En esta semana XXVII tenemos dos grandes enseñanzas:
la fe y la gratuidad de Dios.
La oposición entre Jesús y los fariseos está sobre
todo en la fe y la gratuidad. Los fariseos pretendían conquistar a Dios y
salvarse por sus propios méritos, como gran parte de los cristianos actuales.
Jesús nos enseña que no nos salvan las obras, sino
la fe; o sea, nos salva Dios, si tenemos fe; y nos salva
gratuitamente.
Las obras buenas, la vida santa no es la causa
de nuestra salvación, sino su consecuencia. Dios nos perdona y nos salva
gratuitamente por la fe, y esa salvación hace que produzcamos toda clase de
obras buenas.
Nuestra vida santa es la
consecuencia y el test de la fe verdadera. Cuando hay fe verdadera, hay
obras buenas. El intento de conquistar a Dios con nuestros méritos denota
idolatría. Todo es gratuito. Por eso Jesús nos dirá que, cuando nos
sacrificamos y obramos bien, “sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”,
porque Dios ya nos ha dado su gracia.La fe, según el Evangelio, es un don, es un regalo de Dios, totalmente gratuito, inmerecido; junto a esto, es una experiencia parecida al amor, una experiencia de amistad que transforma la vida y trastoca la jerarquía de valores en la que apoyamos nuestra vida. Y esto que parece tan sencillo de entender, no es tan fácil de vivir, sobre todo en esta sociedad nuestra donde todo tiene un precio y donde las cosas, las relaciones muchas veces se compran y se venden. Aunque es verdad que mucha gente busca hoy más que nunca esa sensación de ser amado gratuitamente, quizá porque eso es precisamente lo que no siente ni vive. Terrible sociedad que nos hace desconfiar de los demás, de los amigos, incluso de la familia, que nos hace creer que todo se vive por interés. Y así cómo vamos a entender y vivir la fe desde una experiencia de gratuidad y de amor.
Primera lectura: El
pequeño libro de Habacuc contiene, en forma poética, un intenso diálogo entre
Dios y el profeta. El texto ofrece pocos datos históricos concretos, de modo
que resulta difícil fecharlo con precisión. Probablemente se escribió en
tiempos cercanos a la invasión de Jerusalén por parte de los babilonios (siglo
VI a. C.).
Los
fragmentos iniciales afrontan el problema del mal, y el escándalo del silencio
de Dios ante el sufrimiento de los justos. En el fragmento leído hoy, además de
la pregunta, hay una solemne introducción a la respuesta divina, que debe ser
puesta por escrito para que tenga una validez permanente y pueda ser leída a lo
largo de los tiempos.
La
síntesis del mensaje que llega de Dios es que los injustos recibirán las
consecuencias de su maldad, mientras que los que mantengan la fidelidad a Dios
serán liberados finalmente de sus sufrimientos. El profeta quiere transmitir la
convicción creyente según la cual Dios no permanece indiferente ante el
sufrimiento de los justos ni se desentiende de la historia humana, sino que
interviene en el momento oportuno para hacer justicia.
Lectura de la profecía de Habacuc (1,2-3;2,2-4):¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?
El Señor me respondió así: «Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»
PALABRA DE DIOS.
TE ALABAMOS SEÑOR.
Salmo -Sal 94,1-2.6-7.8-9
R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.
Segunda Lectura: 2 Timoteo 1,6-8.13-14
La
segunda Carta a Timoteo se presenta básicamente como una serie de instrucciones
que el apóstol Pablo, encarcelado y con la perspectiva de una muerte próxima,
deja a Timoteo, su colaborador más cercano. Las recomendaciones están pensadas
especialmente para los responsables de las comunidades cristianas, pero son
aplicables sin dificultad a todos los creyentes.
Uno de
los elementos que se repiten a menudo es la fidelidad al valioso
"tesoro" de la fe que los cristianos se van transmitiendo por el
testimonio misionero. El autor exhorta a conservar esta fe con firmeza en medio
de todas las pruebas y dificultades. Para mantener la fortaleza el cristiano no
cuenta tan sólo con sus fuerzas, sino con la ayuda del Espíritu Santo que le ha
sido comunicado y que le da "fortaleza, amor y moderación". Es
necesario, eso sí, no dejar apagar la llama de este don recibido, que permanece
de forma viva y activa en el interior de los creyentes.
