Con una catequesis del Papa Francisco para los catequistas, este viernes por la tarde, los participantes en el penúltimo evento del Año de la Fe – el último será la Jornada Mariana del próximo 13 de octubre – se preparan para culminar la Jornada de los catequistas, con la Santa Misa que presidirá el Obispo de Roma el próximo domingo.
«El Catequista, testigo de la fe», es el tema el central de las jornadas, que
se proponen impulsar tanto la persona como el rol del catequista, ante los
desafíos de hoy, que apremian a sostener, promover y formar catequistas capaces
de salir al paso de las necesidades del tiempo presente, para ofrecer un
testimonio capaz de hacer posible la propuesta del Dios de Jesucristo a
nuestros contemporáneos. Recordando que los que están llamados a asumir la gran
responsabilidad de transmitir la fe, saben que el testimonio de vida es el
elemento privilegiado para la credibilidad de su misión.
En el Congreso Internacional de Catequesis, que precedió estas Jornadas, el arzobispo Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, señaló este jueves que hay que evitar el peligro "de que la Iglesia emprenda un camino de nueva evangelización", dejando " que la catequesis se quede con las mismas características del pasado”.
Mons. Fisichella, hizo hincapié en cómo la relación que lleva a unir la "nueva evangelización" y la "catequesis" "conlleva necesariamente la exigencia de una renovada interpretación del proceso catequético, como instrumento al servicio de la comunidad cristiana, para encontrar a los creyentes y a cuantos están buscando el sentido de la vida".
Alentando a recuperar el impulso del anuncio, siendo verdaderos instrumentos del anuncio, Monseñor Fisichella destacó "la necesidad de una catequesis que se desarrolle en clave misionera, tanto en los países de antigua tradición cristiana, como en los lugares donde hay que presentar el primer anuncio, con la novedad de la fe y su importancia para la vida.
El Arzobispo que preside el Pontificio Consejo para la nueva Evangelización señaló que, en el contexto cultural actual, es evidente que la separación de la fe bautismal se expresa de muchas maneras. En el analfabetismo religioso, extendido también a creyentes que ocupan puestos de relieve cultural en su vida profesional; la falta de identidad del creyente, que se refleja en conductas que a menudo están en abierto conflicto con la fe; la indiferencia a la participación en la vida de la comunidad, con la consiguiente pérdida del sentido de pertenencia a la Iglesia, y una visión relativista de los contenidos de la fe y la moral, que prescinden de la perspectiva de la fe".
Ante la realidad del momento presente Mons. Fisichella alentó a los catequistas a no desanimarse, perseverando en su misión y recordando que la catequesis está llamada a ser una etapa importante en este movimiento de nueva evangelización, que la Iglesia ha emprendido, para interpelar ante todo a los cristianos, en el anuncio y en la transmisión de la fe, empezando por la centralidad de la familia.
El primer acto de las jornadas fue el Consejo Internacional para la Catequesis - el pasado 25 de septiembre – con el fin de estudiar las cuestiones más importantes de la catequesis para brindar un servicio unitario a las conferencias episcopales y permitir el intercambio de experiencias. El Consejo, instituido por Pablo VI en 1973, fue renovado el 1 de octubre de 2012 y su primera tarea es la de verificar el estado de la catequesis en el mundo en esta última década y proyectar su misión derivada de su nuevo lazo con la evangelización.
Luego, el Congreso internacional de catequesis - en el Aula Pablo VI del Vaticano del 26 al 28 de septiembre - centrado en la primera parte del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el tema de la fe. Durante estas jornadas - en las que participan 104 delegaciones procedentes de 50 países por un total de 1.600 personas - se alternan relatores procedentes de varios centros académicos. El momento más esperado es la catequesis del Papa Francisco, de este viernes, 27, a las cinco de la tarde.
La tercera etapa - 28 y 29 de septiembre - está dedicada a la peregrinación a la tumba de San Pedro y a la catequesis unida a la celebración del sacramento de la Reconciliación y de la adoración eucarística.
En el Congreso Internacional de Catequesis, que precedió estas Jornadas, el arzobispo Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, señaló este jueves que hay que evitar el peligro "de que la Iglesia emprenda un camino de nueva evangelización", dejando " que la catequesis se quede con las mismas características del pasado”.
