Este mes de Agosto de 2013 va avanzando… y aquí
nos disponemos a celebrar el DomingoXXI del Tiempo Ordinario.
Decir que
hoy Jesús habla de salvación y sabemos que Dios Padre quiere que todos nos
salvemos. La promesa es muy importante y su consecución –el ser salvos—nos dará
la felicidad eterna. Pero hemos de trabajar para conseguirlo. Dios nos ha
creado libres y podemos adoptar el camino fácil y la puerta ancha. Nuestro
mundo de hoy, como el de tiempos de Jesús, ofrece muchas falsas ofertas de
puertas anchas que llevan a la nada. Pero es la oferta de Jesús, la de la
humildad y la del amor, la que nos salva. ¡Qué nadie nos engañe!
El Evangelio de Lucas que oiremos hoy
es, sin duda, una muy bella lectura. Una pregunta espontánea dará lugar a que
Jesús trate un tema fundamental: cuál será el número de los que se salven. Es
voluntad del Padre que los hombres y mujeres de todos los tiempos se salven,
pero en libertad y con esfuerzo, buscando la puerta estrecha, que nos parece la
menos atractiva, pero que es el único paso verdadero.
Primera Lectura Is 66, 18-21: “Yo vengo a reunir a todas las
naciones y lenguas.”
Así dice
el Señor:
— «Yo
vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria,
pondré en medio de ellos una señal, y mandaré algunos de sus sobrevivientes a
las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas
que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las
naciones.
Y de
todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos sus hermanos a caballo
y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de
Jerusalén —dice el Señor— como los israelitas, en vasos purificados, traen
ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas»
dice el Señor.
PALABRA DE DIOS
TE ALABAMOS SEÑOR.
Sal 116, 1.2: “Vayan al mundo entero y
proclamen el Evangelio”
Alaben al
Señor, todas las naciones,
aclámenlo, todos los pueblos.
aclámenlo, todos los pueblos.
Firme es
su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
su fidelidad dura por siempre.
Heb 12,5-7.11-13: “El Señor reprende a los que
ama”
Hermanos:
Ustedes
han olvidado la exhortación paternal que les dieron:
— «Hijo
mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión;
porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Acepten
la corrección, porque Dios los trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige
a sus hijos?
Ninguna
corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de
pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz.
Por eso,
fortalezcan sus manos cansadas, robustezcan las rodillas temblorosas, y caminen
por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.
PALABRA DE DIOS
TE ALABAMOS SEÑOR.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
(13,22-30)
GLORIA A TI SEÑOR!
“Vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa en el Reino
de Dios”
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y
pueblos enseñando.
Uno le preguntó:
— «Señor, ¿serán pocos los que se salven?»
Jesús les dijo:
— «Esfuércense en entrar por la puerta estrecha. Les digo que muchos
intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la
puerta, se quedarán afuera y llamarán a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”;
y él les contestará: “No sé quiénes son ustedes”.Entonces comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has
enseñado en nuestras plazas”.
Pero él contestará: “No sé quiénes son ustedes. Aléjense de mí,
malvados”.
Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abraham,
Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras ustedes
habrán sido echados fuera. Y vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y
del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios.
Miren: hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán
últimos».
PALABRA DE DIOS.
GLORIA A TI SEÑOR JESUS.
El Señor
prosigue su marcha hacia Jerusalén y no deja de enseñar.
En el
camino alguien se acerca con esta inquietud: «¿serán pocos los que se salven?».
Acaso él ya tenía una respuesta y pensaba, como era creencia común entre los
judíos, que únicamente se salvarían los hijos de Abraham, los circuncidados,
los miembros del Pueblo elegido por Dios. De la salvación estarían excluidos
todos los demás, los miembros de los pueblos llamados “gentiles”, pues ellos
adoraban a ídolos incapaces de salvarlos. No queda claro si la pregunta obedece
a un deseo de escuchar la opinión del Maestro en torno a una cuestión discutida
entre las diferentes escuelas rabínicas o a un deseo de satisfacer una simple
curiosidad personal.
El Señor
Jesús no responde a la inquietante pregunta. No responde si se salvarán pocos o
muchos. Sin embargo, aprovecha la pregunta para hacer una fuerte exhortación a
cada uno de sus oyentes a mirar cada cual por su propia salvación y esforzarse
decididamente por entrar por la puerta estrecha. Por qué entretenerse en
si se salvarán muchos o pocos, cuando de lo que se trata es de mirar cada uno
por su propia salvación?
La
palabra griega agonizesthe, que se traduce literalmente por luchad,
es una invitación al combate, a hacer el máximo esfuerzo por entrar por
la puerta estrecha, es decir, por conquistar un bien que, aunque difícil y
arduo de alcanzar, es posible. El mismo término lo utiliza San Pablo cuando
exhorta a Timoteo: «Combate (agonizou) el buen combate de la fe»
(1Tim 6,12). Es un esfuerzo que implica un celo persistente,
enérgico, acérrimo y tenaz, que no se doblega ante las dificultades que se
pueden presentar en la lucha. Implica también un entrar en competencia o luchar
decididamente contra todo adversario.
