Jesús, conocedor del corazón del hombre, y de su reacción en muchas situaciones humanas, hoy aparece observando…y enseñando.
Concretamente, algo que normalmente ocurre en una fiesta: hay una cabecera hay invitados importantes, y personas con las que queremos conversar…
Jesús nos da una lección magistral: no busquéis el primer lugar: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto» (Lc 14,8). Jesucristo sabe que nos gusta ponernos en el primer lugar: en los actos públicos, en las tertulias, en casa, en la mesa... Él conoce nuestra tendencia a sobrevalorarnos por vanidad, o todavía peor, por orgullo mal disimulado. ¡Estemos prevenidos con los honores!, ya que «el corazón queda encadenado allí donde encuentra posibilidad de fruición» (San León Magno).
PRIMERA LECTURA
Ecl 3, 17-18.20.28-29: “Hijo mío, en
tus asuntos procede con humildad.”
Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad, y te querrán más
que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el
favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos
a los humildes.
No corras a curar la herida del orgulloso, pues la maldad echó
raíz en él.
El hombre inteligente medita los proverbios y el sabio anhela
tener oídos atentos.
PALABRA DE DIOS.
TE ALABAMOS SEÑOR.
Sal 67, 4-7.10-11: “Preparaste, oh
Dios, casa para los pobres”
Los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Canten a Dios, toquen en su honor;
su nombre es el Señor.
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Canten a Dios, toquen en su honor;
su nombre es el Señor.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece.
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece.
Derramaste en tu herencia, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.
Heb 12, 18-19. 22-24: “Se han acercado
a Dios y a Jesús, mediador de la nueva Alianza.”
Hermanos:
Ustedes no se han acercado a un monte que se puede tocar, a un
fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta;
ni han oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera
hablando.
En cambio ustedes se han acercado al monte Sión, a la ciudad
del Dios viviente, a la Jerusalén celestial; a millares de ángeles en fiesta, a
la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, y a Dios, juez
universal, y a los espíritus de los justos que han llegado ya a su perfección,
y a Jesús, Mediador de la nueva Alianza.
PALABRA DE DIOS
TE ALABAMOS SEÑOR.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS
(Lucas 14,1.7-14)
Un sábado, entró Jesús
en casa de uno de los principales fariseos para comer; y ellos lo observaban
atentamente. Notando que los invitados escogían los primeros puestos, les
propuso esta parábola:
— «Cuando te inviten a
una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan invitado a
otro de más categoría que tú; y vendrá el que los invitó a ti y al otro y te
dirá: “Cédele a éste tu sitio”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último
puesto.
Al contrario, cuando
te inviten, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga quien
te invitó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante
todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que
se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había
invitado:— «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán
invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un
banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no
pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».
PALABRA DE DIOS
GLORIA A TI SEÑOR JESUS.
Es sábado, día del descanso judío. El Señor Jesús sigue su
marcha a Jerusalén. En algún pueblo del camino es invitado a su casa por «uno
de los principales fariseos para comer». No es explícito el Evangelista sobre
el motivo de la invitación, pero sí nos dice que ya en casa del fariseo «ellos
lo observaban atentamente». ¿Quién es éste que alborota a las gentes con sus
enseñanzas y sus milagros? ¿Es un enviado de Dios, o un impostor? Sin duda
querían saber de Él, conocer su doctrina, examinarla a fondo.
Pero los fariseos no son los únicos que observan. También el
Señor observa. Observa no para criticar o descalificar, sino para educar, para
enseñar, para ayudar, para amonestar. ¿Qué observa? Que a los fariseos que iban
llegando a la comida les gustaba colocarse en los puestos de mayor honor.
Observa, en el fondo, su afán por ser tenidos como importantes, de ser
enaltecidos, de ser reconocidos por los demás y tratados con privilegios.