Mons. Fisichella, hizo hincapié en cómo la relación que lleva a unir la "nueva evangelización" y la "catequesis" "conlleva necesariamente la exigencia de una renovada interpretación del proceso catequético, como instrumento al servicio de la comunidad cristiana, para encontrar a los creyentes y a cuantos están buscando el sentido de la vida".
Alentando a recuperar el impulso del anuncio, siendo verdaderos instrumentos del anuncio, Monseñor Fisichella destacó "la necesidad de una catequesis que se desarrolle en clave misionera, tanto en los países de antigua tradición cristiana, como en los lugares donde hay que presentar el primer anuncio, con la novedad de la fe y su importancia para la vida.
El Arzobispo que preside el Pontificio Consejo para la nueva Evangelización señaló que, en el contexto cultural actual, es evidente que la separación de la fe bautismal se expresa de muchas maneras. En el analfabetismo religioso, extendido también a creyentes que ocupan puestos de relieve cultural en su vida profesional; la falta de identidad del creyente, que se refleja en conductas que a menudo están en abierto conflicto con la fe; la indiferencia a la participación en la vida de la comunidad, con la consiguiente pérdida del sentido de pertenencia a la Iglesia, y una visión relativista de los contenidos de la fe y la moral, que prescinden de la perspectiva de la fe".
Ante la realidad del momento presente Mons. Fisichella alentó a los catequistas a no desanimarse, perseverando en su misión y recordando que la catequesis está llamada a ser una etapa importante en este movimiento de nueva evangelización, que la Iglesia ha emprendido, para interpelar ante todo a los cristianos, en el anuncio y en la transmisión de la fe, empezando por la centralidad de la familia.
El primer acto de las jornadas fue el Consejo Internacional para la Catequesis - el pasado 25 de septiembre – con el fin de estudiar las cuestiones más importantes de la catequesis para brindar un servicio unitario a las conferencias episcopales y permitir el intercambio de experiencias. El Consejo, instituido por Pablo VI en 1973, fue renovado el 1 de octubre de 2012 y su primera tarea es la de verificar el estado de la catequesis en el mundo en esta última década y proyectar su misión derivada de su nuevo lazo con la evangelización.
Luego, el Congreso internacional de catequesis - en el Aula Pablo VI del Vaticano del 26 al 28 de septiembre - centrado en la primera parte del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el tema de la fe. Durante estas jornadas - en las que participan 104 delegaciones procedentes de 50 países por un total de 1.600 personas - se alternan relatores procedentes de varios centros académicos. El momento más esperado es la catequesis del Papa Francisco, de este viernes, 27, a las cinco de la tarde.
La tercera etapa - 28 y 29 de septiembre - está dedicada a la peregrinación a la tumba de San Pedro y a la catequesis unida a la celebración del sacramento de la Reconciliación y de la adoración eucarística.
Me alegra que en el Año de la fe se lleve a cabo para ustedes este encuentro: la catequesis es una columna para la educación de la fe, y ¡se necesitan buenos catequistas! Gracias por este servicio a la Iglesia y en la Iglesia. También a veces puede ser difícil, se trabaja tanto, se empeña y no se ven los resultados deseados, ¡educar en la fe es bello! Es quizás la mejor herencia que podemos dar: ¡la fe! Educar en la fe, para que esta crezca. Ayudar a los niños, a los muchachos, a los jóvenes, a los adultos a conocer y a amar cada vez más al Señor, es una de las aventuras educativas más bellas, ¡se construye la Iglesia! ¡“Ser” catequistas! No trabajar como catequistas, ¡eh! ¡Eso no sirve! Yo trabajo como catequista porque me gusta enseñar… pero tú no eres catequista, ¡no sirve! ¡No serás fecundo! ¡No serás fecunda! Catequista es una vocación: “ser catequista”, esa es la vocación; no trabajar como catequista. Entiendan bien, no he dicho “hacer” el catequista, sino “serlo”, porque envuelve la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Recuerden aquello que Benedicto XVI nos ha dicho: “la Iglesia no crece por proselitismo. Crece por atracción”. Y eso que atrae es el testimonio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente con la propia vida. Y esto no es fácil. ¡No es fácil! Nosotros ayudamos, nosotros guiamos hacia el encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Me gusta recordar aquello que San Francisco de Asís decía a sus frailes: “prediquen siempre el Evangelio y si fuese necesario también con las palabras”. Pero antes el testimonio: que la gente vea en sus vidas el Evangelio, pueda leer el Evangelio. Y “ser” catequistas requiere amor, amor a Cristo cada vez más fuerte, amor a su pueblo santo. Y este amor no se compra en las tiendas; no se compra ni siquiera aquí en Roma. ¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo parte de Cristo y nosotros debemos volver a partir desde Cristo, de este amor que nos da. Para un catequista, para ustedes, también para mí, porque también yo soy catequista ¿qué cosa significa este volver a partir de Cristo? ¿Qué cosa significa?