El
esfuerzo que hay que hacer es para «entrar por la puerta estrecha». Sobre esto
San Mateo recoge una explicación más extensa que la de San Lucas: «porque ancha
es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los
que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que
lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran» (Mt 7,13-14).
Mientras la puerta estrecha lleva a la vida eterna, la puerta ancha lleva a la
perdición, a la exclusión del Reino de los Cielos. El Señor advierte de la
posibilidad de quedar fuera y dar a parar en el lugar donde «será el llanto y
el rechinar de dientes», el lugar de la eterna ausencia de Dios, de la eterna
“excomunión” de su amor.
Cuando el
Señor invita a la lucha por entrar por la puerta estrecha, ¿debe entenderse que
la salvación depende única y exclusivamente del esfuerzo personal? No. El Señor
ciertamente acentúa en esta respuesta el hecho de la responsabilidad de cada
cual, sin embargo, sería un gravísimo error leer este pasaje aisladamente.
Siempre hay que tener en mente el conjunto de las enseñanzas del Señor. Así, en
otro momento, ante la pregunta: «¿y quién se podrá salvar?», el Señor responde:
«Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para
Dios» (Mc 10,26-27; Lc 18,26-27). La salvación es ante todo un
don de Dios, pero requiere ser acogido. Dios espera la respuesta y cooperación
humana. Acoge el don de la salvación y reconciliación quien permanece unido al
Señor (ver Jn 15,4-5), quien desde su insuficiencia coopera
decididamente con la gracia divina, quien se empeña en pasar día a día por la
“puerta estrecha”, que es Cristo mismo: «yo soy la puerta de las ovejas» (Jn
10,7).
Luego de
exhortar a todos a luchar esforzadamente por pasar por la puerta estrecha, el
Señor cuestiona a quienes se creen muy seguros y confían que se encuentran
dentro del número de los salvados por pertenecer al pueblo elegido. El Señor
advierte que ser hijos de Abraham no es garantía de salvación (ver Mt
3,9; Lc 3,8; Jn 8,33ss). Por otro lado, aquellos a quienes los
judíos consideraban excluidos de la salvación por no pertenecer al pueblo de
Israel, «se sentarán a la mesa en el Reino de Dios». La salvación la ofrece
Dios a todos los hombres por igual. Es anunciada a todos los pueblos de la faz
de la tierra ya desde antiguo por medio del profeta Isaías (ver 1ª. lectura).
Dios vendrá «para reunir a las naciones de toda lengua».
Hoy en
día muchos católicos creen que alcanzarán la vida eterna viviendo en esta vida
“sin hacer mal a nadie”, viviendo una vida cristiana acomodada a su medida, un
catolicismo “light”.
Muchos
otros están convencidos de que, en contra de lo que enseña Cristo y su Iglesia,
luego de esta vida vendrán sucesivas reencarnaciones, y que habrán muchísimas
oportunidades para ir purificando sus almas hasta llegar a ser como dioses.
Según esta doctrina tan de moda hoy en día, nadie se condenará. Para ellos y
para muchos otros “católicos”, el infierno no es sino una invención de la
Iglesia, una doctrina creada para infundir el miedo en los creyentes y tenerlos
sometidos a su dominio.
Suelen
argumentar quienes niegan la existencia del infierno o se resisten a creer él:
“si Dios es amor, ¿cómo puede existir el infierno? ¿Cómo puede Dios-Amor querer
que alguno de sus hijos se condene por toda la eternidad? Un padre nunca puede
querer la infelicidad para sus hijos, no puede querer que sufra lo inimaginable
por toda la eternidad”.
Quienes
así razonan desoyen esta advertencia del Señor: «Esfuércense en entrar por la
puerta estrecha. Les digo que muchos intentarán entrar y no podrán». La
enseñanza es clara. No da lugar a suavizaciones ni relativizaciones: quienes no
responden a su condición de hijos, serán excluidos de la salvación ofrecida por
el Señor Jesús, y eso no porque Dios no los ame, sino porque su amor lo lleva a
respetar nuestras decisiones libres. Quien en esta vida no quiere abrirle la
puerta de su corazón a Dios, que se inclina a nosotros en su Hijo, que toca y
toca a la puerta de nuestros corazones desde su Cruz, implorando que le
abramos, se excluye a sí mismo de la Comunión con Dios por toda la eternidad.
Dios ha hecho todo lo posible para nuestra salvación. No puede sino respetar
nuestra libertad. No puede haber otro lugar para quien insiste en decirle no a
Dios que el «estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con
los bienaventurados» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1033; ver
números siguientes).
El Señor
ha abierto para nosotros las puertas del Reino de los Cielos, pero no nos
obliga a entrar. Quien de verdad quiera conquistar la Vida eterna, debe hacerlo
con una actitud esforzada, combativa, “violenta” (ver Mt 11,12). Esa
violencia la hemos de ejercer ante todo contra todo lo que en nosotros nos haga
desemejantes a Cristo: el pecado, los vicios, los pensamientos, sentimientos y
actitudes que no corresponden a los pensamientos, sentimientos y actitudes del
Señor Jesús.
