de
todos, como fue, como lo ha sido para esa multitud de santos anónimos a quienes
hoy celebramos.
La
santidad cristiana consiste en vivir y cumplir los mandamientos. “El santo no
es un ángel, es hombre en carne y hueso que sabe levantarse y volver a caminar.
El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que es más bueno
subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha cada día
pues vive para amar”. (Canción de Cesáreo Gabaraín).
"El
santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta
verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y
verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente
el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y
desinteresado del prójimo". (Benedicto XVI)
La
santidad se gana, se logra, se consigue, con la ayuda de la gracia, en tierra,
en el quehacer y el compromiso de cada día, en el amor, en el servicio y en el
perdón cotidianos. “El afán de cada día labra y vislumbra el rostro de la
eternidad”, escribió certera y hermosamente Karl Rhaner. El cielo, sí, no
puede esperar. Pero el cielo –la santidad- solo se gana en la tierra.
El día de
Todos los Santos nos habla de que la vida humana no termina con la muerte sino
que abre a la luminosa vida de eternidad con Dios.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (5,1-12ª).
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
PALABRA DE DIOS
GLORIA A TI SEÑOR JESUS.
Acerca de las Bienaventuranzas .
Vivir como el Hijo. Vivir como hijos:
Las Bienaventuranzas (Comentario
Espiritual) Autor: Horacio Bojorge
1) Las Bienaventuranzas son el prólogo o el exordio del Sermón de la Montaña.
Son promesas de felicidad y al mismo tiempo enigmas. Encienden nuestro deseo y
despiertan nuestra intriga. Ellas son también, en cierta manera, como el
resumen y la esencia cifrada de todo lo que Jesús enseña en el Sermón de la
Montaña.
2) "El Sermón de la Montaña – y dentro de él las Bienaventuranzas - es el retrato más fiel de Jesucristo que podamos tener y, en consecuencia, es el modelo de vida más exacto que él mismo nos haya propuesto. Y también nos revela los rasgos que el Espíritu Santo quiere reproducir en nosotros. A fin de modelarnos y con-formarnos con la imagen y semejanza del Hijo de Dios."
3) "El Sermón de la Montaña propone un programa de vida vivida en la fe en el Hijo de Dios y en un espíritu filial ante el Padre celestial".
4) En el Sermón de la Montaña Jesús es el Maestro que:
2) "El Sermón de la Montaña – y dentro de él las Bienaventuranzas - es el retrato más fiel de Jesucristo que podamos tener y, en consecuencia, es el modelo de vida más exacto que él mismo nos haya propuesto. Y también nos revela los rasgos que el Espíritu Santo quiere reproducir en nosotros. A fin de modelarnos y con-formarnos con la imagen y semejanza del Hijo de Dios."
3) "El Sermón de la Montaña propone un programa de vida vivida en la fe en el Hijo de Dios y en un espíritu filial ante el Padre celestial".
4) En el Sermón de la Montaña Jesús es el Maestro que:
·
nos enseña
·
a todos
·
con el ejemplo de su vida y con sus palabras
·
a vivir como Hijos de Dios
·
y nos comunica las promesas del Padre
·
viviendo como Él vivió, los que quieran ser sus discípulos aprenderán de
él a vivir como Hijos de Dios.
De ese modo, el Padre cumplirá en ellos sus promesas, como antes las cumplió con Jesús. No es otra cosa lo que Jesús tiene para enseñarnos: vino a enseñarnos con su ejemplo y su palabra a vivir como Hijos de Dios. No vino a traer doctrinas esotéricas, sino esta única y divina sabiduría. Y esta sabiduría y vida divina de hijos, se ofrece a todos los hombres.
5) “Jesús – dijo Juan Pablo II - no se limitó a proclamar las Bienaventuranzas; también las vivió. Al repasar su vida, releyendo el Evangelio, quedamos admirados: el más pobre de los pobres, el ser más manso entre los humildes, la persona de corazón más puro y misericordioso es precisamente él, Jesús. Las Bienaventuranzas no son más que la descripción de un rostro, su Rostro. Al mismo tiempo, las Bienaventuranzas describen al cristiano: son el retrato del discípulo de Jesús, la fotografía del hombre que ha acogido el reino de Dios y quiere sintonizar su vida con las exigencias del Evangelio. A este hombre Jesús se dirige llamándolo "bienaventurado". La alegría que las Bienaventuranzas prometen es la alegría misma de Jesús: una alegría buscada y encontrada en la obediencia al Padre y en la entrega a los hermanos.”
