“Agradecer y pedir perdón”, fue el punto central de las palabras del Santo Padre durante la celebración de las vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, durante el último día del año. El Santo Padre recordó que con el Te Deum, canto del tradicional himno de agradecimiento por la conclusión del año civil y la Bendición Eucarística, alabamos al Señor y al mismo tiempo pedimos perdón, y la actitud de agradecer “nos dispone a la humildad, a reconocer y a recoger los dones del Señor”.
Francisco
en su homilía nos invita a hacer un examen de conciencia, y responder a algunas
preguntas: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o como
esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu,
rescatadas, libres? O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta,
haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés?. El Papa
Bergoglio afirma que siempre hay en nuestro camino existencial una tendencia a
resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente,
preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud, explicó. Además
Francisco destacó que la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el
presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, a la
eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar,
esperar, recalcó.
Como Obispo
de Roma también se detuvo en el hecho de vivir en Roma que como él
dijo “representa un gran don para un cristiano”. Por eso nos invita a
responder a las siguientes preguntas en esta ciudad, en esta comunidad
eclesial: ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O
¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?.
Francisco, fiel a su persona, siempre recuerda y está cerca de los más
necesitados y así lo hizo también presente en su última intervención del año:
es “necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el
coraje de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no
defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los
débiles!”. Y así asegura que cuando una ciudad ayuda a los pobres a promoverse
en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la
sociedad. Al contrario, asegura que cuando no se está pendiente de ellos, la
sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad.
Concluyendo
su homilía, el Papa, insistió en pedir perdón y en dar las gracias, y en
recordar que existe una “última hora” y que existe “la plenitud del tiempo”.
Homilía
del Papa:
La
Palabra de Dios nos introduce hoy, de forma especial, en el significado del
tiempo, en el comprender que el tiempo no es una realidad extraña a Dios,
simplemente por que Él ha querido revelarse y salvarnos en la historia, en el
tiempo. El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la
epifanía de Dios, es decir, de la manifestación del misterio de Dios y de su
amor concreto. En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san
Pedro Fabro.
La Liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: «Hijos míos, ha llegado
la última hora» (1Jn 2,18), y la de San Pablo, que nos habla de «la plenitud
del tiempo» (Ga 4,4). Por lo que el día de hoy nos manifiesta cómo el tiempo
que ha sido – por decir así – ‘tocado’ por Cristo, el Hijo de Dios y de María,
y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha vuelto ‘el
tiempo salvífico’, es decir, el tiempo definitivo de salvación y de gracia.
Y todo
esto nos invita a pensar en el final del camino de la vida, al final de nuestro
camino. Hubo un comienzo y habrá un final, «un tiempo para nacer y un tiempo
para morir», (Eclesiastés 3,2).
Con esta
verdad, bastante simple y fundamental, así como descuidada y olvidada, la santa
madre Iglesia nos enseña a concluir el año y también nuestros días con un
examen de conciencia, a través del cual volvemos a recorrer lo que ha ocurrido;
damos gracias al Señor por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido
cumplir y, al mismo tiempo, volvemos a pensar en nuestras faltas y en nuestros
pecados: Agradecer y pedir perdón.
Es lo que
hacemos también hoy al terminar el año. Alabamos al Señor con el himno del Te
Deum y al mismo tiempo le pedimos perdón. La actitud de agradecer nos dispone a
la humildad, a reconocer y a acoger los dones del Señor.
El
apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo
fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha
adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de
estupor!
Alguien
podría decir: ‘Pero ¿no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser
hombres?’. Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al
mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original
que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente
herida. Por ello Dios ha enviado a su Hijo a rescatarnos con el precio de su
sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos
hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos
rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra
carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos, liberarnos de la
esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida.
La Liturgia de hoy recuerda también que «en el principio – antes del tiempo – era
la Palabra… y la Palabra se hizo hombre’ y por ello afirma san Ireneo: Éste es
el motivo por el cual la Palabra se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del
hombre: para que el hombre, entrando en comunión con la Palabra y recibiendo así
la filiación divina, se volviera hijo de Dios ( Adversus haereses, 3,19-1: PG
7,939; cfr Catecismos de la Iglesia Católica, 460).
Al mismo
tiempo, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de
conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, del preguntarnos:
¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos?
¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu,
rescatadas, libres? O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo
lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés?
Hay
siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la
liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o
menos inconcientemente la esclavitud. La libertad nos asusta porque nos pone
ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud,
en cambio, reduce el tiempo a ‘momento’ y así nos sentimos más seguros, es
decir, nos hace vivir momentos desligados de su pasado y de nuestro futuro. En
otras palabras, la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente,
porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, frente a la eternidad.
La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar.
Decía
hace algunos días un gran artista italiano que para el Señor fue más fácil
quitar a los israelitas de Egipto que a Egipto del corazón de los israelitas.
Habían sido liberados ‘materialmente’ de la esclavitud, pero durante el camino
en el desierto con varias dificultades y con el hambre, comenzaron entonces a
sentir nostalgia de Egipto cuando ‘comían… cebollas y ajo’ (cfr Num 11,5); pero
se olvidaban que comían en la mesa de la esclavitud.
En
nuestro corazón se anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente
nos da más seguridad, más que la libertad, que es muy arriesgada. ¡Cómo nos
gusta estar enjaulados por tantos fuegos artificiales, aparentemente muy
lindos, pero que en realidad duran sólo pocos instantes! ¡Y Éste es el reino
del momento, esto es lo fascinante del momento!
De este
examen de conciencia depende también, para nosotros los cristianos, la calidad
de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de
nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones
públicas y eclesiales.
Por tal
motivo, y siendo Obispo de Roma, quisiera detenerme sobre nuestro vivir en
Roma, que representa un gran don, porque significa vivir en la ciudad eterna,
significa para un cristiano, sobre todo, formar parte de la Iglesia fundada
sobre el testimonio y sobre el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Y por lo tanto, también por ello rendimos gracias al Señor. Pero, al mismo
tiempo, representa una responsabilidad. Y Jesús dijo: «Al que se le confió
mucho, se le reclamará mucho más». (Lc 12,48)
Por lo
tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta Comunidad eclesial, ¿somos libres
o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos,
hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?
Sin duda,
los graves hechos de corrupción, emergidos recientemente, requieren una seria y
conciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así
como para un renovado compromiso para construir una ciudad más justa y
solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de
nuestras preocupaciones y de nuestras acciones de cada día. ¡Es necesaria una
gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el coraje de
proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no
defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los
débiles!
La
enseñanza de un simple diácono romano nos puede ayudar. Cuando le pidieron a
San Lorenzo que llevara y mostrara los tesoros de la Iglesia, llevó simplemente
a algunos pobres. Cuando en una ciudad se cuida, socorre y ayuda a los pobres y
a los débiles a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la
Iglesia y un tesoro en la sociedad.
Pero,
cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los
obliga a ‘mafiarse’, esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la
libertad y prefiere ‘el ajo y las cebollas’ de la esclavitud, de la esclavitud
de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad y esa sociedad deja de ser
cristiana.
Queridos
hermanos y hermanas, concluir el año es volver a afirmar que existe una ‘última
hora’ y que existe ‘la plenitud del tiempo’. Al concluir este año, al dar
gracias y al pedir perdón, nos hará bien pedir la gracia de poder caminar en
libertad para poder reparar los tantos daños hechos y poder defendernos de la
nostalgia de la esclavitud, y no ‘añorar’ la esclavitud.
Que la
Virgen Santa, la Santa Madre de Dios, que está en el corazón del templo de Dios
– cuando la Palabra – que era en el principio – se hizo uno de nosotros en el
tiempo, Ella que ha dado al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con el
corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios.
La
llegada de un nuevo año suele ir acompañada de grandes fiestas y fuegos
artificiales, pero también de esperanzadores propósitos personales y deseos de
paz y felicidad a cuantos tenemos al lado. También el Papa Francisco ha
expresado sus propios deseos con un peculiar llamamiento a lo que ha llamado la
“globalización de solidaridad y la fraternidad”. Lo hace al final de su mensaje
con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz que celebramos el primer día del
año y en el cual ha puesto la mirada en la indiferencia, también globalizada,
ante el fenómeno de la esclavitud, en formas siempre nuevas, que Francisco
considera un crimen de lesa humanidad.
