El
domingo pasado escuchábamos una palabra de Jesús "a la mucha gente que le
acompañaba": era una palabra para empujar, para no detenerse, para
avanzar. Hoy -continuando el camino del Señor hacia Jerusalén = la enseñanza de
la Iglesia que le sigue- hallamos una palabra para los selectos, para la elite.
Entonces y ahora, quienes nos creemos buenos y sabios, cumplidores y en regla,
somos quienes menos entendemos el núcleo del camino de Jesucristo. En el fondo
oponemos el "Dios" que nos hemos hecho a nuestra imagen y semejanza,
al Dios del amor que revela nuestro Señor Jesús.
Todos los
textos de este domingo, hablan de la misericordia de Dios. La misericordia es ya en la
Antigua Alianza el atributo de Dios que da acceso a lo más íntimo de su corazón.
En la segunda lectura Pablo se muestra como un puro producto de la misericordia
divina, diciendo dos veces: «Dios tuvo compasión de mí», y esto para que
«pudiera ser modelo de todos los que creerán en él»: «Se fió de mí y me confió
este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un
violento». Y esto por una obcecación que Dios con su potente luz transformó en
una ceguera benigna, para que después «se le cayeran de los ojos una especie de
escamas». Pablo, para poner de relieve la total paradoja de la misericordia de
Dios, se pone en el último lugar: se designa como «el primero de los
pecadores», para que aparezca en él «toda la paciencia» de Cristo, y se
convierte así en objeto de demostración de la misericordia de Dios en beneficio
de la Iglesia por los siglos de los siglos.
La
primera lectura, en la que Moisés impide que se encienda la ira de Dios contra
su pueblo y, por así decirlo, trata de hacerle cambiar de opinión, parece
contradecir en principio lo dicho hasta ahora. Pero en el fondo no es así.
Aunque la ira de Dios está más que justificada, Moisés apela a los sentimientos
más profundos de Dios, a su fidelidad a los patriarcas y por tanto también al
pueblo, lo que hace que Dios, más allá de su indignación, reconsidere su
actitud en lo más íntimo de su corazón. Moisés apela a lo más divino que hay en
Dios. Este corazón de Dios tampoco dejará de latir cuando tenga que
experimentar que el pueblo prácticamente ha roto la alianza y tenga que
enviarlo al exilio. Ningún destierro de Israel puede ser definitivo. «Si somos
infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13).
Lectura
del libro del Éxodo (32, 7-11. 13-14)
En
aquellos días, el Señor dijo a Moisés: «Anda, baja del monte, que se ha pervertido
tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que
yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le
ofrecen sacrificios y proclaman: “Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de
Egipto.”» Y el Señor añadió a Moisés: – «Veo que este pueblo es un pueblo de
dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta
consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.» Entonces Moisés suplico al Señor, su
Dios: – «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú
sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos,
Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo:
“Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta
tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea
por siempre.”» Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado
contra su pueblo.
Palabra
de Dios.
Te alabamos Señor.
Salmo
Responsorial (Sal 50)
R. Me
pondré en camino adonde está mi padre.
Misericordia,
Dios mío, por tu bondad por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del
todo mi delito, limpia mi pecado. R.
Oh Dios,
crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme;
no me
arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R.
Señor, me
abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi
sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo
desprecias. R.
Pablo
recuerda ante el discípulo la prehistoria de su propio apostolado. En ella
aparecen las persecuciones, los insultos y las blasfemias de Pablo. Es lógico
que en ella Pablo se confiese pecador…, pero lo más admirable es el tiempo en
que el verbo está redactado, un presente: "Yo soy el primero
(pecador)" (1. 15). Pablo no se detiene aquí. No quiere darnos lecciones
de humildad. Generosamente piensa en los que le seguirán a él y a Timoteo. No
quiere que admiremos su comportamiento ni sus virtudes, sino la manifestación
de la misericordia de Dios en él. La misericordia de Dios conmigo, nos dice
Pablo, es una simple muestra de lo que hará también con vosotros (cf v.16).
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1, 12-17)
Querido
hermano: Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió
de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un
perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era
creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la
fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os
digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el
primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara
Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán
en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único
Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra
de Dios.
Te alabamos Señor.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas
(15,1-32):
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: – «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: –
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
También les dijo: – «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.” El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó el a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estomago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuantos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde esta mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.” Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mana y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le pregunto qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.” El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y el replico a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.” El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”»
PALABRA DE DIOS.
GLORIA A TI SEÑOR JESUS.
Jesús contesta con tres parábolas que tienen mucho en común:
La del Pastor gozoso (mal llamada de la “oveja perdida”, pues lo que Jesús quiere mostrar es el gozo del Pastor, y no el hecho de que la oveja se haya perdido...): “¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? ¡Nadie, naturalmente! Este modo de obrar contradice la más elemental lógica humana; si decimos incluso “más vale pájaro en mano que cien volando”, para el presente caso, ni dudarlo: mejor las 99 aseguradas... y la que se perdió... ¡allá ella, por aventurera!
“Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros” Curiosamente, si nos sucediese a nosotros, lo más probable es que hagamos volver a patadas a la ovejita, descargando sobre ella la tensión generada por su extravío... como a veces algunas mamás, sumidas en desesperación porque han extraviado a su hijito, lo primero que hacen al recuperarlo es darles una paliza...
“De igual modo, habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (¡es desconcertante! Dios no mira las cantidades, sino a cada uno, y le dice: “Tú eres mi hijo muy querido”...).