1.- Ante todo hablaré de tres cosas: uno, dos,
tres, como hacían los viejos jesuitas… ¡uno, dos y tres! Antes que nada, volver
a partir desde Cristo significa tener familiaridad con Él. Tener esta
familiaridad con Jesús. Jesús lo recomienda con insistencia a los discípulos en
la Última Cena, cuando se disponen a vivir con Él el don más alto de amor, el
sacrificio de la Cruz.
Jesús utiliza la imagen de la vid y de los sarmientos y
dice: permanezcan en mi amor, permanezcan unidos a mí, como el sarmiento está
unido a la vid. Si estamos unidos a Él podemos dar fruto, y ésta es la
familiaridad con Cristo. ¡Permanecer en Jesús! Es un permanecer apegado a Él,
dentro de Él, con Él, hablando con Él: pero, permanecer en Jesús.
La primera cosa, para un discípulo, es estar con el Maestro, escucharlo, aprender de Él. Y esto vale siempre, ¡es un camino que dura toda la vida, eh! Recuerdo, tantas veces en la diócesis, en la otra diócesis que tenía antes, de haber visto al final de los cursos en el seminario catequístico, a los catequistas que salían: “!tengo el título de catequista!”. Eso no sirve, no tienes nada: ¡has hecho un camino pequeñito, eh! ¿Quién te ayudará? ¡Esto vale siempre! No es un título, es una actitud: ¡estar con Él y dura toda la vida! Es un estar en presencia del Señor, dejarse mirar por Él. Yo les pregunto: “¿cómo están ustedes en presencia del Señor?” Cuando vas al Señor, miras el Tabernáculo, ¿qué cosa haces? Sin palabras… “Pero yo digo, digo, pienso, medito, siento…” ¡Muy bien! ¿Pero tú te dejas mirar por el Señor? ¡Dejarse mirar por el Señor! Él nos mira y esta es una forma de rezar. ¿Te dejas mirar por el Señor? “pero ¿cómo se hace?”. Mira el Tabernáculo y déjate mirar… ¡Es simple! “Es un poco aburrido, me duermo…”. ¡Duérmete! ¡Duérmete! Él te mirará lo mismo. Él te mirará lo mismo. ¡Pero estate seguro que Él te mira! Y esto es más importante que el título de catequista: es parte del ser catequista. Esto enardece el corazón, tiene encendido el fuego de la amistad con el Señor, te hace sentir que Él te mira verdaderamente, te es cercano y te quiere. En una de las salidas que he hecho, aquí en Roma, en una misa, se me acercó un señor, relativamente joven, y me dijo: “Padre, un gusto conocerlo. ¡Pero yo no creo en nada! ¡No tengo el don de la fe!”. Entendía que era un don… “¡No tengo el don de la fe! ¿Usted qué cosa me dice?”. “¡No te desconsueles. Él te quiere. Déjate mirar por Él! Nada más”. Y esto se los digo a ustedes. ¡Déjense mirar por el Señor! Entiendo que para ustedes no es tan fácil: especialmente para quien está casado y tiene hijos, es difícil encontrar un largo tiempo de calma. Pero, gracias a Dios, no es necesario, no es necesario que todos lo hagan de la misma manera, en la Iglesia hay variedad de vocaciones y variedad de formas espirituales; lo importante es encontrar la manera adecuada para estar con el Señor; y esto se puede, es posible en todo estado de vida. En este momento cada uno puede preguntarse: ¿cómo vivo yo este “estar” con Jesús? Esta es una pregunta que les dejo: “¿cómo vivo yo este estar con Jesús? ¿Este permanecer en Jesús?” ¿Tengo momentos en los que permanezco en su presencia, en silencio, me dejo mirar por Él? ¿Dejo que su fuego enardezca mi corazón? Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás? ¡Piensen en esto, eh!