Pero para
participar de su comunión y vida eterna el Señor nos llama a mucho más, nos
llama aser perfectos en la caridad (ver Mt 5,48; Col
3,14), nos llama a amar como Él nos ha amado (ver Jn 15,12). Pasar
por la puerta estrecha es, en este sentido, “pasar” por Aquel que ha
dicho de sí mismo: «Yo soy la puerta» (Jn 10,9). En otras palabras, se
trata de asemejarnos cada vez más al Señor Jesús en sus pensamientos,
sentimientos y actitudes, hasta llegar a la perfección y plenitud de la madurez
en Cristo (ver Ef 4,13).
En esta
lucha por conquistar la vida eterna no podemos olvidar que sin el Señor nada
podemos hacer (ver Jn 15,4-5). Nuestros necesarios esfuerzos sólo darán
fruto en la medida que sean una decidida cooperación con la gracia divina que
Dios derrama en nuestros corazones. Esa gracia hay que implorarla
incesantemente y buscarla en los Sacramentos de la Iglesia. Así pues, “¡a Dios
rogando, y con el mazo dando!” De ese modo, y sólo de ese modo, estaremos
pasando por la puerta estrecha para ingresar al Reino de los Cielos que Dios
nos tiene prometido.
La Iglesia del Señor es «católica»
830: La palabra «católica» significa
«universal» en el sentido de «según la totalidad» o «según la integridad». La
Iglesia es católica en un doble sentido:
Es
católica porque Cristo está presente en ella. «Allí donde está Cristo Jesús,
está la Iglesia Católica» (S. Ignacio de Antioquía). En ella subsiste la
plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (ver Ef 1,22-23), lo que
implica que ella recibe de Él «la plenitud de los medios de salvación» (AG
6) que Él ha querido: confesión de fe recta y completa, vida sacramental
íntegra y ministerio ordenado en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este
sentido fundamental, era católica el día de Pentecostés (ver AG 4) y lo
será siempre hasta el día de la Parusía.
831: Es católica porque ha sido
enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano (ver Mt
28, 19):
Todos los
hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha
de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así se
cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza
humana y decidió reunir a sus hijos dispersos... Este carácter de
universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor.
Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a
reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en
la unidad de su Espíritu (LG 13).
«Allí será el llanto y el rechinar de dientes»
1036: Las afirmaciones de la Escritura
y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la
responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con
su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la
conversión: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por
ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!;
y pocos son los que la encuentran» (Mt 7,13-14):
Como no
sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar
continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en
la tierra, mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos
y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las
tinieblas exteriores, donde “habrá llanto y rechinar de dientes” (LG
48).
Jesús nos ha mostrado la puerta… Y es la única que
nos dará la felicidad. No nos dejemos engañar por otras puertas, grandes y
aparentemente llenas de luz, que sólo guardan oscuridad en su interior.
Vayamos, junto a Jesús, hacia la luz de la Vida Eterna.
LA PUERTA
ANGOSTA
Camino a Jerusalén, alguien le pregunta a Jesús:
"Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". Por la forma en
que está planteada la pregunta, se esperaría una respuesta corta o un
monosílabo. Jesús no dice sí o no. Como otras tantas veces, recurre a las
imágenes, a ejemplos sencillos de la vida cotidiana. Habla de una puerta
angosta. No habla de cantidades ni de elegidos, ni siquiera dice lo que hay del
otro lado de la puerta; pero invita a que uno se esfuerce por traspasarla:
"Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro
que muchos tratarán de entrar y no podrán". Con esto Jesús quiere quitar
las falsas seguridades de aquellos que se sienten "privilegiados" o
piensan que "ya la hicieron". Jesús quiere dejar claro que no hay
reservación de mesa o puertas amplias para entrar al banquete del Reino. Todos
estamos llamados, todos estamos invitados, pero la puerta es angosta y hay que
esforzarse por entrar.
La pedagogía de Dios no está hecha sólo de dulzura;
encontramos palabras fuertes: "No sé quiénes son ustedes... les aseguro
que no sé quiénes son ustedes". Aquellos que se sentían de casa, que
creían conocer de cerca al Señor, que comieron y bebieron con él, y escucharon
sus enseñanzas, ahora encuentran la puerta cerrada y, para sorpresa o desconcierto
de ellos, pasan a ser unos desconocidos. "Apártense de mí todos ustedes
los que hacen el mal", es la respuesta que obtienen éstos a los ruegos por
entrar.
"Vendrán muchos del oriente y del poniente, del
norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que
ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros,
serán los últimos". Con estas palabras Jesús alude a la universalidad del
Reino de Dios. La salvación no viene de una simple cercanía física con Jesús,
de haber comido o bebido con él, de haberlo escuchado en las plazas. Tampoco
viene de pertenecer a un determinado pueblo, raza o cultura. La salvación viene
cuando aceptamos a Jesús y vivimos los valores del Evangelio: la justicia, la
generosidad, la atención al prójimo... Esa es la puerta estrecha. La puerta por
la que todos, absolutamente todos, estamos invitados a entrar.
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