La Palabra de Dios nos enseña siempre, y esta semana vamos a aprender muchas cosas interesantes. Y una de ellas es que la verdad produce división. El profeta Jeremías ya iba a experimentar el efecto de lo peligroso que es defender la verdad. La división anunciada por Jesús es de la misma naturaleza que la que sufrió Jeremías. Nos va a llamar mucho la atención hoy que el Príncipe de la Paz, que es Jesús de Nazaret, nos anuncie que va ser causa de división y que quiere prender fuego al mundo. Pero es que, a veces, la lucha por la verdad es difícil e irrenunciable. Nosotros también hemos de luchar, contra viento y marea, por la verdad de Jesús, aunque a muchos, cerca de nosotros, no les guste. Pero hemos de llevar esa verdad hasta los confines del mundo para triunfe la paz y el amor.
Primera lectura
Lectura
del libro de Jeremías (38,4-6.8-10):
En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: «Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.»
Respondió el rey Sedecías: «Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros.»
Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo.
Ebedmelek salió del palacio y habló al rey: «Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre, porque no queda pan en la ciudad.»
Entonces el rey ordenó a Ebedmelek, el cusita: «Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera.»
Palabra de Dios
En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: «Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.»
Respondió el rey Sedecías: «Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros.»
Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo.
Ebedmelek salió del palacio y habló al rey: «Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre, porque no queda pan en la ciudad.»
Entonces el rey ordenó a Ebedmelek, el cusita: «Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera.»
Palabra de Dios
Te alabamos Señor.
Salmo (Sal
39,2.3;4.18)
R/. Señor, date prisa en socorrerme
Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito. R/.
Me levantó de la fosa fatal,
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos. R/.
Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos
y confiaron en el Señor. R/.
Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos
(12,1-4):
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Palabra de Dios
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Palabra de Dios
Te alabamos Señor.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas. (12,49-53)
GLORIA A TI SEÑOR.
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el
mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué
angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No,
sino división.
En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra
dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo
contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra
contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
PALABRA DE DIOS
GLORIA A TI SEÑOR JESUS.
¿Pensáis
que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división. Son múltiples los textos en los que se nos dice
que Cristo sí vino al mundo a traernos la paz. Por citar sólo algunos textos
que sabemos de memoria todos los cristianos, podemos recordar lo que todos los
días oímos en nuestras eucaristías. Después del Padrenuestro, rezamos siempre:
Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles “la paz os dejo, mi paz os doy” e
inmediatamente después el sacerdote desea a todos los fieles que “la paz del
Señor esté con todos vosotros” e invita a todos los fieles a darse mutuamente
la paz. Al terminar nuestras eucaristías despedimos a los fieles diciéndoles:
“Podéis ir en paz”. El mismo Cristo cuando se hace presente entre sus discípulos,
después de la resurrección, siempre les saluda diciendo: “la paz esté con
vosotros”. Podríamos añadir textos y textos del evangelio, de san Pablo y de
los santos Padres, en los que se dice muy claramente que Cristo es nuestra paz,
pero no es necesario. ¿Cómo explicar entonces este texto del evangelio según
san Lucas en el que el mismo Cristo nos dice que él no ha venido al mundo a
traer la paz, sino la división? La explicación más clara la tenemos en un texto
del evangelio según san Juan en el que se nos dice literalmente: “os dejo la
paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Jn 14, 27). La paz que
nos da Cristo no es simple ausencia de guerras, o simple sumisión a las
autoridades, es, sobre todo, lucha esforzada contra la injusticia. La justicia
y la paz se besan, como se nos dice en distintos textos de la Biblia, dándonos
a indicar que sin justicia social y moral no puede haber paz evangélica.
Mirando a la vida de Cristo esto lo vemos muy claramente: Cristo no vivió en
paz con las autoridades sociales y religiosas de su tiempo, sino en franca
oposición. Por eso le mataron, porque denunció la injusticia de los injustos y
criticó valiente y públicamente a los que querían hacer de su interesada y
mundana justicia un arma con la que hacer callar a los que vivían explotados y
marginados. La paz de Cristo, la paz del evangelio, es enemiga muchas veces de
la paz del mundo.
