“Yo doy la vida eterna a mis ovejas.”
+ Lectura del santo evangelio según san
Juan 10, 27-30
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, dijo Jesús:
- «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo
les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi
mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas
de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
En este domingo se lee el texto del Evangelio que presenta a Jesús
como el Buen Pastor.
Los profetas de Israel habían usado muchas veces la comparación del
pastor y el rebaño para hablar de los guías y responsables del pueblo.
Generalmente usaban esta comparación para denunciar los abusos... Este lenguaje
lo entendía perfectamente la primitiva comunidad, de ahí que, una de las
primeras representaciones con que el arte cristiano representó a Jesús fue bajo
la figura del Buen Pastor. Jesús con un corderito sobre los hombros.
Jesús es el Buen Pastor porque ama y sirve desinteresadamente. Jesús cuida de cada uno de nosotros como el pastor de sus ovejas. Somos cuidados por Dios y, de esa experiencia, brota la vocación personal para convertirnos también nosotros en cuidadores unos de otros.
Jesús es el Buen Pastor porque ama y sirve desinteresadamente. Jesús cuida de cada uno de nosotros como el pastor de sus ovejas. Somos cuidados por Dios y, de esa experiencia, brota la vocación personal para convertirnos también nosotros en cuidadores unos de otros.
La bellísima dinámica de la relación entre
Jesús y “los suyos”
Como se acaba de indicar, las
palabras de Jesús en Juan 10,27-30, teniendo como trasfondo la preciosa imagen
del pastoreo de las ovejas, se centran todas ellas en la descripción de la
relación entre Él y todas las personas que le pertenecen, esto es, todos
aquellos que han entrado en el camino de la fe, confiando en Él sus vidas.
Notemos las tres primeras
características de la relación con Jesús:
(1) “Mis ovejas escuchan mi voz...
y ellas me siguen” (10,27)
Las dos acciones que caracterizan a
un discípulo de Jesús son (a) la escucha del Maestro y (b) el ejercicio del
seguimiento, mediante la obediencia a la Palabra.
Pero es interesante leer esta misma
frase desde la perspectiva de Jesús. Jesús habla de “mis” ovejas.
Los dice en primera persona. Las ovejas son de Él, el Padre se las ha dado y el
las cuida con amor responsable. Decir que las ovejas son “suyas”,
implica mucho.
Este “mis ovejas”, que luego
se vuelve “me” (siguen), es como una pequeña ventana que nos
descubre el amplio panorama del estilo del Pastor: Jesús, como buen pastor a
quien el Padre le ha confiado sus ovejas, vive toda su misión con una dedicación
gratuita e incondicionada, en la disposición de ofrecer la propia vida,
dispuesto a afrontar la muerte, dispuesto a exponerse en primera persona para
salvar a sus ovejitas, dispuesto a tomar sobre sus hombros el mal y las heridas
provocadas por los lobos para impedir que las ovejas le sean raptadas al
Padre.
(2) “Yo las conozco... Yo les doy
vida eterna” (10,27-28ª)
Para Jesús no somos números en medio
de una gran masa de gente, ¡no! Jesús, más bien, nos identifica
claramente en el cálido ámbito de una gran familiaridad: conoce nuestra
historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas las características
de nuestra personalidad. Porque nos conoce nos acepta como somos, nos quiere
todavía más (ver 10,14-15), y nos introduce dentro de la relación todavía más
profunda que habita su corazón: la amistad con el Padre. Esta amistad es
eterna. En ella nos ofrece una “vida eterna”.
De aquí deriva el sentido de
responsabilidad propio del verdadero pastor: Jesús está cercano a sus ovejas
con premura, con atención, con paciencia, con delicadeza, con una dedicación
incansable hasta el don total de sí mismo sobre la Cruz, para que las ovejas tengan vida.
(3) “(Mis ovejas) no
perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano” (10,28b)
Ninguno de los que entra en este tipo de
relación con Jesús irá a la perdición ni podrá ser arrebatado de la mano de
Jesús, porque Él es Buen Pastor. Cuando hay amor nadie se quiere
morir, más bien al contrario: el amor pide eternidad. La relación con Jesús da
vida y seguridad.
Hay
que corresponder al amor: la necesaria reciprocidad
En la descripción de la relación entre
Jesús y los suyos puede verse que (1) la iniciativa es de Jesús: Él ha hablado
y obrado primero; (2) que Jesús entabla la relación mediante la atracción, mediante el llamado, no hay una superioridad o
dominancia que fuerce a amar o a ir en contra de la voluntad; (3) que Jesús busca
incluso a quien le cierra las puertas a su amor, como de hecho sucede en este
pasaje con sus enemigos que le interrogan.
