Después del ciclo sobre los Sacramentos, el Papa Francisco comenzó hoy un nuevo ciclo sobre los Siete Dones del Espíritu Santo, y lo hizo hablando de la Sabiduría, “lo que hace en nosotros el Espíritu para que veamos cada cosa con los ojos de Dios”.
El
primero de estos dones –afirmó el Obispo de Roma- es la sabiduría, aquella de
Salomón que no pidió a riqueza, éxito, fama, larga vida sino “un corazón dócil
que sepa distinguir el bien del mal”. La sabiduría es lo que hace en nosotros
el Espíritu para que veamos cada cosa con los ojos de Dios.
Esta
sabiduría nace de la intimidad con Dios, en la cual el Espíritu nos hace
contemplativos. Esta sabiduría no es una persona que sabe todo, sino que sabe
cómo actúa Dios, cuando una cosa es de Dios y cuando no es de Dios. Es una experiencia
sobrenatural que hace sentirse siempre con el Señor, entre sus manos, y
compartir su alegría, su paz y su irrefrenable pasión por cada hombre.
Finalmente
el Sucesor de Pedro aseveró que el Espíritu Santo hace que el cristiano tenga
el gusto y el sabor de Dios y preguntó: ¿tiene mi vida el gusto y el sabor de
Dios; el sabor del Evangelio, o es insípida?
Texto
completo del resumen de esta Catequesis que el Papa Francisco pronunció en
nuestro idioma
Queridos
hermanos y hermanas:
Comenzamos
hoy una nueva serie de Catequesis dedicadas a los siete dones del Espíritu
Santo. El primer don es el de la Sabiduría. Ésta no es fruto del conocimiento y
la experiencia humana, sino que consiste en una luz interior que sólo puede dar
el Espíritu Santo y que nos hace capaces de reconocer la huella de Dios en
nuestra vida y en la historia. Esta sabiduría nace de la intimidad con Dios y
hace del cristiano un contemplativo: todo le habla de Dios y todo lo ve como un
signo de su amor y un motivo para dar gracias.
Esto no
significa que el cristiano tenga una respuesta para cada cosa, sino que tiene
como el “gusto”, como el “sabor” de Dios, de tal manera que en su corazón y en
su vida todo habla de Dios.
También
nosotros tenemos que preguntarnos si nuestra vida tiene el sabor del Evangelio;
si los demás perciben que somos hombres y mujeres de Dios; si es el Espíritu
Santo el que mueve nuestra vida o son en cambio nuestras ideas o propósitos.
Qué importante es que en nuestras comunidades haya cristianos que, dóciles al
Espíritu Santo, tengan experiencia de las cosas de Dios y comuniquen a los
demás su dulzura y amor.
Saludo a
los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de
España, México, Costa Rica, Argentina y otros países.
Invito a
todos a intensificar la preparación espiritual de las próximas fiestas de la
Pascua del Señor, para que la acción del Espíritu Santo produzca en nosotros
frutos de verdadera conversión y santidad. Que Dios los bendiga y muchas
gracias.
Traducción de la catequesis que el Santo Padre pronunció en italiano
Los dones
del Espíritu: la Sabiduría
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
comenzamos una serie de reflexiones sobre los dones del Espíritu Santo. El
Espíritu Santo es el alma, la linfa vital de la Iglesia y de cada cristiano: es
el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con
nosotros. Él está siempre con nosotros.
El
Espíritu mismo es “el don de Dios” por excelencia (Cf. Jn 4,10), y a su vez
comunica a quien lo acepta distintos dones espirituales.
La Iglesia identifica
siete, un número que indica simbólicamente plenitud, integridad; son aquellos
que se aprenden en la preparación para el sacramento de la Confirmación y que
invocamos en la antigua oración llamada “Secuencia del Espíritu Santo”: sabiduría,
entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El profeta
Isaías ya los había mencionado, hablando del Espíritu que se habría posado
sobre el Mesías y que habría guiado su obra de salvación (Cf. 11, 02).
1) El
primer don del Espíritu Santo, de acuerdo con esta lista tradicional, entonces,
es la sabiduría. No se trata meramente de la sabiduría humana, fruto del
conocimiento y la experiencia. En las Escrituras se nos dice que a Salomón, en
el momento de su coronación como rey de Israel, Dios le preguntó qué regalo
hubiera querido que le concediera. Salomón no pidió la riqueza, ni el éxito, ni
la fama, o una vida larga y feliz, sino que le pidió: “un corazón dócil que
sepa distinguir el bien del mal” (1 Reyes 03, 09). Eso es precisamente la
sabiduría: es la gracia de poder verlo todo con los ojos de Dios. Se trata de
una luz interior que sólo el Espíritu Santo puede dar, y que nos permite
reconocer la huella de Dios en nuestra vida y en la historia.
2). La
sabiduría, por lo tanto, no nace tanto de la inteligencia o el conocimiento que
podamos tener, sino de la intimidad con Dios. ¡Cuántas veces nos encontramos
con personas que no han estudiado y, en cambio, tienen este don! Cuando estamos
en comunión con el Señor, el Espíritu es como si transfigurase nuestro corazón
e hiciera percibirle todo su calor y su predilección. Esto significa que el don
de la sabiduría hace de un cristiano un contemplativo: todo le dice algo acerca
de Dios y se convierte en signo de su misericordia y de su amor. Realmente es
una experiencia sobrenatural: significa sentirse con el Señor para siempre,
sentirse entre sus manos, compartir su alegría, su paz y su pasión irrefrenable
por cada hombre. Todo esto en un espíritu de profunda gratitud, donde todo
brilla por su belleza y se convierte en una razón para dar gloria a Dios
3). El
Espíritu Santo hace entonces al cristiano “sabio”. Esto, sin embargo, no en el
sentido de que tiene una respuesta para todo, que lo sabe todo, sino en el
sentido de que “sabe” de Dios, que su corazón y su vida tienen el gusto, el
sabor de Dios. ¡Qué importante es que en nuestras comunidades haya cristianos
así! Todo en ellos habla de Dios y se convierte en un signo hermoso y vital de
su presencia y de su amor. Y es algo que no podemos improvisar, que no podemos
obtener de nosotros mismos: es un don que Dios da a los que se hacen dóciles a
Su Espíritu.
Todo esto
nos interpela personalmente. Cada uno de nosotros puede preguntarse: “¿Mi
persona y mi vida, tienen sabor o no saben nada, son insípidas? ¿Puedo decir
que tienen el sabor del Evangelio?, ¿el perfume de Cristo?”. Quién nos
encuentra inmediatamente percibe si somos hombres y mujeres de Dios o no; si
nos movemos por nosotros mismos, por nuestras ideas, nuestros propósitos, o por
su Espíritu que habita en nuestros corazones. Y si tenemos en nosotros la
sabiduría que viene de Dios, podemos distinguir el bien del mal, y convertidos
en expertos en las cosas de Dios, comunicar a los demás su dulzura y su amor.
FUENTE:
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
ARTÍCULO 8
“CREO EN EL ESPÍRITU SANTO”
687 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150) nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí mismo" (Jn 16, 13).
Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14, 17).
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
ARTÍCULO 7
LAS VIRTUDES
III. Dones y frutos del Espíritu Santo
1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
«Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).
«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)
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