Miles de peregrinos se han desplazado hasta la Plaza de San Pedro para asistir a la audiencia del Papa Francisco.
Hoy, 18 de diciembre, festividad de la Virgen
de la O, y último miércoles de Adviento ya que la semana que viene, tal día
como hoy, será la Natividad del Señor.
El Santo Padre ha saludado al final en diversas lenguas como acostumbra.
El Santo Padre ha saludado al final en diversas lenguas como acostumbra.
Durante la catequesis, Francisco se ha centrado en el Tiempo de
Adviento, que desembocará en la Natividad del Señor. El Papa ha dicho
que el Nacimiento de Jesús supone la confianza de Dios en los hombres y
la esperanza del hombre en Dios. El Señor habita entre nosotros y la
tierra ya no puede ser un "valle de lágrimas", ya que Dios se ha
solidarizado con el hombre, de tal manera que Cristo en la Encarnación
se ha hecho uno de nosotros. De esta forma la Navidad se convierte en la
bella noticia que conduce al Niño nacido en Belén.
En la
última audiencia general de este año, celebrada en la intensidad de la Novena
de la Navidad, centrando su catequesis en el Nacimiento de Jesús, cuando falta
precisamente una semana, el Santo Padre hizo hincapié en que la Navidad es una
fiesta de la confianza y de la esperanza.
Recibido con grandes muestras de
cariño, por los miles de peregrinos que también esta semana acudieron a la
Plaza de San Pedro y que en tantos idiomas le desearon mil felicidades, también
por su cumpleaños, antes de dar comienzo a su alocución, como es tradicional el
Papa recorrió el recinto de la plaza y se detuvo, siempre sonriente, a saludar,
acariciar y bendecir, en particular a los niños y enfermos. Incluso se detuvo
para tomar un mate.
«Dios se
ha puesto de parte de los hombres, con su amor real y concreto. Y este amor,
que enardece nuestro corazón, nos «regala» una energía espiritual que nos
sostiene en medio de las luchas y fatigas de cada día», destacó el Santo Padre,
añadiendo en su catequesis que «de la gozosa contemplación del misterio del
Hijo de Dios hecho carne, se desprenden dos consecuencias: La primera es que,
en su natividad, Dios se abaja, se hace pequeño y pobre». Por lo que «si
queremos ser como Él, no podemos situarnos por encima de los demás, sino que
hemos de ponernos a su servicio, ser solidarios, especialmente con los más
débiles y marginados, haciéndoles sentir así la cercanía de Dios mismo».
La
segunda consecuencia, explicó también el Obispo de Roma es que «ya que Jesús,
en su encarnación, se ha comprometido con los hombres hasta el punto de hacerse
uno de nosotros, el trato que damos a nuestros hermanos o hermanas se lo
estamos dando al mismo Jesús». Por lo que invitó a recordar que «quien no ama a
su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20). Y
confiando a todos a la protección maternal de María, Madre de Dios y Madre
nuestra, rogó asimismo para todos su amparo, lleno de alegría y de paz.
En sus
saludos en español, el Papa Bergoglio se dirigió también al equipo de fútbol
bonaerense San Lorenzo, que con una delegación llevó a la audiencia la Copa
recién ganada.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este encuentro
nuestro se desarrolla en el clima espiritual del Adviento, manifestado más
intensamente por la Novena de la Santa Navidad, que estamos viviendo en estos
días y que nos lleva a las fiestas navideñas. Por este motivo hoy quisiera
reflexionar con vosotros sobre la Navidad de Jesús, fiesta de la confianza y de
la esperanza, que supera las inseguridades y el pesimismo. Y la razón de
nuestra esperanza es esta: ¡Dios está con nosotros y Dios se fía todavía de
nosotros! Pensad bien en esto:
¡Dios está con nosotros y se fía todavía de
nosotros! Es generoso este Padre Dios, ¿verdad?
Dios
viene a habitar con los hombres, elige la tierra como su morada para estar
junto al hombre y dejarse encontrar allí donde el hombre vive sus días en la
alegría y el dolor. Por tanto, la tierra no es solo "un valle de
lágrimas", sino el lugar donde Dios mismo ha puesto su tienda, es el lugar
del encuentro de Dios con el hombre, de la solidaridad de Dios con los hombres.
Dios ha
querido compartir nuestra condición humana hasta el punto de hacerse una sola
cosa con nosotros en la persona de Jesús, que es verdadero hombre y verdadero
Dios.
Pero hay algo todavía más sorprendente. La presencia de Dios en medio de
la humanidad no se ha dado en un mundo ideal, idílico, sino en este mundo real,
marcado por cosas buenas y malas, por divisiones, maldad, pobreza, prepotencias
y guerras.
Él ha elegido habitar en nuestra historia así como es, con todo el
peso de sus límites y de sus dramas. Haciendo así se ha demostrado de forma
insuperable su inclinación misericordiosa y llena de amor hacia las criaturas
humanas. Él es el Dios-con-nosotros, Jesús es Dios-con-nosotros, ¿creéis esto?