2. El segundo elemento es éste. Segundo: volver a partir de Cristo significa imitarlo en el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro. Ésta es una experiencia hermosa, y un poco paradójica. ¿Por qué? Porque nos coloca al centro de la propia vida ¡Cristo se descentraliza! Mientras más te unes a Jesús y Él se vuelve el centro de tu vida, más Él te hace salir de ti mismo, te descentraliza y te abre a los otros. Este es el verdadero dinamismo de amor, ¡éste es el movimiento de Dios mismo! Dios es el centro, pero es siempre don de sí mismo, relación, vid que se comunica… Así nos transformamos si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. Pero siempre es don de sí, relación, vida que se comunica. Así también nosotros nos convertimos, si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. Donde hay verdadera vida en Cristo, hay apertura hacia el otro, hay salida de sí para ir al encuentro del otro en el nombre de Cristo. Y este es el trabajo del catequista: salir continuamente de sí por amor, para testimoniar a Jesús y hablar de Jesús, predicar a Jesús. Pero esto es importante porque lo hace el Señor: es precisamente el Señor que nos empuja a salir. El corazón del catequista vive siempre este movimiento de “sístole - diástole”: Unión con Jesús - encuentro con el otro. Son las dos cosas: yo me uno a Jesús y salgo al encuentro con los demás. Si falta uno de estos dos movimientos el corazón no late más, no puede vivir. Recibe como don el kerigma, y a su vez lo ofrece como don. Esta palabrita: don. El catequista es consciente que ha recibido un don, el don de la fe, y lo da como don a los otros. Y esto es hermoso… y por esto no se saca un porcentaje, ¿eh? ¡Todo lo que recibe, lo da! ¡Esto no es un negocio! ¡No es un negocio! Es don puro: don recibido y don transmitido. Y el catequista está allí, en este cruce de dones. Es así en la naturaleza misma del kerigma: es un don que genera misión, que empuja siempre más allá de nosotros mismos.
La primera cosa, para un discípulo, es estar con el Maestro, escucharlo, aprender de Él. Y esto vale siempre, ¡es un camino que dura toda la vida, eh! Recuerdo, tantas veces en la diócesis, en la otra diócesis que tenía antes, de haber visto al final de los cursos en el seminario catequístico, a los catequistas que salían: “!tengo el título de catequista!”. Eso no sirve, no tienes nada: ¡has hecho un camino pequeñito, eh! ¿Quién te ayudará? ¡Esto vale siempre! No es un título, es una actitud: ¡estar con Él y dura toda la vida! Es un estar en presencia del Señor, dejarse mirar por Él. Yo les pregunto: “¿cómo están ustedes en presencia del Señor?” Cuando vas al Señor, miras el Tabernáculo, ¿qué cosa haces? Sin palabras… “Pero yo digo, digo, pienso, medito, siento…” ¡Muy bien! ¿Pero tú te dejas mirar por el Señor? ¡Dejarse mirar por el Señor! Él nos mira y esta es una forma de rezar. ¿Te dejas mirar por el Señor? “pero ¿cómo se hace?”. Mira el Tabernáculo y déjate mirar… ¡Es simple! “Es un poco aburrido, me duermo…”. ¡Duérmete! ¡Duérmete! Él te mirará lo mismo. Él te mirará lo mismo. ¡Pero estate seguro que Él te mira! Y esto es más importante que el título de catequista: es parte del ser catequista. Esto enardece el corazón, tiene encendido el fuego de la amistad con el Señor, te hace sentir que Él te mira verdaderamente, te es cercano y te quiere. En una de las salidas que he hecho, aquí en Roma, en una misa, se me acercó un señor, relativamente joven, y me dijo: “Padre, un gusto conocerlo. ¡Pero yo no creo en nada! ¡No tengo el don de la fe!”. Entendía que era un don… “¡No tengo el don de la fe! ¿Usted qué cosa me dice?”. “¡No te desconsueles. Él te quiere. Déjate mirar por Él! Nada más”. Y esto se los digo a ustedes. ¡Déjense mirar por el Señor! Entiendo que para ustedes no es tan fácil: especialmente para quien está casado y tiene hijos, es difícil encontrar un largo tiempo de calma. Pero, gracias a Dios, no es necesario, no es necesario que todos lo hagan de la misma manera, en la Iglesia hay variedad de vocaciones y variedad de formas espirituales; lo importante es encontrar la manera adecuada para estar con el Señor; y esto se puede, es posible en todo estado de vida. En este momento cada uno puede preguntarse: ¿cómo vivo yo este “estar” con Jesús? Esta es una pregunta que les dejo: “¿cómo vivo yo este estar con Jesús? ¿Este permanecer en Jesús?” ¿Tengo momentos en los que permanezco en su presencia, en silencio, me dejo mirar por Él? ¿Dejo que su fuego enardezca mi corazón? Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás? ¡Piensen en esto, eh!
