Miles de
peregrinos se han desplazado esta mañana hasta la Plaza de San Pedro en este
miércoles 2 de abril, festividad del beato Juan Pablo II que hace nueve años
marchaba a la Casa del Padre. Allí han asistido a la habitual audiencia de los
miércoles del Papa Francisco en la que el Papa ha impartido su catequesis que
ha versado sobre el matrimonio. De esta forma ha cerrado el ciclo en el que ha
reflexionado sobre los Sacramentos.
Durante
su alocución el Santo Padre ha comenzado recordando que el Sacramento del
Matrimonio nos conduce al diseño según Dios puesto que es una alianza, un
diseño de comunión. Francisco ha recordado el Pasaje del Génesis en el que al
principio Dios los creó hombre y mujer a su Imagen y semejanza. Por eso el
matrimonio es bello porque se apya en la comunión, de la misma forma que el
Padre, el Hijo y el Espíritu entran en comunión.
El
Pontífice ha recordado cómo San Pablo se refiere a la grnadeza del amor entre
los esposos que se condsagran por el amor. También la Iglesia se considera
unida en forma de desposorios a Cristo, el Esposo que engalana a la comunidad
eclesial como una novia que se adorna con sus joyas. Esto ayuda a comprender
que el Serñor ama a su Iglesia y da la vida por ella.
Por
último, Francisco ha señalado la importancia de ver la sencillez y la
fragilidad humana en el matrimonio. Es normal que se discuta en las familias y
que se rompan los platos, ha asegurado en un tono distendido y amable. Esto no
debe desanimarnos porque la vida es para vivirla desde el amor que supera
cualquier discusión y pelea. Francisco ha dicho que la vida familiar mejoraría
si se diesen tres palabra fundamentales: permiso, gracias y perdona.
Al
término de la audiencia todos han rezado y el Papa ha impartido la Bendición
Apostólica de forma especial para los enfermos e impedidos extensiva también
para los objetos que han llevado con el fin de que fuesen bendecidos.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
concluimos el ciclo de catequesis sobre los Sacramentos hablando del
Matrimonio. Este Sacramento nos conduce al corazón del designio de Dios, que es
un designio de alianza con su pueblo, con todos nosotros, un designio de
comunión. Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como
coronación del relato de la creación, se dice: “Dios creó el hombre a su
imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer… Por eso el hombre
deja a su padre y a su madre y se une a su mujer y los dos llegan a ser una
sola carne”. (Gen 1,27; 2,24). La imagen de Dios es la pareja matrimonial, el
hombre y la mujer, los dos. No solamente el varón, el hombre, no sólo la mujer,
no, los dos. Y ésta es la imagen de Dios: es el amor, la alianza de Dios con
nosotros está allí, está representada en aquella alianza entre el hombre y la
mujer. Y esto es muy bello, es muy bello. Somos creados para amar, como reflejo
de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta
vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y
definitiva.
1. Cuando
un hombre y una mujer celebran el sacramento del Matrimonio, Dios, por así
decir, se “refleja” en ellos, imprime en ellos los propios lineamientos y el
carácter indeleble de su amor. Un matrimonio es la imagen del amor de Dios con
nosotros, es muy bello. También Dios, en efecto, es comunión: las tres Personas
del Padre, el Hijo y del Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en
unidad perfecta. Y es justamente éste el misterio del Matrimonio: Dios hace de
los dos esposos un sola existencia. Y la Biblia es fuerte, dice “una sola
carne”, ¡así intima es la unión del hombre y de la mujer en el matrimonio! Y es
justamente este el misterio del matrimonio. Es el amor de Dios que se refleja
en el matrimonio, en la pareja que decide vivir juntos y por esto el hombre
deja su casa, la casa de sus padres, y va a vivir con su mujer y se une tan
fuertemente a ella que se transforman, dice la Biblia, en una sola carne. No
son dos, es uno.
2. San
Pablo, en la Carta a los Efesios, pone de relieve que en los esposos cristianos
se refleja un misterio “grande”: la relación establecida por Cristo con la
Iglesia, una relación nupcial (cf. Ef 5 0,21-33). La Iglesia es la esposa de
Cristo: esta relación. Esto significa que el matrimonio responde a una vocación
específica y debe ser considerado como una consagración (cf. Gaudium et spes,
48; Familiaris consortio, 56). Es una consagración. El hombre y la mujer están
consagrados por su amor, por amor. Los cónyuges, de hecho, por la fuerza del
Sacramento, están investidos por una verdadera y propia misión, de modo que
puedan hacer visible, a partir de las cosas simples, comunes, el amor con que
Cristo ama a su Iglesia y continúa dando la vida por ella, en la fidelidad y en
el servicio.