Hagamos juntos esta confesión. ¡Todos! ¡Jesús es Dios-con-nosotros. ¡Otra vez!
¡Jesús es Dios-con-nosotros!. Muy bien, gracias.
Jesús es
Dios-con-nosotros, desde siempre y por siempre está con nosotros en los
sufrimientos y en los dolores de la historia. La Navidad de Jesús es la
manifestación de que Dios se ha puesto del lado del hombre "de una vez y
para siempre", para salvarnos, para levantarnos del polvo de nuestras
miserias, de nuestras dificultades, de nuestros pecados.
De aquí
viene el gran "regalo" del Niño de Belén: una energía espiritual que
nos ayuda a no hundirnos en nuestras fatigas, en nuestras desesperaciones, en
nuestras tristezas, porque es una energía que nos conforta y transforma el
corazón. El nacimiento de Jesús, de hecho, nos lleva a la bella noticia de que
somos amados inmensamente y individualmente por Dios, y este amor no solo nos
lo hace conocer, ¡sino que nos los da, nos lo comunica!
De la
contemplación gozosa del misterio del Hijo de Dios nacido por nosotros, podemos
extraer dos consideraciones.
La
primera es que si en la Navidad Dios se revela no como uno que está en las
alturas y que domina el universo, sino como El que se abaja. Dios se abaja,
desciende a la tierra, pequeño y pobre, esto significa que para ser como Él
nosotros no podemos ponernos por encima de los demás, sino abajarnos, ponernos
al servicio, hacernos pequeños con los pequeños y pobres con los pobres. Es una
cosa fea cuando se ve a un cristiano que no quiere abajarse, que no quiere
servir, que se pavonea por todas partes. ¡Es feo! ¡Ese no es un cristiano, es
un pagano! ¡El cristiano sirve y se abaja! ¡Hagamos esto de forma que nuestros
hermanos y hermanas no se sientan nunca solos!
La
segunda: si Dios, por medio de Jesús, se ha implicado con el hombre hasta el
punto de convertirse en uno de nosotros, quiere decir que cualquier cosa que le
hagamos a un hermano y a una hermana se la habremos hecho a Él. Nos lo ha
recordado el mismo Jesús: quien haya nutrido, acogido, visitado, amado a uno de
los más pequeños y de los más pobres entre los hombres, se lo habrá hecho al
Hijo de Dios.
Confiémonos
a la materna intercesión de María, Madre de Jesús y nuestra, para que nos ayude
en esta Santa Navidad, ya muy cercana, a reconocer en el rostro de nuestro
prójimo, especialmente de las personas más débiles y marginadas, la imagen del
Hijo de Dios hecho hombre. ¡Gracias!
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos
provenientes de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos.
Confío a todos ustedes a la protección maternal de María, Madre de Dios y Madre
nuestra. Que ella los cuide y los llene de alegría y de paz. Muchas gracias.
Que en esta Navidad, el amor, la bondad y la generosidad entre todos sean un
reflejo y una prolongación de la luz de Jesús, que desde la gruta de Belén
ilumina nuestros corazones.
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18 de diciembre
EXPECTAClÓN DEL PARTO
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
o
NUESTRA SEÑORA DE LA O
Esperar
al Señor que ha de venir es el tema principal del santo tiempo de Adviento que
precede a la gran fiesta de Navidad. La liturgia de este período está llena de
deseos de la venida del Salvador y recoge los sentimientos de expectación, que
empezaron en el momento mismo de la caída de nuestros primeros padres. En
aquella ocasión Dios anunció la venida de un Salvador. La humanidad estuvo
desde entonces pendiente de esta promesa y adquiere este tema tal importancia
que la concreción religiosa del pueblo de Israel se reduce en uno de sus puntos
principales a esta espera del Señor. Esperaban los patriarcas, los profetas,
los reyes y los justos, todas las almas buenas del Antiguo Testamento. De este
ambiente de expectación toma la Iglesia las expresiones anhelantes, vivas y
adecuadas para la preparación del misterio de la "nueva Natividad"
del salvador Jesús.
En el punto culminante de esta
expectación se halla la Santísima Virgen María. Todas aquellas esperanzas
culminan en Ella, la que fue elegida entre todas las mujeres para formar en su
seno el verdadero Hijo de Dios.
Sobre Ella se ciernen los vaticinios
antiguos, en concreto los de Isaías; Ella es la que, como nadie, prepara los
caminos del Señor.
Invócala sin cesar la Iglesia en el
devotísimo tiempo de Adviento, auténtico mes de María, ya que por Ella hamos de
recibir a Cristo.
Con una profunda y delicada visión
de estas verdades y del ambiente del susodicho período litúrgico, los padres
del décimo concilio de Toledo (656) instituyeron la fiesta que se llamó muy
pronto de la Expectación del Parto, y que debía celebrarse ocho días antes de
la solemnidad natalicia de nuestro Redentor, o sea el 18 de diciembre.