2. El segundo elemento es éste. Segundo: volver a partir de Cristo significa imitarlo en el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro. Ésta es una experiencia hermosa, y un poco paradójica. ¿Por qué? Porque nos coloca al centro de la propia vida ¡Cristo se descentraliza! Mientras más te unes a Jesús y Él se vuelve el centro de tu vida, más Él te hace salir de ti mismo, te descentraliza y te abre a los otros. Este es el verdadero dinamismo de amor, ¡éste es el movimiento de Dios mismo! Dios es el centro, pero es siempre don de sí mismo, relación, vid que se comunica… Así nos transformamos si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. Pero siempre es don de sí, relación, vida que se comunica. Así también nosotros nos convertimos, si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. Donde hay verdadera vida en Cristo, hay apertura hacia el otro, hay salida de sí para ir al encuentro del otro en el nombre de Cristo. Y este es el trabajo del catequista: salir continuamente de sí por amor, para testimoniar a Jesús y hablar de Jesús, predicar a Jesús. Pero esto es importante porque lo hace el Señor: es precisamente el Señor que nos empuja a salir. El corazón del catequista vive siempre este movimiento de “sístole - diástole”: Unión con Jesús - encuentro con el otro. Son las dos cosas: yo me uno a Jesús y salgo al encuentro con los demás. Si falta uno de estos dos movimientos el corazón no late más, no puede vivir. Recibe como don el kerigma, y a su vez lo ofrece como don. Esta palabrita: don. El catequista es consciente que ha recibido un don, el don de la fe, y lo da como don a los otros. Y esto es hermoso… y por esto no se saca un porcentaje, ¿eh? ¡Todo lo que recibe, lo da! ¡Esto no es un negocio! ¡No es un negocio! Es don puro: don recibido y don transmitido. Y el catequista está allí, en este cruce de dones. Es así en la naturaleza misma del kerigma: es un don que genera misión, que empuja siempre más allá de nosotros mismos.
San Pablo decía: «El amor de Cristo
nos empuja», pero aquel “nos empuja” se puede traducir también “nos posee”. Y
así: el amor te atrae y te envía, te toma y te dona a los demás. En esta
tensión se mueve el corazón del cristiano, en particular el corazón del
catequista. Preguntémonos todos: ¿es así que late mi corazón de catequista:
unión con Jesús y encuentro con el otro? ¿Con este movimiento de “sístole y
diástole”? Se alimenta en la relación con Él, pero ¿para llevarlo a los demás y
no para retenerlo? Les digo una cosa: no entiendo cómo un catequista pueda
quedarse quieto, sin este movimiento. ¡No entiendo!
3. Y el tercer elemento - tres - se encuentra siempre en esta línea: volver a partir de Cristo significa no tener miedo de ir con Él a las periferias. Aquí me viene a la mente la historia de Jonás, una figura verdaderamente interesante, especialmente en nuestros tiempos de cambios y de incertidumbres. Jonás es un hombre pío, con una vida tranquila y ordenada, esto lo lleva a tener sus esquemas bien claros y a juzgar todo y a todos con estos esquemas, de manera rígida. Tiene todo claro, la verdad es esta… ¡Es rígido!
Por eso cuando el Señor lo llama y le dice ir a predicar a Nínive, la gran ciudad pagana, Jonás no se siente capaz. “¡Ir allá! ¡Pero si yo tengo toda la verdad aquí! No se siente capaz… Nínive está fuera de sus esquemas, está en la periferia de su mundo. Y entonces escapa, huye, se va a España, se embarca en una nave que va por esos lados. ¡Vuelvan a leer el Libro de Jonás! Es breve, pero es una parábola muy instructiva, especialmente para nosotros que estamos en la Iglesia.