Vale la
pena señalar que la fe del cristiano tiene una fuerte dimensión histórica. Por
una parte, debe estar enraizada en el pasado, en el que se ha recibido, y, por
otra, debe ser vivida con constancia firme para que no se debilite en medio de
las dificultades presentes.
"Reaviva
el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha
dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No
te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma
parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Ten delante
la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor en Cristo
Jesús. Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita
en nosotros".
Palabra de Dios
Palabra de Dios
Te alabamos Señor
En
aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»
El
evangelio de este domingo comienza con una petición concreta de los apóstoles:
"Auméntanos la fe". Esta petición se da en un contexto en que Jesús
previene a sus discípulos de no ser ocasión de pecado o tropiezo para los
pequeños, y de haber dado algunas recomendaciones sobre el perdón. Si nos vamos
más atrás, podemos ver a Jesús dedicado de tiempo completo a instruir a sus
discípulos: les advierte sobre la seriedad y los riesgos de seguirlo (Lc
9,57-62), les enseña a orar (11,1-13), los previene contra la hipocresía y la
levadura de los fariseos (12,1-12), les advierte sobre el peligro de las riquezas
(12,13-21; 16,19-31), y les insiste en la misericordia y el perdón (16,1-32;
19,1-10). Muchas han sido las recomendaciones y exigencias de Jesús a sus
discípulos desde que tomó la determinación de subir a Jerusalén. Los discípulos
se sienten limitados, con muy pocos recursos y con necesidad de tener más fe.
Por eso su petición. Lo curioso es que Jesús no responde a esta petición de
manera directa, sino con una oración condicional, con una comparación: "Si
tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían
decir a ese árbol frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar, y los
obedecería"'. Lo que parece decir Jesús es que el asunto de fondo no es
tener más o menos fe, sino tener una fe firme, aunque ésta sea pequeña. Dios se
compromete con nosotros, nos da su amor y el don de la fe; pero quiere que sea
una fe comprometida, una fe puesta en práctica. Para ejemplificar esto, Jesús
utiliza la imagen del criado laborioso que cumple su jornada de trabajo. Así
como se aprende a amar en el ejercicio del amor, la fe se aumenta o fortalece
al ponerla en práctica: al hacer todo aquello que Jesús ha enseñado con su
vida.
Jesús no
quiere terminar esta instrucción sin tratar el tema de la gratuidad de la fe.
La comparación parece dura: "¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido (el
amo) con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?". Hay una
invitación a hacer las cosas con humildad, sin esperar nada a cambio; a
reconocer que la fe es ante todo un don y que la capacidad de vivir la fe, de
cumplir lo mandado, no es sino gracia. Por eso Jesús termina: "Cuando
hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: 'No somos más que siervos, sólo
hemos hecho lo que teníamos que hacer' ".
La respuesta de Jesús "Si tuvieran fe..." nos
hace ir más allá del "más", nos hace ir hasta la radicalidad de la
fe, nos hace ir a plantearnos si nuestra vida está arraigada y fundamentada en
Dios y en su palabra o no. No se trata de creer poco o mucho. Si creemos,
aunque nuestra fe sea muy inicial, como una semilla, podremos conseguir lo que
la fuerza de la fe, que nos introduce en la comunión con Dios, nos hace posible
llevar a término: apartar todos los obstáculos que nos privarían de llegar
hasta la vida verdadera.
Es en este sentido que Habacuc profetiza que "el
justo... vivirá por su fe". Es la realidad admirable de que nos habla san
Juan refiriéndose a los que han acogido en este mundo la Luz verdadera: "a
todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a
los que creen en su nombre" (Jn 1,12). Es lo que dice Jesús a Nicodemo:
"tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el
que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). O lo que
dice a Marta: "El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel
que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre" (Jn 11,25-26).
Conviene que no nos engañemos pensando que la fe nos puede llevar a hacer
"pequeños milagros" en la vida de cada día. La fe nos lleva hasta la
vida eterna. Por eso pedir la fe es pedir la vida eterna; y pedir la vida
eterna es pedir empezar a vivirla, ya desde ahora, por la fe.
Por esto, creer o no creer es una cuestión tan radical.
Nuestra petición, en este sentido, es que nos sea concedido "vivir en la
fe": vivir en la fe, atentos siempre a la voz del Señor y escuchándolo con
aquella actitud de adoración (como la que el salmo nos invita a tener) propia
de los que creen que él es "la Roca que nos salva".