3.
¡Realmente es un designio maravilloso aquel que es inherente en el sacramento
del Matrimonio! Y se lleva a cabo en la simplicidad y también la fragilidad de
la condición humana. Sabemos muy bien cuántas dificultades y pruebas conoce la
vida de dos esposos… Lo importante es mantener vivo el vínculo con Dios, que es
la base del vínculo matrimonial.
El
verdadero vínculo es siempre con el Señor. Cuando la familia reza, el vínculo
se mantiene. Cuando el esposo reza por la esposa y la esposa reza por el esposo
ese vínculo se hace fuerte. Uno reza con el otro. Es verdad que en la vida
matrimonial hay tantas dificultades, ¿tantas no? Que el trabajo, que el sueldo
no alcanza, los chicos tienen problemas, tantas dificultades. Y tantas veces el
marido y la mujer se ponen un poco nerviosos y pelean entre ellos, ¿o no?
Pelean, ¿eh? ¡Siempre! Siempre es así: ¡siempre se pelea, eh, en el matrimonio!
Pero también, algunas veces, vuelan los platos ¿eh? Ustedes se ríen, ¿eh? pero
es la verdad. Pero no nos tenemos que entristecer por esto. La condición humana
es así. El secreto es que el amor es más fuerte que el momento en el que se
pelea. Y por esto yo aconsejo a los esposos siempre que no terminen el día en
el que han peleado sin hacer la paz. ¡Siempre! Y para hacer la paz no es
necesario llamar a las Naciones Unidas para que vengan a casa a hacer las
paces. Es suficiente un pequeño gesto, una caricia: ¡Chau y hasta mañana! Y
mañana se empieza de nuevo. Esta es la vida, llevarla adelante así, llevarla
adelante con el coraje de querer vivirla juntos. Y esto es grande, es bello
¿eh?
Es una cosa bellísima la vida matrimonial y tenemos que custodiarla
siempre, custodiar a los hijos. Algunas veces yo he dicho aquí que una cosa que
ayuda tanto en la vida matrimonial son tres palabras. No sé si ustedes
recuerdan las tres palabras. Tres palabras que se deben decir siempre, tres
palabras que tienen que estar en casa: “permiso, gracias, disculpa”. Las tres
palabras mágicas, ¿eh? Permiso, para no ser invasivo en la vida de los
conyugues. ”Permiso, pero, ¿qué te parece, eh?” Permiso, me permito ¿eh?
¡Gracias! Agradecer al conyugue: “pero, gracias por aquello que hiciste
por mí, gracias por esto”. La belleza de dar las gracias.
Y como todos nosotros
nos equivocamos, aquella otra palabra que es difícil de decir, pero que es
necesario decirla: perdona, por favor, ¿eh? ¡Disculpa! ¿Cómo era? Permiso,
gracias y disculpa. Repitámoslo juntos. Permiso, gracias y disculpa. Con estas
tres palabras, con la oración del esposo por la esposa y de la esposa por el
esposo y con hacer la paz siempre, antes de que termine el día, el matrimonio
irá adelante. Las tres palabras mágicas, la oración y hacer la paz siempre. El
Señor los bendiga y recen por mí. ¡Gracias!
SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO TERCERO
LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
ARTÍCULO 7
EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
1659 San Pablo dice: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó
a la Iglesia [...]Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la
Iglesia" (Ef 5,25.32).
1660 La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer
constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus
leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los
cónyuges así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el
matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf.
GS
48,1; CIC can.
1055, §1).
1661 El sacramento del Matrimonio significa la unión de Cristo con la
Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a
su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los
esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida
eterna (cf. Concilio de Trento: DS 1799).
1662 El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes,
es decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir
una alianza de amor fiel y fecundo.
1663 Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado
público de vida en la Iglesia, la celebración del mismo se hace ordinariamente
de modo público, en el marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o
el testigo cualificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
1664 La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a
la fecundidad son esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible con la
unidad del matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la
fecundidad priva la vida conyugal de su "don más excelente", el hijo (GS 50,1).
1665 Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados
mientras viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios
enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación no están separados de la
Iglesia pero no pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida
cristiana sobre todo educando a sus hijos en la fe.
1666 El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer
anuncio de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente "Iglesia
doméstica", comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de
caridad cristiana.
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