¿Qué cosa nos enseña? Nos enseña a no tener miedo de salir de nuestros esquemas para seguir a Dios, porque Dios va siempre más allá. Pero ¿saben una cosa? ¡Dios no tiene miedo! ¿Sabían esto ustedes? ¡No tiene miedo! ¡Está siempre más allá de nuestros esquemas! Dios no tiene miedo de las periferias. Por eso, si ustedes van a las periferias lo encontrarán allí. Dios es siempre fiel, es creativo. Pero por favor, no se entiende un catequista que no sea creativo. Y la creatividad es como la columna del ser catequista. Dios es creativo, no es cerrado, y por esto jamás es rígido, ¡Dios no es rígido! Nos acoge, nos viene al encuentro, nos comprende. Para ser fieles, para ser creativos, es necesario saber cambiar. Saber cambiar. ¿Y por qué debo cambiar? Es para adecuarme a las circunstancias en las que debo anunciar el Evangelio.
3. Y el tercer elemento - tres - se encuentra siempre en esta línea: volver a partir de Cristo significa no tener miedo de ir con Él a las periferias. Aquí me viene a la mente la historia de Jonás, una figura verdaderamente interesante, especialmente en nuestros tiempos de cambios y de incertidumbres. Jonás es un hombre pío, con una vida tranquila y ordenada, esto lo lleva a tener sus esquemas bien claros y a juzgar todo y a todos con estos esquemas, de manera rígida. Tiene todo claro, la verdad es esta… ¡Es rígido!
Por eso cuando el Señor lo llama y le dice ir a predicar a Nínive, la gran ciudad pagana, Jonás no se siente capaz. “¡Ir allá! ¡Pero si yo tengo toda la verdad aquí! No se siente capaz… Nínive está fuera de sus esquemas, está en la periferia de su mundo. Y entonces escapa, huye, se va a España, se embarca en una nave que va por esos lados. ¡Vuelvan a leer el Libro de Jonás! Es breve, pero es una parábola muy instructiva, especialmente para nosotros que estamos en la Iglesia.
¿Qué cosa nos enseña? Nos enseña a no tener miedo de salir de nuestros esquemas para seguir a Dios, porque Dios va siempre más allá. Pero ¿saben una cosa? ¡Dios no tiene miedo! ¿Sabían esto ustedes? ¡No tiene miedo! ¡Está siempre más allá de nuestros esquemas! Dios no tiene miedo de las periferias. Por eso, si ustedes van a las periferias lo encontrarán allí. Dios es siempre fiel, es creativo. Pero por favor, no se entiende un catequista que no sea creativo. Y la creatividad es como la columna del ser catequista. Dios es creativo, no es cerrado, y por esto jamás es rígido, ¡Dios no es rígido! Nos acoge, nos viene al encuentro, nos comprende. Para ser fieles, para ser creativos, es necesario saber cambiar. Saber cambiar. ¿Y por qué debo cambiar? Es para adecuarme a las circunstancias en las que debo anunciar el Evangelio.
Para permanecer con Dios en necesario saber salir, no
tener miedo de salir. Si un catequista se deja llevar por el miedo, es un
cobarde; si un catequista se está ahí tranquilo termina por ser una estatua de
museo: ¡y tenemos tantas eh! ¡Tenemos tantas! ¡Por favor, ninguna estatua de
museo! Si un catequista es rígido se vuelve acartonado y estéril. Les pregunto:
¿alguno de ustedes quiere ser cobarde, estatua de museo o estéril? ¿Alguno lo
quiere? (catequistas ¡No!) ¿No? ¿seguro? ¡Bien! Pero lo que les diré ahora lo
he dicho tantas veces. Pero me viene del corazón decirlo. Cuando nosotros
cristianos estamos cerrados en nuestro grupo, en nuestro movimiento, en nuestra
parroquia, en nuestro ambiente, permanecemos cerrados y nos pasa lo que le pasa
a todo aquel que es cerrado: cuando una habitación está cerrada empieza el olor
de humedad… y si una persona está encerrada en ese cuarto, ¡se enferma! Cuando
un cristiano está cerrado en su grupo, en su parroquia, en su movimiento está
cerrado, se enferma. Si un cristiano sale por las calles en las periferias,
puede pasarle aquello que sucede a cualquier persona que va por la calle: un
accidente… Tantas veces hemos visto accidentes de tráfico… pero les digo:
¡prefiero mil veces una iglesia accidentada y no una iglesia enferma! ¡Una
iglesia, un catequista que tenga el valor de arriesgar para salir y no un
catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo.
