Jesús es el motivo de nuestra
alegría.
El Tercer Domingo de Adviento se llama domingo «de la alegría»
y marca el paso de la primera parte, prevalecientemente austera y
penitencial, del Adviento a la segunda parte dominada por la espera de
la salvación cercana.
El título le viene de las palabras «Estad siempre
alegres» (gaudete) que se escuchan al inicio de la Misa: «Estad
siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está
cerca» (Filipenses, 4,4-5).
La lluvia
que caía en Roma no ha deslucido la presencia y afluencia de miles de
peregrinos en la Plaza de San Pedro, para asistir al rezo del Ángelus y
escuchar la alocución en este Tercer Domingo de diciembre y también tercero del
Tiempo de Adviento, que prepara a la Navidad. Después de la oración mariana,
Francisco ha saludado a todos los peregrinos y ha bendecido las imágenes del
Niño Jesús que serán entronizadas en el Belén de cada hogar.
Durante
su alocución, el Santo Padre ha reflexionado sobre el significado de este
Domingo también denominado Gaudete, término latino qeu significa
"alegrarse", ya que como recalca San Pablo "El Señor está muy
cerca". Sobre esto, el Pontífice ha recordado que el Mensaje cristiano se llama Evangelio y que es sinónimo de alegría, porque la Iglesia no e suna casa
de tristeza, ni un refugio para la gente triste. Esto, desde la visión de
Isaías, simboliza también la plenitud de la Fe.
El Papa
ha dicho que Dios es el que viene a salvarnos y a fortalecer nuestra debilidad
y vacilación para que estemos fimes en la Fe y seguros en Él. Gracias a esto
podemos empezar de nuevo y ser fuertes. Esto ers cierto incluso en los momentos
de sufrimiento, porque Dios viene a sanarnos y a aliviarnos, compartiendo ese
dolor. Por eso podemos confiar siempre en Dios y ver que merece la pena
seguirle hasta el final, porque el Señor va lo más profundo de nuestra vida.
El Santo
Padre ha invitado a poner nuestra esperanza en Cristo que es el Fundamento de
nuestra alegría, de tal forma que cuando un creyente se ha vuelto triste es que
ha dado la espalda a Jesús. Antes de rezar el Ángelus ha terminado contemplando
el Pasaje de la Anunciación en el que el Ángel saluda a la Virgen con un
"Alégrate".
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es el Tercer Domingo de Adviento, denominado también ‘Domingo Gaudete’, domingo de la
alegría. En la liturgia resuena en repetidas ocasiones la invitación a la
alegría, a alegrarse, porque el Señor está cerca. ¡La Navidad está cerca! El
mensaje cristiano se llama “Evangelio”, es decir “Buena Noticia”, un anuncio de
alegría para todo el pueblo; ¡la Iglesia no es un refugio para personas
tristes, la Iglesia es la casa de la alegría! Y aquellos que están tristes,
encuentran en ella la alegría. Encuentran en ella la verdadera alegría.
Pero la
del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón en el saberse
acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda hoy, el profeta Isaías (cf.
35,1-6ª. 8a.10), Dios es el que viene a salvarnos y presta socorro
especialmente a los descorazonados. Su venida entre nosotros nos fortalece, nos
da firmeza, nos dona coraje, hace exultar y florecer el desierto y la estepa,
es decir, nuestra vida cuando se vuelve árida.
¿Y cuándo se hace árida nuestra
vida? Cuando está sin el agua de la Palabra de Dios y de su Espíritu de amor.
Por grandes que puedan ser nuestros límites y nuestra confusión y desaliento,
no se nos permite ser débiles y vacilantes ante las dificultades y ante
nuestras propias debilidades.
Por el
contrario, se nos invita a fortalecer nuestras manos, a hacer firmes nuestras
rodillas, a tener coraje y a no temer, porque nuestro Dios muestra siempre la
grandeza de su misericordia. Él nos da la fuerza para ir adelante. Él está
siempre con nosotros para ayudarnos a ir adelante. ¡Es un Dios que nos quiere
tanto, nos ama, y por eso está con nosotros, para ayudarnos, para
fortalecernos, e ir adelante! ¡Coraje, siempre adelante!
Gracias a
su ayuda, siempre podemos empezar de nuevo. ¿Cómo comenzar de nuevo? Alguno me
puede decir: “No padre, soy un gran pecador, soy una gran pecadora, yo no puedo
recomenzar de nuevo”. ¡Te equivocas! ¡Tú puedes recomenzar de nuevo! ¿Por qué?
¡Porque Él te espera! ¡Él está cerca de ti! ¡Él te ama! ¡Él es misericordioso!
¡Él te perdona! ¡Él te da la fuerza de recomenzar de nuevo! ¡A todos! Podemos
volver a abrir los ojos, superar la tristeza y el llanto, y cantar un canto
nuevo.
Y esta
alegría verdadera permanece siempre también en la prueba, incluso en el
sufrimiento, porque no es superficial, sino que llega a lo más profundo de la
persona que se encomienda a Dios y confía en Él.
La
alegría cristiana, como la esperanza, tiene su fundamento en la fidelidad de
Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus promesas. El profeta Isaías
exhorta a aquellos que han perdido el camino y se encuentran en la
desesperación, a confiar en la fidelidad del Señor porque su salvación no
tardará en irrumpir en sus vidas. Cuantos han encontrado a Jesús, a lo largo
del camino, experimentan en el corazón una serenidad y una alegría, de la que
nada ni nadie puede privarlos.
¡Nuestra
alegría es Cristo, su amor fiel e inagotable! Por lo tanto, cuando un cristiano
se vuelve triste, quiere decir que se ha alejado de Jesús. ¡Pero entonces no
hay que dejarlo solo! Tenemos que rezar por él y hacerle sentir la calidez de
la comunidad.
Que la
Virgen María nos ayude a acelerar nuestros pasos hacia Belén para encontrar al
Niño que ha nacido para nosotros, para la salvación y la alegría de todos los
hombres. A Ella el Ángel le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo” (Lc 1, 28 ). Ella nos obtenga vivir la alegría del Evangelio en las
familias, en el trabajo, en las parroquias y en todos los ambientes. ¡Una
alegría íntima, hecha de estupor y ternura. La misma que siente una mamá cuando
mira a su niño recién nacido y siente que es un don de Dios, un milagro que
sólo puede agradecer!
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