El amor de Jesús Pastor nos
sobrepasa. Pero también es verdad que la relación no se entabla si las partes
interesadas no se reconocen entre sí, si no se dan la aprobación y se reciben
mutuamente. Por eso es importante nuestra respuesta. A
Jesús Pastor no se le vive únicamente recibiendo pasivamente las pruebas de su
amor, se requiere una respuesta activa de parte nuestra.
Nosotros entramos en comunión con el Buen
Pastor si lo “escuchamos” y si lo “seguimos”, si el
abandonarnos en sus manos se convierte en docilidad para vivir según su querer.
Para que Jesús sea verdaderamente nuestro Pastor tenemos que dejarlo que nos
guíe, que nos indique la dirección –el “camino recto” de que
habla el Salmo 23,3- y que este nuevo horizonte purifique todas nuestras
motivaciones y deseos, de manera que el mayor sueño de nuestra vida sea el
alcanzar la plenitud, la realización total de nuestro ser, que proviene de la
comunión eterna con Él.
El
Buen Pastor nos lleva muy dentro de Él. Una honda comunión: “Nadie las
arrebatará de mi mano” (10,29)
Las palabras de Jesús sobre el “Buen
Pastor” enfocan finamente nuestra mirada hacia el futuro. De hecho, los verbos
de Jesús Pastor, en los vv.27-28 van progresando del presente hacia el futuro.
Jesús ya había dicho: “Yo he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Ahora
Jesús muestra la contundencia de dicha afirmación: “Nadie las arrebatará
de mi mano...” (10,29). Con esto Jesús nos asegura lo que
ningún ser humano, ni siquiera con todo el cariño que nos tenga ni con todos
los cuidados que nos prodigue, podría prometernos: (1) la vida eterna, (2) la
defensa de todo mal y (3) la comunión indestructible.
(1) Primera promesa: el don de
una vida para siempre
Para que podamos ayudarnos entre
nosotros la condición es que estemos vivos; de hecho, cuando el ser amado muere
ya no se puede hacer nada por él. La relación con Jesús es diferente: para Él
no existe ese límite cruel de la muerte que nos deja impotentes para darle la
mano a quien amamos. ¿Podrá haber algo mayor que esto? Los cuidados
de Jesús Pastor rompen la barrera del tiempo: la finalidad última, el punto
culminante de su ser Pastor por nosotros es darnos “vida eterna”.
(2) Segunda promesa: un
amor que resguarda al amado de todo peligro
Esto vale también para nuestra
relación con Él en el presente. Ya, desde ahora, nuestra vida está en manos
seguras y su protección es más fuerte que todas las fuerzas del mal que traen
la ruina y la destrucción. Si Jesús nos protege, no podemos perdernos, nada
puede vencer su mano protectora extendida sobre nosotros. Y hay todavía más:
todos los signos de su amor en el presente son una degustación primera de todo
lo que quiere hacer por nosotros sin fin, en la vida sumergida definitivamente
con Él en la eternidad.
Así entendemos su respuesta a la
pregunta inicial sobre si Jesús es “el Cristo”. ¡Por supuesto que sí y de qué
manera! Su vida entera está en función de la nuestra. Jesús no es
cualquier persona y por eso no nos puede ser indiferente. Jesús juega un papel
decisivo para el sentido de nuestra vida y para el logro de nuestra realización
personal.
Jesús no es un personaje frío o
indiferente, sino uno que nos busca, nos conoce, nos ama apasionadamente y hace
por nosotros lo que ningún otro podría hacer. Pero eso sí, tenemos que
purificar nuestro concepto de Él: Jesús no es un Mesías de bienes terrenos -si
bien su providencia nunca falta-, ni tampoco un Mesías de esplendor y poder
–aunque su gloria es infinita-, Jesús es el Pastor que nos invita a vivir una
relación intensa, profunda y estable con Él.
(3)La comunión indestructible. En ella
se detienen los versículos 29 y 30.
Detrás de todo está Dios Padre: “Nadie
puede arrebatar nada de la mano del Padre” (10,29)
Jesús nunca se presenta como una
persona solitaria, al contrario: se muestra siempre como una persona amada que
es capaz de amar; Jesús siempre está generando y animando relaciones. Si
miramos con atención el evangelio notaremos enseguida que Jesús aparece
continuamente inquieto por hablarnos de su relación con el Padre y por
demostrarnos todo el “hacer” eficiente, salvífico y vivificante que proviene de
esta relación. El amor fundante entre el Padre y el Hijo se concreta en obras
vivificantes por la humanidad.
Pues bien, la comunión de Jesús con
sus discípulos se deriva de la relación primera de Jesús Padre y está
resguardada –en última instancia- por el poder del Padre. Examinando
los vv.29-30, vemos que allí Jesús dice:
(1) El Padre “me los
ha dado” (esta es una forma concreta del amor del Padre por Él: todo
discípulo está involucrado en el amor del Padre por Jesús)
(2) El Padre es “más
grande que todos”
(3) Lo que está en manos
del Padre está seguro: “nadie puede arrebatar nada”
(4) El Padre y Jesús son “uno”
En estas frases se describe el vínculo de
amor más fuerte y sólido que jamás podrá existir. Nadie es más poderoso que
Dios Padre y Jesús Pastor está sostenido por el poder y el amor de este Padre
con quien es “uno”: “Yo y el Padre somos uno” (10,30).
