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El Papa
Francisco presidió ante una multitud su primera Misa Gallo en la
Basílica de San Pedro, una de ceremonias más importantes de la liturgia
católica, que se realiza a medianoche o poco antes de la Navidad.
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Comenzó
con el antiguo himno de la Kalenda, en un templo repleto de fieles. Es la
primera misa navideña y la celebró junto a más de 300 entre cardenales,
obispo y sacerdotes, que entraron en procesión a través de la nave principal de
la Basílica.
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“La
paz sea con ustedes“, dijo en italiano con voz notablemente ronca. Nueve
meses después de la elección del argentino Jorge Mario Bergoglio como 265
sucesor de Pedro las expectativas sobre su pontificado son numerosas. Más de 65
canales de televisión de todo le mundo seguían la ceremonia en directo.
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La máxima
cabeza de la Iglesia Católica pidió “no tener miedo” y dijo que “esta noche
aparece la gracia que trae la salvación a todos los hombres“. “Jesús vino a
liberarnos de las tinieblas y darnos la luz”, siguió.
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“Nuestra
identidad como creyentes es la de peregrinos hacia la tierra prometida, el
Señor es siempre fiel a sus alianzas y promesas“, subrayó durante su
homilía. “El Señor nos dice `no teman`, nos tiene paciencia y nos guía a
la tierra prometida”, declaró.
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“Jesús ha
puesto su tienda entre nosotros. Los pastores fueron los primeros que vieron
esta ‘tienda’, que recibieron el nacimiento de Jesús. Fueron los primeros
porque eran de los últimos, de los marginados“, dijo.
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La celebración
había comenzado con la inauguración de un pesebre gigante instalado en
la plaza de San Pedro, y luego el encendido del Cirio de la Paz (“Luz de
la Paz”). El pesebre fue descubierto oficialmente hacia el atardecer, amenizado
con cantos típicos napolitanos, como “O Sole mio”.
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Realizado
por el taller napolitano “Cantone & Costabile”, el nacimiento cuenta con 16
estatuas de tamaño natural, algunas de dos metros de altura, realizadas en
terracota de varias colores, con vestidos en tela, que recuerdan las
composiciones del siglo XVIII.
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Entre los
personajes figuran San José y la Virgen María con el niño Jesús así como los
Reyes Magos, ambientadas en el sur de Italia e iluminadas con un sugestivo
juego de luces.
1. «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una
luz grande» (Is 9,1).
Esta profecía de Isaías no deja de conmovernos,
especialmente cuando la escuchamos en la Liturgia de la Noche de Navidad. No se
trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad
de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también
dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Y en esta noche, cuando el espíritu
de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el acontecimiento que siempre nos
asombra y sorprende:
el pueblo en camino ve una gran luz. Una luz que
nos invita a reflexionar en este misterio: misterio de caminar y de ver.
Caminar. Este verbo nos hace pensar en el curso
de la historia, en el largo camino de la historia de la salvación, comenzando
por Abrahán, nuestro padre en la fe, a quien el Señor llamó un día a salir de
su pueblo para ir a la tierra que Él le indicaría. Desde entonces, nuestra
identidad como creyentes es la de peregrinos hacia la tierra prometida. El
Señor acompaña siempre esta historia. Él permanece siempre fiel a su alianza y
a sus promesas. «Dios es luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Por parte del
pueblo, en cambio, se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de
infidelidad, de obediencia y de rebelión, momentos de pueblo peregrino y de
pueblo errante.
También en nuestra historia personal se alternan
momentos luminosos y oscuros, luces y sombras. Si amamos a Dios y a los
hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen
el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas
nos rodean por dentro y por fuera. «Quien aborrece a su hermano –escribe el
apóstol San Juan– está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe
adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,11).
2. En esta noche, como un haz de luz clarísima,
resuena el anuncio del Apóstol: «Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la
salvación para todos los hombres» (Tt 2,11).
La gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús,
nacido de María Virgen, Dios y hombre verdadero. Ha venido a nuestra historia,
ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y
darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del
Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría,
no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes, es
el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros.
3. Los pastores fueron los primeros que vieron
esta “tienda”, que recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús.
Fueron los
primeros porque eran de los últimos, de los marginados. Y fueron los primeros
porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño. Con ellos nos
quedamos ante el Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al
Señor por habernos dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón,
alabamos su fidelidad: Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado
de tu rango por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño; eres rico, y
te has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil.
Que en esta Noche compartamos la alegría del
Evangelio: Dios nos ama, nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo como nuestro
hermano, como luz para nuestras tinieblas. El Señor nos dice una vez más: “No
teman” (Lc 2,10). Y también yo les repito: No teman. Nuestro Padre tiene
paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a la
tierra prometida.
Él es la luz que disipa las tinieblas. Él es
nuestra paz. Amén.
Urbi et orbi, palabras que en latín significan "a la ciudad [Roma] y al mundo". Eran la fórmula habitual con la que empezaban las proclamas del Imperio Romano. En la actualidad es la bendición más solemne que imparte el Papa, y sólo él, dirigida a la ciudad de Roma y al mundo entero.
La bendición Urbi et orbi se imparte durante el año siempre en dos fechas: el Domingo de Pascua y el día de Navidad, 25 de diciembre. Se hace desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, llamado por eso Balcón de las bendiciones, adornado con cortinas y colgantes, y con el trono del Papa colocado allí, y para ella el Papa suele revestirse con ornamentos solemnes (mitra, báculo, estola y capa pluvial) y va precedido de cruz procesional y acompañado de cardenales-diáconos y ceremonieros. También es impartida por el Papa el día de su elección; es decir, al final del cónclave, en el momento en que se presenta ante Roma y el mundo como nuevo sucesor de San Pedro.