La escena da pie al Señor a pronunciar una parábola con una
doble finalidad: invitar a la humildad y advertir sobre el criterio que Dios
usará al final de los tiempos para determinar quienes merecerán los puestos de
mayor honor.
Propone el Señor el siguiente criterio: «Cuando te inviten a
una boda, no te sientes en el puesto principal». Y es que quien busca sentarse
en el puesto principal sin que le corresponda, se expone a ser avergonzado
públicamente cuando el anfitrión le pida ceder su puesto a un huésped de más
categoría que él. Para colmo de la vergüenza, tendrá que ir a «ocupar el último
puesto», ya que todos los demás puestos están ya ocupados.
El Señor, a quienes se mueven por la vanidad y soberbia, los
invita a ser modestos y humildes proponiéndoles un argumento de sensatez. Si
son inteligentes, no deben exponerse a aquello que tanto temen: ser
avergonzados y humillados públicamente. Lo sabio es escoger un puesto humilde,
o más bien, lo sabio es ser humildes. Parece contradictorio, pero
es justamente quien no busca la grandeza quien será enaltecido por aquel que lo
ha invitado. Exaltarse uno a sí mismo, arrogarse puestos importantes y
privilegiados pisando incluso a los demás, es pura ilusión de grandeza. Tarde o
temprano quien acostumbra exaltarse a sí mismo quedará terriblemente humillado.
También en esta parábola el banquete de bodas representa el
Reino de Dios. El Señor da a entender a los fariseos que los puestos de honor
en el Reino de los Cielos no son para los que creen tener privilegios, para los
soberbios y vanidosos, sino para los humildes y sencillos de corazón. Si
quieren entrar en el Reino de los Cielos y alcanzar puestos de honor, deben
cambiar de mentalidad y actitud.
Culminada la parábola y lección primera, el Señor propone a su
anfitrión algo sumamente radical: preparar un banquete e invitar no a quienes
le puedan retribuir con otro banquete, sino a quienes serán incapaces de
hacerlo: pobres, ciegos, lisiados. Si obra así, ciertamente quedará sin
retribución en esta vida, pero el Señor le garantiza que estos mismos le
pagarán «cuando resuciten los justos». La retribución, en realidad, la recibirá
de Dios mismo, quien lo hará ingresar al banquete del Reino eterno y quien
finalmente dará a cada cual el puesto que merece. Él es quien, finalmente, derribará
a los potentados de sus tronos y exaltará a los humildes (ver Lc
1,52).
El Señor Jesús invita a quien lo escuche a acercarse a Dios y a
acercarse a también a su Enviado, el «Mediador de una nueva Alianza» entre Dios
y los hombres (2ª. lectura). Él es el Modelo de cómo hacerse el último y
servidor de todos (ver Mt 20,26-28). Quien como Él se “abaja” para
servir y elevar a los demás, no sólo alcanzará «el favor de Dios» en la
resurrección futura, sino que también será querido en esta vida «más que al
hombre generoso» (1ª. lectura).
Suele suceder que en nuestras relaciones con los demás entra en
juego aquel mismo mecanismo que motivó a algunos invitados a la cena a buscar
los primeros puestos: nos ponemos “máscaras”, fingimos cosas que no somos,
exageramos cosas que hemos hecho o inventamos otras para llamar la atención,
exaltamos nuestras virtudes y escondemos nuestros defectos, cedemos y hacemos
cosas que sabemos que van en contra de nuestra conciencia y principios tan sólo
para ser aceptados por los demás, llamamos la atención con gestos o formas de
vestir, ostentamos vanidosamente nuestra apariencia o los bienes que tenemos
para sentirnos “más”, buscamos tener éxito y sobresalir en todo lo que podamos
para cosechar la gloria humana, o también nos callamos cuando tenemos que
defender la verdad por temor a “perder el puesto”. En fin, cada cual,
consciente o inconscientemente, actúa en no pocas ocasiones movido por ese afán
de ser enaltecido, de ser bien considerado por lo demás, de estar cerca de
personas importantes para sentirse importante uno mismo, de “escalar un
puesto”.