La del Encuentro festivo (mal llamada de la “moneda perdida”) Notemos que la dracma es una moneda de poquísimo valor... Pero, una vez más, Dios ve las cosas de otro modo: Del mismo modo, les aseguro, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”...
Y la del Padre Bueno (muy mal llamada “del hijo pródigo”: la enseñanza de Jesús no apunta a destacar la miseria del hijo, sino el amor del Padre)
En los tres casos, hay presente una alegría sobrenatural y extraordinaria por el encuentro de algo que estaba perdido, y es encontrado: la vida de un hijo de Dios...
CATEQUESIS DEL PAPA DEL 18 DE JUNIO DE 2013 EN EL AULA PABLO VI
El
Papa: Tenemos una oveja y debemos salir por las 99 que faltan
"Yo no me avergüenzo del
Evangelio", fue el tema de la catequesis impartida ayer, lunes 17 de junio, por la tarde,
por el Papa Francisco en el Aula Pablo VI con motivo de la inauguración del
Congreso eclesial de Roma. En ella recordó que los católicos somos minoría y
que, a diferencia del Buen Pastor que debe salir a buscar a la oveja que le
falta, "nosotros tenemos una ¡nos faltan las 99! Tenemos que salir,
tenemos que ir a buscarlas".
El Papa explicó que "el
Evangelio es para todos. Este ir hacia los pobres no significa que debamos
convertirnos en pauperistas o en una especie de vagabundos espirituales. No, no
es esto. Significa que tenemos que ir hacia la carne de Jesús que sufre, pero
la carne de Jesús que sufre es también la de aquellos que no lo conocen con sus
estudios, con su inteligencia o su cultura"."Tenemos que ir allí. Por eso me gusta usar la frase ‘ir hacia las periferias’ las periferias existenciales. Todas, las de la pobreza física y real y las de la pobreza intelectual que también es real. Y allí sembrar la semilla del Evangelio, con la palabra y el testimonio".
"Y esto significa que tenemos que tener valor.
Quiero decirles algo: En el Evangelio es bello el texto que habla del pastor que, cuando vuelve al redil, se da cuenta de que le falta una oveja; deja las noventa y nueve y va a buscarla. Va a buscar una. Pero nosotros tenemos una ¡nos faltan las noventa y nueve! Tenemos que salir, tenemos que ir a buscarlas. En esta cultura, digamos la verdad, tenemos solo una, somos minoría. Y ¿no sentimos el fervor, el celo apostólico de salir y buscar a las otras noventa y nueve?"
"Queridos hermanos, tenemos una y nos faltan 99, salgamos a buscarlas", pidamos "la gracia de salir a anunciar el evangelio". Porque "es más fácil quedarse en casa con una sola oveja, peinarla, acariciarla. Y exclamó: "Pero a todos nosotros el Señor nos quiere pastores y no peinadores".
El Papa Francisco recordó que "algunos cristianos parecen ser devotos de la diosa lamentación" y precisó que "el mundo es el mundo, el mismo que hace cinco siglos atrás" y que es necesario "dar testimonio fuerte, ir adelante" pero también "soportar, las cosas que aún no se pueden cambiar". E invitó "con coraje y paciencia a salir de nosotros mismos, hacia la comunidad para invitarlos".
"Una revolución para transformar la historia, tiene que cambiar en profundidad el corazón humano. Las revoluciones que han tenido lugar durante los siglos han cambiado sistemas políticos y económicos, pero ninguna de ellas ha cambiado realmente el corazón del hombre. La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la ha hecho sólo Jesucristo por medio de su resurrección que, como le gusta recordar a Benedicto XVI, ha sido ‘la más grande mutación de la historia de la humanidad y ha dado vida a un nuevo mundo’".
Y concluyó recordando que "Dios nos dio esta gracia gratuitamente, debemos darla gratuitamente".
El congreso sigue hoy martes en San Juan de Letrán y concluirá el miércoles en las parroquias o prefecturas de la diócesis. La sala Pablo VI quedó pequeña y en el exterior de ella había un sector al aire libre conectado con pantallas gigantes. Al menos unas diez mil personas escucharon al Santo Padre.
SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO SEGUNDO
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN
ARTÍCULO 4
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN
Resumen
1485 En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus Apóstoles y
les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,
22-23).
1486 El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es
concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la
confesión, de la penitencia o de la reconciliación.
1487 Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad
de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la
que cada cristiano debe ser una piedra viva.
1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada
tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el
mundo entero.
1489 Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el
pecado, es un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y
deseoso de la salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para
sí mismo y para los demás.
1490 El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y
arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados
cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto,
mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina.
1491 El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto
de tres actos realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote.
Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de
los pecados al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de
penitencia.
1492 El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar
inspirado en motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es
concebido por amor de caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si está
fundado en otros motivos se le llama "imperfecto".
1493 El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia
debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de
los que se acuerda tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser
necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales está recomendada
vivamente por la Iglesia.
1494 El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos
de "satisfacción" o de "penitencia", para reparar el daño causado por el pecado
y restablecer los hábitos propios del discípulo de Cristo.
1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la
Iglesia la facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en
nombre de Cristo.
1496 Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son:
— la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
— la reconciliación con la Iglesia;
— la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
— la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.
— la reconciliación con la Iglesia;
— la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
— la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.
1497 La confesión individual e integra de los pecados graves seguida
de la absolución es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y
con la Iglesia.
1498 Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí
mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas
temporales, consecuencia de los pecados.
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