Donde Dios desaparece, el hombre cae en la esclavitud de idolatrías, como han mostrado, en nuestro tiempo, los regímenes totalitarios, y como muestran también diversas formas de nihilismo, que hacen al hombre dependiente de ídolos, de idolatrías; le esclavizan. Segundo, el objetivo primario de la oración es la conversión: el fuego de Dios que transforma nuestro corazón y nos hace capaces de ver a Dios, y así, de vivir según Dios y de vivir para el otro.[...]l Aquí vemos el verdadero fuego de Dios: el amor que guía al Señor hasta la cruz, hasta el don total de sí. La verdadera adoración de Dios, entonces, es darse a sí mismo a Dios y a los hombres, la verdadera adoración es el amor. Y la verdadera adoración de Dios no destruye, sino que renueva, transforma.l Ciertamente, el fuego de Dios, el fuego del amor quema, transforma, purifica, pero precisamente así no destruye, sino que crea la verdad de nuestro ser, recrea nuestro corazón. Y así realmente vivos por la gracia del fuego del Espíritu Santo, del amor de Dios, somos adoradores en espíritu y en verdad. (Benedicto XVI, 15 de junio de 2011.)
Donde Dios desaparece, el hombre cae en la esclavitud de idolatrías, como han mostrado, en nuestro tiempo, los regímenes totalitarios, y como muestran también diversas formas de nihilismo, que hacen al hombre dependiente de ídolos, de idolatrías; le esclavizan. Segundo, el objetivo primario de la oración es la conversión: el fuego de Dios que transforma nuestro corazón y nos hace capaces de ver a Dios, y así, de vivir según Dios y de vivir para el otro.[...]l Aquí vemos el verdadero fuego de Dios: el amor que guía al Señor hasta la cruz, hasta el don total de sí. La verdadera adoración de Dios, entonces, es darse a sí mismo a Dios y a los hombres, la verdadera adoración es el amor. Y la verdadera adoración de Dios no destruye, sino que renueva, transforma.l Ciertamente, el fuego de Dios, el fuego del amor quema, transforma, purifica, pero precisamente así no destruye, sino que crea la verdad de nuestro ser, recrea nuestro corazón. Y así realmente vivos por la gracia del fuego del Espíritu Santo, del amor de Dios, somos adoradores en espíritu y en verdad. (Benedicto XVI, 15 de junio de 2011.)
Cuando se
ha entendido que la esencia del cristianismo se halla en la caridad, en el
apasionado amor a Dios y sus cosas, estas palabras del Señor no deberían sonar
extrañas o contradictorias. ¡Fuera de esto sino todo lo contrario! Es más,
Cristo está empleando un lenguaje contradictorio en apariencia para dar a
entender precisamente en qué consiste el verdadero amor a Él. Sí, porque el
amor, realmente como lo ha de entender el cristiano está muy lejos de ser un
diluido sentimiento de afecto, bonito y pasajero como una flor de primavera.
Más bien es como el fuego que a la vez lo enciende todo y va consumiendo una y
otra cosa; es algo que se extiende, que tiende por su naturaleza a expandirse
con calor, con pasión y que divide a los corazones fríos y mezquinos que nada
más piensan en llenar sus pobres pretensiones.l Así es la caridad. Ese es el
fuego que Cristo espera arder en los corazones de los que le amen. Están, por
tanto, muy lejos de ser sus palabras interpretadas con la literalidad de la
carne. Hay que haber experimentado el fuego de su amor para entenderlas
correctamente.l Pidamos, por tanto, el don de la
caridad, de un amor apasionado a Cristo que traiga la guerra a las fuerzas que
quieren destruir la verdadera paz en la tierra. Pidamos saber amar hasta ser
incomprendidos por los egoístas de nuestro mundo. Pidamos vivir en estado de
lucha, en la lucha del que cree en la fuerza del amor y consigue que el mayor
número de seres humanos conozca a ese Dios que se entregó por ellos por puro
amor. En esto conocerán los demás que somos de Cristo. Y a tener confianza en
Él. Porque el amor siempre logrará la victoria definitiva sobre el pecado y la
muerte.