6) La doctrina de Jesús no es diversa de su vida. Es su vida misma convertida en contenido de su enseñanza. Por eso, no hay mejor comentario para las palabras de la enseñanza de Jesús, cuando no entendamos lo que quiere decir, que observar su propia vida. Por ejemplo, si queremos saber qué significa "poner la otra mejilla" (Mt 5,39; Lc 6,29) tenemos que contemplar a Jesús en su Pasión, respo ndiendo al siervo del pontífice que acaba de golpearlo en el rostro: "si he hablado mal prueba en qué; y si no, ¿por qué me pegas?" (Juan 18, 23) Jesús pone la otra mejilla exponiéndose a un castigo mayor al pedir explicaciones. Lejos de una actitud de cobardía y achicamiento, Jesús muestra así su valentía, su coraje.
7) Para comprender el alcance y el significado de las Bienaventuranzas (Mateo 5, 1-12), el mejor camino es ver cómo las vivió Jesús y cómo se cumplieron en él lo que prometen.
¿Ideales imposibles? ¿Ley impracticable? ¿Mandamientos imposibles de cumplir? ¡No! ¡Promesas del Padre! ¡cumplidas en Jesús, en María, en los santos y ofrecidas a todos los que quieran vivir como el Hijo.
8) Y por ser promesas del Padre a los que vivan como hijos, para comprenderlas hay que considerar atentamente cómo las vivió Jesús y cómo el Padre le cumplió las promesas.
9) De hecho, las Bienaventuranzas se oponen punto por punto a las normas de vida y a la jerarquía de valores corrientes por el que se rige, en la práctica, el “hombre de hoy” en el mundo moderno.
·
a nuestro apetito de riquezas oponen la pobreza
·
a nuestros instintos de fuerza, de violencia y de dominación de los
demás, oponen la mansedumbre
·
a nuestra hambre de autoafirmación y a nuestra sed de disfrutar, oponen
el hambre y sed de justicia; y no de cualquier justicia, sino de la que supera
la de los escribas y fariseos, es decir, la justicia de los hijos de Dios
·
a nuestra dureza de corazón, oponen la misericordia de Jesús y del
Padre;
·
a nuestra susceptibilidad e inclinación al conflicto, oponen el espíritu
de paz;
·
a nuestra vanidad y a nuestra dependencia de la opinión ajena, oponen la
libertad de los hijos, que no buscan su propia gloria sino la del Padre.
10) ¿Nos predica el Sermón de la Montaña una moral inaplicable en lo concreto?
¿Nos sitúa ante un ideal imposible? Parecería que en las Bienaventuranzas,
Jesús se complaciera en poner la felicidad y la bienaventuranza en todo lo que
nos repugna y nos asusta. 11) Lo que pasa es que vivir como hijos de Dios Padre es algo distinto que el modo de vivir del hombre natural y aún de la elevada justicia de los judíos piadosos. El hombre natural se inclina a poner la felicidad en el bienestar. Los escribas y fariseos en la guarda de los mandamientos. Lo que Jesús describe es un modo de vivir que, o bien se recibe de manos del Padre o es, en verdad, inalcanzable. Nadie puede alcanzarlo por sí mismo. Sería como darse el ser a sí mismo, sin intervención de un padre. La bienaventuranzas revelan que la felicidad no consiste en el bienestar sino en el amor de hijos al Padre y en recibirlo todo del Padre viviendo en su amor.
12) El Sermón de la Montaña sería una moral inaplicable y un ideal imposible si solamente nos ofreciera una ley como las demás: un texto, un código de conducta, una serie de mandamientos. Pero las Bienaventuranzas son principalmente promesas, ofertas, invitaciones. Promesas de la acción del Espíritu santo en el corazón del hombre. Lo que tienen que hacer los que aspiran a vivir como hijos, es, antes que nada, creer en las promesas del Padre, cumplidas en Jesús y que Jesús nos hace en la Bienaventuranzas. Las Bienaventuranzas contienen las promesas y la revelación de lo que el Espíritu Santo quiere llevar a cabo en nuestras vidas, si nos prestamos a su acción por la fe y la caridad: hacernos vivir como Hijos del Padre. Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.
13) Las Bienaventuranzas son promesas de que a los que vivan como Jesús, el padre les dará lo mismo que dio a Jesús "El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo cargue su cruz y sígame... quien pierda su vida por mí y por el evangelio, ese la salvará." (Marcos 9, 34-35) San Ignacio de Loyola propone la invitación de Jesús a seguirlo en estos términos "Quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria."
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