Y a veces enfermo de la cabeza…
Y a veces enfermo de la cabeza…
Pero ¡atención! Jesús no dice: vayan,
arréglenselas. ¡No! ¡No dice eso! Jesús dice: ¡vayan, estoy con ustedes! Ésta
es nuestra belleza y nuestra fuerza: si nosotros vamos, si nosotros salimos a
llevar su Evangelio con amor, con verdadero espíritu apostólico, con parresia,
Él camina con nosotros, nos precede, nos “primerea”. ¡El Señor siempre nos
primerea! Ya han aprendido el sentido de esta palabra. ¡Y esto lo dice la
Biblia eh! No lo digo yo. La Biblia dice, el Señor dice en la Biblia: “yo soy como
la flor del almendro”. ¿Por qué? Porque es la primera flor que florece en la
primavera. Él es siempre “primero”. ¡Él es primero! Esto es fundamental para
nosotros: ¡Dios siempre nos precede! Cuando pensamos ir lejos, a una periferia
extrema, y quizás tenemos un poco de temor, en realidad Él ya está allá: Jesús
nos espera en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida
oprimida, en su alma sin fe. Pero ustedes saben, una de las periferias que me
hace tanto mal, que siento dolor -la vi en la diócesis que tenía antes-, es
aquella de los niños que no saben hacerse la señal de la cruz. En Buenos Aires
hay tantos niños que no saben hacerse el signo de la cruz. Esta es una
periferia ¡eh! Se necesita ir ahí. Y Jesús está allí, te espera para ayudar a
ese niño a hacerse el signo de la cruz. Él nos precede siempre.
Queridos catequistas, los tres puntos terminaron… ¡siempre volver a partir de Cristo! Les digo gracias por aquello que hacen, pero sobre todo porque están en la Iglesia, en el Pueblo de Dios en camino. Permanezcamos con Cristo, permanecer en Cristo, busquemos cada vez más de ser una cosa sola con Él; sigámoslo, imitémoslo en su movimiento de amor, en su ir al encuentro del hombre; y salgamos, abramos las puertas, tengamos la audacia de trazar nuevas vías para el anuncio del Evangelio. Que el Señor los bendiga y la Virgen los acompañe. ¡Gracias!
Queridos catequistas, los tres puntos terminaron… ¡siempre volver a partir de Cristo! Les digo gracias por aquello que hacen, pero sobre todo porque están en la Iglesia, en el Pueblo de Dios en camino. Permanezcamos con Cristo, permanecer en Cristo, busquemos cada vez más de ser una cosa sola con Él; sigámoslo, imitémoslo en su movimiento de amor, en su ir al encuentro del hombre; y salgamos, abramos las puertas, tengamos la audacia de trazar nuevas vías para el anuncio del Evangelio. Que el Señor los bendiga y la Virgen los acompañe. ¡Gracias!
Hoy 29 de septiembre, XXVI domingo del Tiempo Ordinario, en la plaza de san Pedro, a las 10.30, el Pontífice presidirá la misa en ocasión de la Jornada de los catequistas.
Una jornada en la que también se recordará el 20º aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.
«El
Catequista, testigo de la fe», El Santo Padre ha celebrado la misa en la Jornada de los Catequistas
Ciudad del Vaticano,
El santo padre ha celebrado la eucaristía del domingo en una repleta plaza
de San Pedro, en la Jornada de los Catequistas, en ocasión del Año de la Fe.
Unas 100.000 personas han estado presentes en la plaza para la celebración
eucarística.
¡Ay de
los que se fían de Sión,... acostados en lechos de marfil!» (Am 6,1.4); comen,
beben, cantan, se divierten y no se preocupan por los problemas de los demás.
·
Son duras
estas palabras del profeta Amós, pero nos advierten de un peligro que todos
corremos. ¿Qué es lo que denuncia este mensajero de Dios, lo que pone ante los
ojos de sus contemporáneos y también ante los nuestros? El riesgo de
apoltronarse, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de
concentrarnos en nuestro bienestar.
