domingo, 31 de marzo de 2013

Mensaje Urbi et Orbi: Feliz Pascua de Resurrección!




El Domingo de Resurrección, es el día en que Jesucristo resucita después de la crucifixión, va al encuentro con sus apóstoles y luego sube hacia los cielos, también es la finalización de la Semana Santa

Es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda su religión. 

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto abrió las puertas del Cielo a los creyentes. En la Misa dominical se recuerda de una manera especial. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo. 

Los cristianos consideran como pruebas de la Resurrección de Jesús a su sepulcro vacío y sus numerosas apariciones ante los apóstoles luego de este día. 

Cuando se celebra la Resurrección de Cristo, se está celebrando también la propia liberación de los creyentes. Celebran la derrota del pecado y de la muerte. En la resurrección encuentran la clave de la esperanza cristiana. 
Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo Pascual, en el que se recuerda el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.


PASCUA: La pascua  (←páscae (latín) ←πάσχα (griego) ← פסח [pésaj] (hebreo), ‘paso’) es un término religioso para designar a la máxima celebración judía y cristiana.

Es una de las celebraciones más importantes para varios pueblos y culturas de la humanidad porque constituye una maravillosa conjunción de ritos, cultura, creencias y leyendas del imaginario colectivo.

El verdadero origen de la Pascua se remonta al año 1513 antes de Cristo, cuando el pueblo judío emprendió su éxodo desde Egipto, hacia la Tierra Prometida. 

LA PASCUA CRISTIANA: Es la fiesta principal y más antigua de los cristianos. Es el corazón del año litúrgico. León I la llama la fiesta mayor (festum festorum), y dice que la Navidad se celebra en preparación para la Pascua (Sermón xvii en Exodum).[5]
Para los cristianos, La Pascua o Pascua de Resurrección es la celebración que conmemora la Resurrección del Cordero Inmolado: Jesucristo, y manifiesta la victoria ganada en la Cruz por Jesús sobre el demonio.

Tiene además un profundo simbolismo ya que la muerte de Jesús cumple la Antigua Ley, sobre todo en lo referente al cordero pascual que los judíos comen la noche víspera del 14 de Nisan.  Cristo, es inmolado el mismo día de la pascua judía, en que se inmolaban los corderos en el templo.

El registro bíblico dice que la noche anterior a su muerte, Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua judía. Posteriormente, instituyó lo que se conoce como la "Cena del Señor", y dijo a sus apóstoles "Sigan haciendo esto, en memoria de mi" (Lucas 22:19). La Cena del Señor debía celebrarse una vez al año; con ella se conmemoraba la muerte de Cristo.

La fecha de celebración varía entre el 22 de marzo y el 25 de abril, ya que tiene lugar el domingo siguiente a la primera luna llena de primavera del hemisferio norte. 





Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9)
                                 

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»




Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.
Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. 
 Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. 




Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

                                      Palabra del Señor
                                 Gloria a Ti Señor Jesús.






VATICANO, 31 Mar. 13 / 09:11 am (ACI/EWTN Noticias).- En su mensaje pascual Urbi et Orbi por el domingo de Resurrección, ante más de 250 mil fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco invitó a los cristianos a dejarnos “renovar por la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas”.

A continuación el texto completo del mensaje Urbi et Orbi del Papa Francisco:


Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo: ¡Feliz Pascua!

Es una gran alegría, al comienzo de mi ministerio, poderos dar este anuncio: ¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a todas las casas, a todas las familias, especialmente allí donde hay más sufrimiento, en los hospitales, en las cárceles.

Quisiera que llegara sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, está la esperanza para ti, ya no estás bajo el dominio del pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la misericordia. Siempre vence la misericordia de Dios.

También nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, podemos preguntarnos qué sentido tiene este evento (cf. Lc 24,4).

¿Qué significa que Jesús ha resucitado? Significa que el amor de Dios es más fuerte que el mal y la muerte misma, significa que el amor de Dios puede transformar nuestras vidas y hacer florecer esas zonas de desierto que hay en nuestro corazón.

Esto puede hacerlo el amor de Dios. Este mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido hasta el fondo por la senda de la humildad y de la entrega de sí, hasta descender a los infiernos, al abismo de la separación de Dios, este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo muerto de Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna.

Jesús no ha vuelto a su vida anterior, a la vida terrenal, sino que ha entrado en la vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella con nuestra humanidad, nos ha abierto a un futuro de esperanza.

He aquí lo que es la Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del pecado, del mal, a la libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida, y su gloria somos nosotros, es el hombre vivo (cf. san Ireneo, Adv. haereses, 4,20,5-7).

Queridos hermanos y hermanas, Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos, pero el poder de la resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la libertad del bien, debe ponerse en práctica en todos los tiempos, en los momentos concretos de nuestra vida, en nuestra vida cotidiana.

Cuántos desiertos debe atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14).

He aquí, pues, la invitación que hago a todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz.

Así, pues, pidamos a Jesús resucitado, que transforma la muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de él la paz para el mundo entero.

Paz para Oriente Medio, en particular entre israelíes y palestinos, que tienen dificultades para encontrar el camino de la concordia, para que reanuden las negociaciones con determinación y disponibilidad, con el fin de poner fin a un conflicto que dura ya demasiado tiempo.

Paz para Iraq, y que cese definitivamente toda violencia, y, sobre todo, para la amada Siria, para su población afectada por el conflicto y los tantos refugiados que están esperando ayuda y consuelo. ¡Cuánta sangre derramada! Y ¿cuánto dolor se ha de causar todavía, antes de que se consiga encontrar una solución política a la crisis?

Paz para África, escenario aún de conflictos sangrientos. Para Malí, para que vuelva a encontrar unidad y estabilidad; y para Nigeria, donde lamentablemente no cesan los atentados, que amenazan gravemente la vida de tantos inocentes, y donde muchas personas, incluso niños, están siendo rehenes de grupos terroristas.

Paz para el Este la República Democrática del Congo y la República Centroafricana, donde muchos se ven obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con miedo.

Paz en Asia, sobre todo en la península coreana, para que superen las divergencias y madure un renovado espíritu de reconciliación.

Paz a todo el mundo, aún tan dividido por la codicia de quienes buscan fáciles ganancias, herido por el egoísmo que amenaza la vida humana y la familia, egoísmo que continúa la trata de personas... !la esclavitud más extendida en el siglo XXI.

La trata de personas es la esclavitud más extendida del siglo XXI! Un mundo desgarrado por la violencia ligada al tráfico de drogas y la explotación inicua de los recursos naturales. Paz a esta Tierra nuestra.

Que Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son víctimas de calamidades naturales y nos haga custodios responsables de la creación.

Queridos hermanos y hermanas, a todos los que me escuchan en Roma y en todo el mundo, les dirijo la invitación del Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: / “Eterna es su misericordia”» (Sal 117,1-2).





“¿Quién hay más Glorioso?, 
¿quién puede revivir la carne muerta?, 
¿quién puede dar vida eterna?;  sólo Tú Señor,
 por eso Señor en tus manos pongo mi vida, 
para que revivas lo que está muerto por razón del pecado,
para que mi alma y espíritu vuelva a nacer a la Gloria de haber sido Salvada por Ti, 
                                y sólo viva para Glorificar tu Santo Nombre;  
                             con espíritu y alma que  ha renacido a la vida al acogerte a Ti en mi corazón.
                                 Purifica mis sentidos,  mi cuerpo,  mi alma y mi espíritu con tu Pureza, 
                           con tu Vida,   con tu Resurrección.

                  Amén.