Esclavitud en el ámbito laboral, donde tantos trabajadores son sometidos a normas que no respetan la dignidad humana. Esclavitud de los emigrantes que sufren hambre y de los que se abusa hasta sexualmente. Esclavitud de las mujeres obligadas a prostituirse. Esclavitud de niños y adultos, víctimas del tráfico de seres humanos. Esclavitud de cuantos son secuestrados por grupos terroristas. La lista puede alargarse, porque la raíz está en la corrupción de las personas que tratan a los demás como meros objetos, así como en la pobreza, la falta de educación o la ausencia de oportunidades para el trabajo. Frente a este desafío el Papa nos recuerda que todos somos hermanos y que tanto la sociedad en su conjunto, como los Estados, deben velar para que se respete la dignidad humana. “No esclavos, sino hermanos”, titula el Papa su mensaje, en la convicción de que ese respeto es el que puede garantizar la paz en el mundo.
Esclavitud en el ámbito laboral, donde tantos trabajadores son sometidos a normas que no respetan la dignidad humana. Esclavitud de los emigrantes que sufren hambre y de los que se abusa hasta sexualmente. Esclavitud de las mujeres obligadas a prostituirse. Esclavitud de niños y adultos, víctimas del tráfico de seres humanos. Esclavitud de cuantos son secuestrados por grupos terroristas. La lista puede alargarse, porque la raíz está en la corrupción de las personas que tratan a los demás como meros objetos, así como en la pobreza, la falta de educación o la ausencia de oportunidades para el trabajo. Frente a este desafío el Papa nos recuerda que todos somos hermanos y que tanto la sociedad en su conjunto, como los Estados, deben velar para que se respete la dignidad humana. “No esclavos, sino hermanos”, titula el Papa su mensaje, en la convicción de que ese respeto es el que puede garantizar la paz en el mundo.
El Papa inició 2015 con una ceremonia en la Basílica de San Pedro. Pronunció
una homilía en la que sostuvo que "todos estamos llamados ser
libres" y criticó las "escasas" oportunidades de tener
trabajo.
"Todos
estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su
responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud", dijo
el pontífice argentino en la Basílica de San Pedro.
El papa Bergoglio consideró, en su discurso con motivo de la celebración de la cuadragésimo octava edición de la Jornada Mundial de la Paz, que las "escasas" oportunidades de trabajo contribuyen a la aparición de formas de esclavitud moderna.
El papa Bergoglio consideró, en su discurso con motivo de la celebración de la cuadragésimo octava edición de la Jornada Mundial de la Paz, que las "escasas" oportunidades de trabajo contribuyen a la aparición de formas de esclavitud moderna.
Este
mensaje fue adelantado ya el pasado 12 de diciembre por el Vaticano y en él el
Papa dice que las empresas deben ofrecer a sus empleados "condiciones de
trabajo dignas y salarios adecuados" y critica como forma de opresión
moderna "la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier
cosa para enriquecerse".
El Sumo
Pontífice agregó que "no se puede amar a Cristo sin la Iglesia, escuchar a
Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la
Iglesia", utilizando una cita del papa Pablo VI.
"Nuestra
fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con
una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y
resucitó para salvarnos y vive entre nosotros", agregó el papa.
"Sin
la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un
sentimiento", defendió el pontífice argentino.
El papa agregó que "la misión del Pueblo de Dios" es la siguiente: "irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo".
El papa agregó que "la misión del Pueblo de Dios" es la siguiente: "irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo".
"La
paz siempre es posible".
Poco
después de finalizar la misa, Francisco dirigió un saludo especial a los
numerosos fieles procedentes de México que asistieron al primer rezo del
Ángelus en la Plaza de San Pedro tras la misa que el pontífice ofició en la Basílica vaticana.
El pontífice argentino presidió en la basílica de San Pedro la Misa de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios y se refirió a la Jornada Mundial de la Paz, que la Iglesia celebra el 1 de enero y este año lleva por lema "Nunca más esclavos, sino hermanos".
"Todos estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud", sostuvo y agregó: "Unamos nuestras fuerzas".
Francisco insistió en advertir que las "escasas" oportunidades de trabajo contribuyen a la aparición de estas formas de esclavitud moderna.
En tanto, en el primer tuit del año, el Papa rogó paz para quienes sufren en el mundo.
"Muchos niños y personas inocentes sufren en el mundo. Señor, concédenos tu paz", escribió en su cuenta de la red social Twitter.