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama » (Lc 2,14).
Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, ¡feliz Navidad!
Hago mías las palabras del cántico de los ángeles, que se aparecieron a los pastores de Belén la noche de la Navidad. Un cántico que une cielo y tierra, elevando al cielo la alabanza y la gloria y saludando a la tierra de los hombres con el deseo de la paz.
Les invito a todos a hacer suyo este cántico, que es el de cada hombre y mujer que vigila en la noche, que espera un mundo mejor, que se preocupa de los otros, intentado hacer humildemente su proprio deber.
Gloria a Dios.
A esto nos invita la Navidad en primer lugar: a dar gloria a Dios, porque es bueno, fiel, misericordioso. En este día mi deseo es que todos puedan conocer el verdadero rostro de Dios, el Padre que nos ha dado a Jesús. Me gustaría que todos pudieran sentir a Dios cerca, sentirse en su presencia, que lo amen, que lo adoren.
Y que todos nosotros demos gloria a Dios, sobre todo, con la vida, con una vida entregada por amor a Él y a los hermanos.
Paz a los hombres.
La verdadera paz no es un equilibrio de fuerzas opuestas. No es pura “fachada”, que esconde luchas y divisiones. La paz es un compromiso cotidiano, que se logra contando con el don de Dios, con la gracia que nos ha dado en Jesucristo.
Viendo al Niño en el Belén, pensemos en los niños que son las víctimas más vulnerables de las guerras, pero pensemos también en los ancianos, en las mujeres maltratadas, en los enfermos… ¡Las guerras destrozan tantas vidas y causan tanto sufrimiento!
Demasiadas ha destrozado en los últimos tiempos el conflicto de Siria, generando odios y venganzas.
Sigamos rezando al Señor para que el amado pueblo sirio se vea libre de más sufrimientos y las partes en conflicto pongan fin a la violencia y garanticen el acceso a la ayuda humanitaria. Hemos podido comprobar la fuerza de la oración. Y me alegra que hoy se unan a nuestra oración por la paz en Siria creyentes de diversas confesiones religiosas. No perdamos nunca la fuerza de la oración. La fuerza para decir a Dios:
Señor, concede tu paz a Siria y al mundo entero.
Concede la paz a la República Centroafricana, a menudo olvidada por los hombres. Pero tú, Señor, no te olvidas de nadie. Y quieres que reine la paz también en aquella tierra, atormentada por una espiral de violencia y de miseria, donde muchas personas carecen de techo, agua y alimento, sin lo mínimo indispensable para vivir. Que se afiance la concordia en Sudán del Sur, donde las tensiones actuales ya han provocado víctimas y amenazan la pacífica convivencia de este joven Estado.
Tú, Príncipe de la paz, convierte el corazón de los violentos, allá donde se encuentren, para que depongan las armas y emprendan el camino del diálogo. Vela por Nigeria, lacerada por continuas violencias que no respetan ni a los inocentes e indefensos. Bendice la tierra que elegiste para venir al mundo y haz que lleguen a feliz término las negociaciones de paz entre israelitas y palestinos. Sana las llagas de la querida tierra de Iraq, azotada todavía por frecuentes atentados.
Tú, Señor de la vida, protege a cuantos sufren persecución a causa de tu nombre. Alienta y conforta a los desplazados y refugiados, especialmente en el Cuerno de África y en el este de la República Democrática del Congo. Haz que los emigrantes, que buscan una vida digna, encuentren acogida y ayuda. Que no asistamos de nuevo a tragedias como las que hemos visto este año, con los numerosos muertos en Lampedusa.
Niño de Belén, toca el corazón de cuantos están involucrados en la trata de seres humanos, para que se den cuenta de la gravedad de este delito contra la humanidad. Dirige tu mirada sobre los niños secuestrados, heridos y asesinados en los conflictos armados, y sobre los que se ven obligados a convertirse en soldados, robándoles su infancia.
Señor, del cielo y de la tierra, mira a nuestro planeta, que a menudo la codicia y el egoísmo de los hombres explota indiscriminadamente. Asiste y protege a cuantos son víctimas de los desastres naturales, sobre todo al querido pueblo filipino, gravemente afectado por el reciente tifón.
Queridos hermanos y hermanas, en este mundo, en esta humanidad hoy ha nacido el Salvador, Cristo el Señor. No pasemos de largo ante el Niño de Belén. Dejemos que nuestro corazón se conmueva, se enardezca con la ternura de Dios; necesitamos sus caricias. El amor de Dios es grande; a Él la gloria por los siglos. Dios es nuestra paz: pidámosle que nos ayude a construirla cada día, en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras ciudades y naciones, en el mundo entero. Dejémonos conmover por la bondad de Dios.
Saludo navideño del Papa Francisco
A todos ustedes, queridos hermanos y hermanas, venidos de todas partes del mundo a esta Plaza, y a cuantos desde distintos países se unen a nosotros a través de los medios de comunicación social, les deseo Feliz Navidad.
En este día, iluminado por la esperanza evangélica que proviene de la humilde gruta de Belén, pido para todos ustedes el don navideño de la alegría y de la paz: para los niños y los ancianos, para los jóvenes y las familias, para los pobres y marginados.
Que Jesús, que vino a este mundo por nosotros, consuele a los que pasan por la prueba de la enfermedad y el sufrimiento y sostenga a los que se dedican al servicio de los hermanos más necesitados. ¡Feliz Navidad!
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