Es la misma experiencia del rico del
Evangelio, vestido con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia;
esto era importante para él. ¿Y el pobre que estaba a su puerta y no tenía para
comer? No era asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo
mundano se convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de
nosotros, perdemos nuestra propia identidad como hombres: el rico del Evangelio
no tiene nombre, es simplemente «un rico». Las cosas, lo que posee, son su
rostro, no tiene otro.
·
Pero
intentemos preguntarnos: ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo es posible que los
hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de
poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro
rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. Si falta la
memoria de Dios, todo queda comprimido en el yo, en mi bienestar. La vida, el
mundo, los demás, pierden consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a
una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros
perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro
rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se
convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (Cf. Jr 2,5). Estamos
hechos a imagen y semejanza de Dios, no de las cosas, no de los ídolos.
·
Entonces, mirándoles a ustedes, me pregunto: ¿Quién es el catequista? Es el que
custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe
despertarla en los demás. Qué bello es esto: hacer memoria de Dios, como la
Virgen María que, ante la obra maravillosa de Dios en su vida, no piensa en el
honor, el prestigio, la riqueza, no se cierra en sí misma. Por el contrario,
tras recibir el anuncio del Ángel y haber concebido al Hijo de Dios, ¿qué es lo
que hace? Se pone en camino, va donde su anciana pariente Isabel, también ella
encinta, para ayudarla; y al encontrarse con ella, su primer gesto es hacer
memoria del obrar de Dios, de la fidelidad de Dios en su vida, en la historia
de su pueblo, en nuestra historia: «Proclama mi alma la grandeza del Señor...
porque ha mirado la humillación de su esclava... su misericordia llega a sus
fieles de generación en generación» (Cf. Lc 1,46.48.50).
·
En este
cántico de María está también la memoria de su historia personal, la historia
de Dios con ella, su propia experiencia de fe. Y así es para cada uno de
nosotros, para todo cristiano: la fe contiene precisamente la memoria de la
historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios, que es el
primero en moverse, que crea y salva, que nos transforma; la fe es memoria de
su Palabra que inflama el corazón, de sus obras de salvación con las que nos da
la vida, nos purifica, nos cura, nos alimenta. El catequista es precisamente un
cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no
para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y su fidelidad.
Hablar y transmitir todo aquello que Dios ha revelado. La doctrina en su
totalidad. Sin quitar ni agregar.
·
San Pablo
recomienda a su discípulo y colaborador Timoteo sobre todo una cosa: Acuérdate,
acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, a quien anuncio y por
el que sufro (Cf. 2 Tm 2,8-9). Pero el Apóstol puede decir esto porque él es el
primero en acordarse de Cristo, que lo llamó cuando era un perseguidor de los
cristianos, lo conquistó y transformó con su gracia.
·
El
catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja
guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón
de los otros. Esto requiere esfuerzo. Compromete toda la vida. El mismo
Catecismo, ¿qué es sino memoria de Dios, memoria de su actuar en la historia,
de su haberse hecho cercano a nosotros en Cristo, presente en su Palabra, en
los sacramentos, en su Iglesia, en su amor? Queridos catequistas, les pregunto:
¿Somos memoria de Dios? ¿Somos verdaderamente como centinelas que despiertan en
los demás la memoria de Dios, que inflama el corazón?
·
¡Ay de
los que se fían de Sión!. ¿Qué camino se ha de seguir para no ser
«superficiales», como los que ponen su confianza en sí mismos y en las cosas,
sino hombres y mujeres de la memoria de Dios? En la segunda Lectura, san Pablo,
dirigiéndose de nuevo a Timoteo, da algunas indicaciones que pueden marcar
también el camino del catequista, nuestro camino: Tender a la justicia, a la
piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre (Cf. 1 Tm
6,11).
·
El
catequista es un hombre de la memoria de Dios si tiene una relación constante y
vital con él y con el prójimo; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente de
Dios y pone en él su seguridad; si es hombre de caridad, de amor, que ve a
todos como hermanos; si es hombre de «hypomoné», de paciencia y perseverancia,
que sabe hacer frente a las dificultades, las pruebas y los fracasos, con
serenidad y esperanza en el Señor; si es hombre amable, capaz de comprensión y
misericordia.
·
Pidamos
al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la
memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los
demás. Amén.
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