En el mensaje para la 48 Jornada Mundial de la Paz 2015, difundido el pasado 12 de diciembre por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Francisco condenó "el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre" y abogó por abolir "este fenómeno abominable, que pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad". El Papa señaló que, a pesar de que el derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable, "todavía hay millones de personas -niños, hombres y mujeres de todas las edades- privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud".
Entre las causas que contribuyen a estas formas contemporáneas de la esclavitud, el pontífice se refiere a "la pobreza, al subdesarrollo y a la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes oportunidades de trabajo".
"La corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. En efecto, la esclavitud y la trata de personas humanas requieren una complicidad que con mucha frecuencia pasa a través de la corrupción de los intermediarios, de algunos miembros de las fuerzas del orden o de otros agentes estatales, o de diferentes instituciones, civiles y militares", agregó, sin olvidar los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo.
El Papa exhortó en este sentido a un compromiso global para acabar la esclavitud: "Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno".
Asimismo, hizo un "llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad".
Después de la misa en San Pedro el papa salió a la ventana del palacio apostólico, desde el cual se dirigió a los fieles con el rezo del Ángelus y a quienes agradeció su presencia en un día soleado pero "frío", como señaló Bergoglio.
Texto de
la alocución del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas,
¡buenos días y buen año!
En este
primer día del año, en el clima gozoso, si bien frío, de la Navidad, la
Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada de fe y de amor en la Madre de Jesús.
En Ella, humilde mujer de Nazaret, “la Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros” (Jn1, 14). Por eso es imposible separar la contemplación de
Jesús, la Palabra de la vida que se ha hecho visible y tangible (cfr. 1
Jn 1,1), de la contemplación de María, que le ha dado su amor y su carne
humana.
Hoy
escuchamos las palabras del apóstol Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de una
mujer” (Gal 4,4). Aquel “nacido de una mujer” habla de manera
esencial y por esto aún más fuerte de la verdadera humanidad del Hijo de Dios.
Como afirma un Padre de la Iglesia, San Atanasio: “Nuestro Salvador fue
verdaderamente hombre y de él vino la salvación de toda la humanidad” (Carta a
Epíteto: PG 26).
Pero San
Pablo añade también: “Nacido bajo la ley” (Gal 4, 4). Con esta
expresión subraya que Cristo ha asumido la condición humana liberándola de la
cerrada mentalidad legalista, insoportable. En efecto, la ley, privada de la
gracia, se vuelve un yugo insoportable, y en lugar de hacernos bien, nos hace
mal. Pero Jesús decía: “el sábado ha sido hecho para el hombre, no el
hombre para el sábado”. He aquí entonces la finalidad por la que Dios
envía a su Hijo a la tierra a hacerse hombre: una finalidad de
liberación, es más, deregeneración. De liberación “para rescatar a
aquellos que estaban bajo la ley” (v. 5); y el rescate se produjo con la
muerte de Cristo en la cruz. Pero sobre todo de regeneración: “Para que
recibiéramos la adopción de hijos” (v. 5). Incorporados en Él, los hombres
llegan a ser realmente hijos de Dios. Este pasaje estupendo se produce en nosotros
con el Bautismo, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y nos inserta en
su Iglesia.
Al inicio
de un nuevo año nos hace bien recordar el día de nuestro Bautismo:
redescubramos el regalo recibido en aquel Sacramento que nos ha regenerado a la
vida nueva: la vida divina. Y esto a través de la Madre Iglesia, que tiene como
modelo a la Madre María. Gracias al Bautismo hemos sido introducidos en la
comunión con Dios y ya no estamos a merced del mal y del pecado, sino que
recibimos el amor, la ternura, la misericordia del Padre celestial.
Les
pregunto nuevamente: ¿Quién de ustedes recuerda el día en que ha sido
bautizado, recuerda la fecha de su bautismo? ¿Quién de ustedes la recuerda?
Levanten la mano. ¡Ah hay muchos, pero no tantos eh! Para quienes no la
recuerdan les daré una tarea para hacer en casa. Buscar esa fecha y custodiarla
bien en el corazón. También pueden pedir ayuda a sus padres, a su padrino, a su
madrina, a los tíos, a los abuelos… Pero, ¿cuál fue el día en que yo he sido
bautizado? Ese es un día de fiesta. Hagan eso. Será muy bello para agradecer a
Dios el don del Bautismo.