SERVIR AL SEÑOR: Juntamente con esta fe, plena y sincera, en el Señor,
el Evangelio nos exhorta a servirlo con toda fidelidad, a poner toda nuestra
vida a su servicio. El Evangelio nos hace también, en este sentido, una llamada
radical: debemos servir sin reservas a quien confesamos que es nuestro Dios y
Señor. Se nos recuerda hoy que servir al Señor no es "otra cosa que
cumplir con nuestro deber". Servir al Señor, con todo el corazón y toda el
alma, es lo que ahora nos toca hacer. Vendrá el día en que, si lo hacemos así,
se nos podrán aplicar aquellas palabras que también escuchábamos del Evangelio
unos domingos atrás: "Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar,
encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a
la mesa y él mismo les servirá" (Lc 12,37). Nuestra fe en Dios, y el
servicio sincero que ahora le prestamos, nos hacen vivir con esta esperanza.
SERVIR A LA IGLESIA: El apóstol, en la Carta a Timoteo, nos habla de un
servicio concreto que algunos son llamados a hacer: el de servir a Dios,
velando por su Iglesia por medio del ministerio apostólico. A los que Dios
confía este servicio les confía un tesoro. Que así sea vivido por los que lo
deben ejercer y que sean muchos los llamados a realizarlo.
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
ARTÍCULO 7
LAS VIRTUDES
LAS VIRTUDES
II. Las virtudes
teologales: La fe
1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la verdad misma. Por la fe "el hombre se entrega entera y libremente a Dios" (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. "El justo vivirá por la fe" (Rom 1,17). La fe viva "actúa por la caridad" (Gál 5,6).
1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la verdad misma. Por la fe "el hombre se entrega entera y libremente a Dios" (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. "El justo vivirá por la fe" (Rom 1,17). La fe viva "actúa por la caridad" (Gál 5,6).
1815 El don de la fe permanece en el que no
ha pecado contra ella (cf Cc Trento: DS 1545). Pero, "la fe sin obras
está muerta" (St 2,26): Privada de la esperanza y de la caridad, la fe
no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su
Cuerpo.
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo
guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla
con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo
delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio
de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42; cf DH 14).
El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación:
"Por todo aquél que se declare por mí ante los hombres, yo también me
declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me
niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en
los cielos" (Mt 10,32-33).
Meditación
del Papa
Jesús nos invita a ser humildes y pone el ejemplo de un siervo que ha trabajado en el campo. Cuando regresa a casa, el patrón le pide que trabaje más. Según la mentalidad del tiempo de Jesús, el patrón tenía pleno derecho a hacerlo. El siervo debía al patrón una disponibilidad completa, y el patrón no se sentía obligado hacia él por haber cumplido las órdenes recibidas. Jesús nos hace tomar conciencia de que, frente a Dios, nos encontramos en una situación semejante: somos siervos de Dios; no somos acreedores frente a él, sino que somos siempre deudores, porque a él le debemos todo, porque todo es un don suyo. Aceptar y hacer su voluntad es la actitud que debemos tener cada día, en cada momento de nuestra vida. Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un servicio y por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción que puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al servicio del Señor, en la Iglesia. En cambio, debemos ser conscientes de que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios. Debemos decir, como nos sugiere Jesús: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Esta es una actitud de humildad que nos pone verdaderamente en nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso con nosotros»
Jesús nos invita a ser humildes y pone el ejemplo de un siervo que ha trabajado en el campo. Cuando regresa a casa, el patrón le pide que trabaje más. Según la mentalidad del tiempo de Jesús, el patrón tenía pleno derecho a hacerlo. El siervo debía al patrón una disponibilidad completa, y el patrón no se sentía obligado hacia él por haber cumplido las órdenes recibidas. Jesús nos hace tomar conciencia de que, frente a Dios, nos encontramos en una situación semejante: somos siervos de Dios; no somos acreedores frente a él, sino que somos siempre deudores, porque a él le debemos todo, porque todo es un don suyo. Aceptar y hacer su voluntad es la actitud que debemos tener cada día, en cada momento de nuestra vida. Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un servicio y por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción que puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al servicio del Señor, en la Iglesia. En cambio, debemos ser conscientes de que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios. Debemos decir, como nos sugiere Jesús: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Esta es una actitud de humildad que nos pone verdaderamente en nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso con nosotros»
Benedicto XVI, 3 de octubre de 2010.
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