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE: LA VIDA EN EL ESPÍRITU
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE: LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO TERCERO
LA SALVACIÓN DE DIOS: LA LEY Y LA GRACIA
LA SALVACIÓN DE DIOS: LA LEY Y LA GRACIA
ARTÍCULO 2
GRACIA Y JUSTIFICACIÓN
GRACIA Y JUSTIFICACIÓN
2012. “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para
bien de los que le aman [...] a los que de antemano conoció, también los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito
entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a
los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos
también los glorificó” (Rm 8, 28-30).
2013 “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen
de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de
la caridad” (LG 40). Todos son llamados a la santidad: “Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48):
«Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo [...] para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos» (LG 40).
2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez
más íntima con Cristo. Esta unión se llama “mística”, porque participa del
misterio de Cristo mediante los sacramentos —“los santos misterios”— y, en
Él,
del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión
íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de
esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el
don gratuito hecho a todos.
2015 “El camino de la perfección pasa por la cruz. No
hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso
espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a
vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
«El que asciende no termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido» (San Gregorio de Nisa, In Canticum homilia 8).
2016 Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan
justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de
Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con
Jesús (cf Concilio de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los
creyentes comparten la “bienaventurada esperanza” de aquellos a los que la
misericordia divina congrega en la “Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
[...] que baja
del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo”
(Ap 21, 2).
Resumen
2017 La gracia del Espíritu Santo nos confiere la
justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de la fe y el Bautismo a
la Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos hace participar en su vida.
2018 La justificación, como la conversión, presenta
dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se
aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto.
2019 La justificación entraña la remisión de los
pecados, la santificación y la renovación del hombre interior.
2020 La justificación nos fue merecida por la Pasión
de Cristo. Nos es concedida mediante el Bautismo. Nos conforma con la justicia
de Dios que nos hace justos. Tiene como finalidad la gloria de Dios y de
Cristo y el don de la vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia
de Dios.
2021 La gracia es el auxilio que Dios nos da para
responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos
introduce en la intimidad de la vida trinitaria.
2022 La iniciativa divina en la obra de la gracia
previene, prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La gracia responde
a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar con
ella, y la perfecciona.
2023 La gracia santificante es el don gratuito que
Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para
curarla del pecado y santificarla.
2024 La gracia santificante nos hace “agradables a
Dios”. Los carismas, que son gracias especiales del Espíritu Santo, están
ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la
Iglesia. Dios actúa así mediante gracias actuales múltiples que se distinguen
de la gracia habitual, que es permanente en nosotros.
2025 El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante
Dios sino como consecuencia del libre designio divino de asociarlo a la obra
de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de Dios en primer lugar, y a la
colaboración del hombre en segundo lugar. El mérito del hombre retorna a Dios.
2026 La gracia del Espíritu Santo, en virtud de
nuestra filiación adoptiva, puede conferirnos un verdadero mérito según la
justicia gratuita de Dios. La caridad es en nosotros la principal fuente de
mérito ante Dios.
2027 Nadie puede merecer la gracia primera que
constituye el inicio de la conversión. Bajo la moción del Espíritu Santo
podemos merecer en favor nuestro y de los demás todas las gracias útiles para
llegar a la vida eterna, como también los necesarios bienes temporales.
2028 “Todos los fieles cristianos [...] son llamados a la plenitud
de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40). “La perfección
cristiana sólo tiene un límite: el de no tener límite” (San Gregorio de Nisa,
De vita Moysis, 1, 5).
2029 “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24).
Señor, Tú viniste a traer
fuego a la tierra,
¡cuánto desearía que ya
estuviera ardiendo en mi corazón!
Dame en esta oración ese
fuego de tu amor,
que me lleve a sacrificar
mi comodidad por el bien de los demás.
Dame esa fe que me
asegura tu amor.
Dame esa esperanza que me
lleve a confiar en tu misericordia
Señor, ayúdame a encender
en mí tu caridad divina,
para poder amarte sobre
todas las cosas
y a mi prójimo, como a mí
mismo.
Amén.
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