Esta
cercanía de Dios a nuestra existencia nos da la verdadera paz, la paz, el don
divino que queremos implorar especialmente hoy, Jornada Mundial de la Paz. Yo
leo ahí: “La paz es siempre posible”. ¡Siempre es posible la paz! Debemos
buscarla. Y allá: “La oración en la raíz de la paz”. La oración es precisamente
la raíz de la paz. La paz es siempre posible. Y nuestra oración, está en la
raíz de la paz. La oración hace germinar la paz.
Hoy, Jornada Mundial de la Paz, “Ya no esclavos, sino hermanos”: he aquí el Mensaje de esta Jornada. Porque las guerras nos hacen esclavos. Siempre. Un mensaje que nos implica a todos. Todos estamos llamados a combatir cualquier forma de esclavitud y a construir la fraternidad. Todos, cada uno según su propia responsabilidad.
Hoy, Jornada Mundial de la Paz, “Ya no esclavos, sino hermanos”: he aquí el Mensaje de esta Jornada. Porque las guerras nos hacen esclavos. Siempre. Un mensaje que nos implica a todos. Todos estamos llamados a combatir cualquier forma de esclavitud y a construir la fraternidad. Todos, cada uno según su propia responsabilidad.
Y
acuérdense bien: la paz es posible. Y en la raíz de la paz está siempre la
oración. Recemos por la paz.
También
existen esas bellas escuelas de paz, esas por la paz, debemos ir adelante con
esta educación por la paz.
A María,
Madre de Dios y Madre nuestra, le presentamos nuestros propósitos de bien. A
Ella le pedimos que extienda sobre nosotros, y sobre todos los días del año
nuevo, el manto de su materna protección: “Santa Madre de Dios, no desprecies
las súplicas de nosotros, que estamos en la prueba, y líbranos de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita”.
E invito
a todos ustedes, a saludar hoy a la Virgen como Madre de Dios. A saludarla con
aquel saludo: “Santa Madre de Dios”, como fue aclamada por los fieles de la
ciudad de Éfeso al inicio de la vida cristiana, del cristianismo, cuando desde
la otra parte de la entrada de la iglesia, gritaban a sus pastores este saludo
a la Virgen: “Santa Madre de Dios”. Todos juntos, tres veces, fuerte, “Santa
Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”.
Saludos
del Papa Francisco tras el Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas,
dirijo a
todos los aquí presentes mi cordial saludo, deseándoles un feliz y sereno año
nuevo. Saludo en particular a los peregrinos de los Países Escandinavos y de
Eslovaquia, a los fieles de Asola, Castiglione delle Stiviere, Saccolongo,
Sotto il Monte, Bonate Sotto e Benevento, a los jóvenes de Andria y Castelnuovo
del Garda. Un cordial saludo va a los Stersinger de Alemania, Austria y Suiza
por su empeño de ir de casa en casa para anunciar el nacimiento del Señor y
recoger regalos para los niños necesitados. ¡Feliz Navidad y un Feliz Año
Nuevo!
Dirijo mi
pensamiento a aquellos de las Diócesis del mundo entero, que han promovido
momentos de oración por la paz, porque la oración es la raíz de la paz, como
dice la pancarta. Recuerdo en particular la marcha nacional que se desarrolló
ayer en Venecia, la manifestación “Paz en todas las tierras”, promovida en Roma
y numerosas ciudades del mundo.
En este
momento estamos conectados con Trentino, donde se encuentra la gran campana
llamada ‘Maria Dolens’, realizada en honor a los caídos de todas las guerras y
bendecida por el beato Pablo VI en 1965. En poco escucharemos los retoques de
aquella campana. Que nunca más haya guerras, ¡nunca más las guerras!, y siempre
el deseo y el empeño de paz y de fraternidad entre los pueblos.
Buen año
a todos. Que sea un año de paz, de paz, en el abrazo de cariño del Señor
y con la protección de María, Madre de Dios y Madre nuestra. Saludo a todos. Y
veo que hay tanto mexicanos allí, les saludo ¡son numerosos los mexicanos!
Buen año
y por favor no olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.
Ahora
esperamos el sonido de las campanas.
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