Es interesante observar que el Señor no niega la aspiración a
la grandeza, a ser enaltecidos, y es que Dios mismo ha puesto en el corazón humano
el deseo de conquistar la verdadera gloria y grandeza. Lo que hace el Señor es
mostrar el camino por el que cada cual será verdaderamente enaltecido,
“elevado”, engrandecido. La verdadera grandeza humana la alcanza no el
vanidoso, no el soberbio, no el que se cree más que los demás por ser
importante o tan sólo por estar cerca de personas importantes, sino el humilde,
el que en todo procede con sencillez, el que incluso siendo una persona muy
importante se abaja para servir y elevar a los demás.
Para alcanzar la verdadera grandeza humana, para ser
enaltecidos auténticamente, la virtud de la humildad es esencial en nuestras
vidas. La humildad es el fundamento de todas las demás virtudes, ella es la más
importante de todas. “Humildad es andar en verdad”, es decir, no creerte más
pero tampoco menos de lo que verdaderamente eres, pues así como no debes
aparentar ser más o creerte superior a los demás, tampoco debes aparentar ser
menos o pensar que nada vales.
Para descubrir quién soy y cuál es mi verdadero valor es
necesario conocerme a mí mismo a la luz del Señor Jesús, aprender a mirarme con
los ojos con que Él me mira. Sólo se conoce y se valora rectamente a sí mismo
quien conoce y ama al Señor, porque Él «revela el hombre al propio hombre» (Gaudium
et spes, 22). En Cristo descubrimos la verdad sobre nosotros mismos y de Él
podemos aprender a ser verdaderamente humildes.
TERCERA PARTE LA VIDA EN CRISTO
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
CAPÍTULO SEGUNDO
«AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»
«AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»
ARTÍCULO 10
EL DÉCIMO MANDAMIENTO
EL DÉCIMO MANDAMIENTO
Llamados a vivir la humildad
2540: La envidia representa una de las formas
de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar
contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del
orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad.
«¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien,
alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por
vosotros. Dios será alabado —se dirá— porque su siervo ha sabido vencer la
envidia poniendo su alegría en los méritos de otros» (San Juan Crisóstomo,
In epistulam ad Romanos, homilía 7, 5).
2559: «La oración es la elevación del alma a
Dios o la petición a Dios de bienes convenientes». ¿Desde dónde hablamos cuando
oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o
desde «lo más profundo» (Sal 130,14) de un corazón humilde y contrito?
El que se humilla es ensalzado (ver Lc 18,9-14). La humildad es la base
de la oración. «Nosotros no sabemos pedir como conviene» (Rom 8,26). La
humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la
oración: el hombre es un mendigo de Dios (S. Agustín).
Letanías de la Humildad
del Cardenal Merry del Val
-Jesús manso y humilde de Corazón, ...Óyeme.
del Cardenal Merry del Val
-Jesús manso y humilde de Corazón, ...Óyeme.
-Del deseo de ser estimado*,...Líbrame Jesús (se repite)
-Del deseo de ser alabado,
-Del deseo de ser honrado,
-Del deseo de ser aplaudido,
-Del deseo de ser preferido a otros,
-Del deseo de ser consultado,
-Del deseo de ser aceptado,
-Del temor de ser humillado,
-Del temor de ser despreciado,
-Del temor de ser reprendido,
-Del temor de ser calumniado,
-Del temor de ser olvidado,
-Del temor de ser puesto en ridículo,
-Del temor de ser injuriado,
-Del temor de ser juzgado con malicia,
-Que otros sean más estimados que yo,...Jesús dame la gracia de desearlo (se repite)
-Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse,
-Que otros sean alabados y de mí no se haga caso,
-Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil,
-Que otros sean preferidos a mí en todo,
-Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda.
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