La razón de su institución la dan
los padres del concilio: no todos los años se puede celebrar con el esplendor
conveniente la Anunciación de la Santísima Virgen, al coincidir con el tiempo
de Cuaresma o la solemnidad pascual, en cuyos días no siempre tienen cabida las
fiestas de santos ni es conveniente celebrar un misterio que dice relación con
el comienzo de nuestra salvación. Por esto, speciali constitutione sancitur, ut
ante octavum diem, quo natus est Dominus, Genitricis quoque eius dies habeatur
celeberrimus, et praeclarus "Se establece por especial decreto que el día
octavo antes de la Natividad del Señor se tenga dicho día como celebérrimo y
preclaro en honor de su santísima Madre".
En este decreto se alude a la
celebración de tal fiesta en "muchas otras Iglesias lejanas" y se
ordena que se retenga esta costumbre; aunque, para conformarse con la Iglesia
romana, se celebrará también la fiesta del 25 de marzo. De hecho, fue en España
una de las fiestas más solemnes, y consta que de Toledo pasó a muchas otras
iglesias, tanto de la Península como de fuera de ella. Fue llamada también
"día de Santa María", y, como hoy, de Nuestra Señora de la O, por
empezar en la víspera de esta fiesta las grandes antífonas de la O en las
Vísperas.
Además de los padres que estuvieron
presentes en el décimo concilio de Toledo, en especial del entonces obispo de
aquella sede, San Eugenio III, intervino en su expansión—y también a él se debe
el título concreto de Expectación del Parto—aquel otro gran prelado de la misma
sede San Ildefonso, que tanto se distinguió por su amor a la Señora.
La fiesta de hoy tenía en los
antiguos breviarios y misales su rezo y misa propios. Los textos del oficio, de
rito doble mayor, tienen, además de su sabor mariano, el carácter peculiar del
tiempo de Adviento, a base de las profecías de Isaías y de otros textos
apropiados como los himnos. Nuestro Misal conserva todavía para la presente
fecha una misa, toda a base de textos del Adviento. Es un resumen del ardiente
suspiro de María, del pueblo de Israel, de la Iglesia y del alma por el Mesías
que ha de venir. Sus textos—casi coinciden con la misa del miércoles de las
témporas de Adviento, y todavía más con la misa votiva de la Virgen, propia de
este período—son de Isaías (introito, epístola y comunión ) y del evangelio de
la Anunciación. Las oraciones son las propias de la Virgen en el tiempo de
Adviento.
Precisamente en la víspera de este
día dan comienzo las antífonas mayores de la O, por empezar todas ellas con
esta exclamación de esperanza. Y así continúa la Iglesia por espacio de siete
días, del 17 al 23, en este ambiente de santa expectación y demanda de la
venida del Salvador.
Nada, pues, más a propósito que la
contemplación de María en los sentimientos que Ella tendría en los días
inmediatos a la natividad de su divino Hijo. "Si todos los santos del
Antiguo Testamento—escribe el padre Giry (Les petits Bollandistes t. 14 p.373
)—desearon con ardor la aparición del Salvador del mundo, ¿cuáles no serían los
deseos de Aquella que había sido elegida para ser su Madre, que conocía mejor
que ninguna otra criatura la necesidad que tenia la humanidad, la excelencia de
su persona y los frutos incomparables que debía producir en la tierra, y la fe
y la caridad, que sobrepasan la de todos los patriarcas y profetas? Fue tan
grande el deseo de la Santísima Virgen, que nosotros no tenemos palabras para
expresar su mérito. Y tampoco podemos concebir cuál fue su gozo cuando Ella vió
que sus deseos y los de todos los siglos y de todos los hombres iban a
realizarse en Ella y por Ella, ya que iba a dar a luz la esperanza de todas las
naciones, Aquel sobre quien se fijaban los ojos de todos en el cielo y en la
tierra y miraban como a su libertador."
María, repetimos, está en la cumbre
de esta esperanza o, con otras palabras: con María la esperanza es completa, se
hace firme. Unidos a Ella, ya que nuestro adviento, el que nosotros esperamos,
tuvo principio en la celestial Señora, por haber llevado en su seno virginal a Jesús
durante nueve meses, nuestra expectación será más digna del gran Señor que va a
venir.
María presenta para el cristiano de
hoy la posición que éste debe mantener, máxime en estos días: esperar al Señor.
Que Él se incorpore más y más en nosotros, donec formetur Christus in nobis, y
que un día, lejano o próximo ya, venga a buscarnos para unirnos definitivamente
con Él. El cristiano debe esperar al Señor, donec veniat, hasta que venga para
aquel abrazo de unión indisoluble y eterna. Toda la vida del cristiano es una
expectación. El modelo de ésta lo ofrece María.
La presente fiesta mariana, como
todas las de la Virgen, además de ser un ejemplo, es una intercesión. Debe
servir para afianzar y hacer más intensa esta espera y ayudarnos a cantar con
Ella, con la Iglesia-Virgen las antífonas mayores del Magniticat: O Sapientia,
O Adonai, O Emmanuel..., veni!
ROMUALDO Mª DÍAZ
CARBONELL, O. S. B.
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