Durante
el Tiempo Pascual (desde el día de Pascua hasta Pentecostés) en la aclamación
inicial de todas nuestras celebraciones litúrgicas repetimos una y otra vez:
¡Es verdad, el Señor ha resucitado! (LOC, página 277). Ojalá que esta
aclamación no sea solo de los labios hacia fuera, sino que la sintamos en
nuestros corazones y la manifestemos en el diario vivir, de tal manera que
podamos decir con el salmista: Has cambiado mi lamento en danzas; me has
quitado el luto, y me has vestido de fiesta (Salmo 30:12).
En este
tercer domingo de Pascua, la Palabra de Dios que hemos proclamado y escuchado
está cargada de imágenes espectaculares nos motivan a seguir profundizando en
el misterio de la resurrección del Señor Jesucristo, misterio que solo podemos
entender y aceptar desde la fe, partiendo del testimonio de unos discípulos,
testigos presenciales que compartieron con Jesús su vida y ministerio. Más
tarde afirman categóricamente que el crucificado ha resucitado y que se les
apareció de diferentes formas y en diferentes lugares.
Jesucristo
resucitado es el centro de nuestra fe, es la razón de existir de la Iglesia y
de nuestra predicación.
“Toda la vida de Cristo se juega en el capítulo de la
resurrección. Con ella todo toma sentido, sin ella todo se reduce a la nada. Ni
la encarnación seria el nacimiento del Hijo de Dios, ni su muerte sería una redención,
ni sus milagros serían milagros, ni su misterio existiría verdaderamente, si
Jesús no hubiese resucitado. Sin ese triunfo final, Jesús quedaría reducido a
un genio del espíritu, o quizá a un gran aventurero, por no decir un loco
iluminado”. (José Luis Martin Descalzo, “Vida y Misterio de Jesús de Jesús de
Nazaret”, Ediciones Sígueme, tomo III, página 360, Salamanca, 1994).
Lectura del Santo Evangelio según san Juan 21, 1—19
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
—«Me voy a pescar.»
Ellos contestan:
—«Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: —«Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron:
—«No.»
Él les dice:
—«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.
Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
—«Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
—«Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
—«Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
PALABRA DE DIOS.
GLORIA A TI SEÑOR JESUS!
Y en la aparición en el mar de Tiberíades, seguida de la pesca milagrosa, que simboliza y anuncia la fructuosidad de la misión, es evidente que Jesús quiere orientar sus espíritus hacia la obra que les espera (Cfr. Jn 21,1-23). Lo confirma la definitiva asignación de la misión particular a Pedro (Jn 21, 15)18): '¿Me amas?... Tú sabes que te quiero... Apacienta mis corderos...Apacienta mis ovejas...'.
Juan indica que 'ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos' (Jn 21,14). Esta vez, ellos, no sólo se habían dado cuenta de su identidad: 'Es el Señor' (Jn 21, 7), sino que habían comprendido que, todo cuanto había sucedido y sucedía en aquellos días pascuales, les comprometía a cada uno de ellos (y de modo muy particular a Pedro) en la construcción de la nueva era de la historia, que había tenido su principio en aquella mañana de pascua.
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
ARTÍCULO 5
"JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS"
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS"
Párrafo 2
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
Las apariciones del Resucitado
641 María Magdalena y las santas mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo
de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del
Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las
primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20,
11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de
Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en
seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5).
Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve
por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el
que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha
aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno
de los Apóstoles —y a Pedro en particular— en la construcción de la era nueva
que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles
son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de
creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los
cristianos y de los que la mayor parte aún vivían entre ellos. Estos "testigos de
la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son ante todo Pedro y los
Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas
personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de
todos los Apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de
Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos
por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de
la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano (cf.
Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los
discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia
de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada
por una exaltación mística, nos presentan a los discípulos
abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no
creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les
parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se
manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y
su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc
16, 14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la
realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38):
creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la
alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la
duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo,
"algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis según la cual
la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la credulidad) de los
apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección
nació —bajo la acción de la gracia divina— de la experiencia directa de la
realidad de Jesús resucitado.
El estado de la humanidad resucitada de Cristo
645 Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas
mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf.
Lc
24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es un
espíritu (cf. Lc 24, 39), pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo
resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado
y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf Lc 24, 40;
Jn
20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo, las
propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el
tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere
(cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su
humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al
dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús
resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de
un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta de la
que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14.
16; 21, 4. 7).
646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en
el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de
Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos,
pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de
Jesús, una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La
Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa
del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la
Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo;
participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san Pablo puede
decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).
La Resurrección como acontecimiento transcendente
647 "¡Qué noche tan dichosa —canta el Exultet de Pascua—, sólo ella
conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!". En efecto,
nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún
evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún,
su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos.
Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la
realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello
la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que
transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se
manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos, "a los que habían
subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el
pueblo" (Hch 13, 31).
648 La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una
intervención transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En
ella, las tres Personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia
originalidad. Se realiza por el poder del Padre que "ha resucitado" (Hch 2,
24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su
humanidad —con su cuerpo— en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente
"Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de
entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación del poder
de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22;
Hb 7, 16) por la
acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha
llamado al estado glorioso de Señor.
649 En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su
poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y
luego resucitar (sentido activo del término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34).
Por otra parte, él afirma explícitamente: "Doy mi vida, para recobrarla de nuevo
... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo" (Jn 10,
17-18). "Creemos que Jesús murió y resucitó" (1 Ts 4, 14).
650 Los Padres contemplan la Resurrección a partir de la persona divina
de Cristo que permaneció unida a su alma y a su cuerpo separados entre sí por la
muerte: "Por la unidad de la naturaleza divina que permanece presente en cada
una de las dos partes del hombre, las que antes estaban separadas y segregadas, éstas se unen de nuevo. Así la muerte se
produce por la separación del compuesto humano, y la Resurrección por la unión
de las dos partes separadas" (San Gregorio de Nisa, De tridui inter
mortem et resurrectionem Domini nostri Iesu Christi spatio; cf. también DS 325;
359; 369; 539).
651 "Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también
vuestra fe"(1 Co 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación
de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más
inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al
resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había
prometido.
652 La Resurrección de Cristo es cumplimiento de las promesas del
Antiguo Testamento (cf. Lc 24, 26-27. 44-48) y del mismo Jesús durante su vida
terrenal (cf. Mt 28, 6; Mc 16, 7; Lc 24, 6-7). La expresión "según las
Escrituras" (cf. 1 Co 15, 3-4 y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano.
DS 150) indica que
la Resurrección de Cristo cumplió estas predicciones.
653 La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su
Resurrección. Él había dicho: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre,
entonces sabréis que Yo Soy" (Jn 8, 28). La Resurrección del Crucificado
demostró que verdaderamente, él era "Yo Soy", el Hijo de Dios y Dios mismo. San
Pablo pudo decir a los judíos: «La Promesa hecha a los padres Dios la ha
cumplido en nosotros [...] al resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo
primero: "Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy"» (Hch 13, 32-33; cf.
Sal 2,
7). La Resurrección de Cristo está estrechamente unida al misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios: es su plenitud según el designio eterno de Dios.
654 Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera
del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en
primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf.
Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos
[...] así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la
victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia
(cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial
porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a
sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28,
10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque
esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo
único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.
655 Por último, la Resurrección de Cristo —y el propio Cristo resucitado— es principio y fuente de nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó
de entre los muertos como primicias de los que durmieron [...] del mismo modo que
en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22).
En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus
fieles. En Él los cristianos "saborean [...] los prodigios del mundo futuro" (Hb 6,5)
y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3)
para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó
por ellos" (2 Co 5, 15).
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