Jesús y Dios Padre son “uno”
en sus intenciones y en su acción. Por lo tanto el amor de Jesús y sus
discípulos está sustentado por esta indestructible unidad. Jesús le anuncia
esta Buena Nueva a sus discípulos con el símbolo muy diciente de la “mano”
que acoge, sostiene y protege. Así es la mano potente y tierna del
Padre Creador. Nuestra amistad con Jesús se beneficia del amor poderoso de
Jesús con el Padre. De esta forma el pastoreo de Jesús tiene garantía: podemos
confiar en Él porque bajo su dirección lograremos la meta de nuestra vida. El
futuro de nuestra vida no es distinto del futuro de nuestro amor.
Pero esto no sólo vale para nuestra
relación con Jesús. Todo discípulo del Señor aprenderá a ser pastor
de sus hermanos, prolongando esta identificación de amor y de obra que
caracteriza la relación del Padre con Jesús y de Jesús con los suyos. Estamos
llamados, en todas nuestras relaciones, a inspirar seguridad y confianza. De
esta forma tejeremos la anhelada comunión, la unidad (como la del Padre y el
Hijo), que colma de sentido cada segundo de nuestro tiempo, que es capaz de
vencer el mal que amenaza y acaba con las relaciones más bellas, que es capaz
–incluso- de “pastorear” el amor hasta traspasar las barreras del muerte y
prolongarlo indefinidamente en la eternidad.
En conclusión...
La voz amorosa del Pastor se siente hoy con
toda su intensidad en la fuerza de las palabras que pronuncia en el
Evangelio. Su voz quiere seducirnos profundamente y atraernos hacia
Él.
Jesús es muy claro: “Mis
ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida
eterna”. Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle
depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos,
establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.
Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.
Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.
Su voz seguirá resonando durante todo este
tiempo pascual, porque el Resucitado está ahora en medio de nosotros realizando
todo lo que su amor nos promete. Quien ama promete y cumple. Pero a diferencia
de nuestro amor y de nuestras promesas –a veces deficientes-, el de Jesús tiene
un fundamento y una garantía: su amor y su promesa ya se hicieron realidad en
su Misterio Pascual, en su muerte y resurrección por amor a nosotros. Lo que
tenemos que hacer es tratar de comprender la Cruz Pascual de Jesús, la
Cruz luminosa del Buen Pastor que dio su vida por nosotros. Es
así como nuestra esperanza ya muestra signos de realización
El Evangelio quiere impregnar en
nosotros una renovada confianza en Dios. Jesús es el Pastor Resucitado que no
deja de decirnos: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En
el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Juan 16,33).
Por tanto, protegidos por Jesús,
nuestro Buen Pastor, estamos seguros en las manos de Dios, quien está por
encima de todo.
754 "La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria
es Cristo(Jn 10, 1-10). Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios,
como él mismo anunció (cf. Is 40, 11; Ez 34, 11-31). Aunque son pastores
humanos quien es gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin
cesar las guía y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores (cf. Jn
10, 11; 1P 5, 4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11-15)".
1551 Este sacerdocio es ministerial. "Esta Función, que el Señor confió
a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio" (LG 24). Está
enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y
de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la
comunidad de la Iglesia. El sacramento del Orden comunica "un poder
sagrado", que no es otro que el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad
debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el
último y el servidor de todos (cf. Mc 10, 43-45; 1P 5, 3). "El Señor dijo
claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a él"
(S. Juan Crisóstomo, sac. 2, 4; cf. Jn 21, 15-17)
900 Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia (cf. LG 33).
900 Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia (cf. LG 33).
901 "Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo,
están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos
más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas
apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso
espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de
la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios
espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda
piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda
del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que
en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios"
(LG 34; cf. LG 10).
2033 El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce
ordinariamente en la catequesis y en la predicación, con la ayuda de las obras
de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha trasmitido de
generación en generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el
"depósito" de la moral cristiana, compuesto de un conjunto
característico de normas, de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe
en Cristo y están vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado
tradicionalmente como base, junto al Credo y el Padrenuestro, el Decálogo que
enuncia los principios de la vida moral válidos para todos los hombres.
Bendito seas, Padre, porque cuidas de tu pueblo con amor
Y por medio de Cristo lo proteges y le das vida en abundancia.
Tú ha constituido a Jesús sacerdote y pastor de la Iglesia,
Y nadie podrá arrebatarle las ovejas que tú le has encomendado.
Te damos gracias porque Cristo confió su misión pastoral
A hombres sacados del pueblo para transmitir tu palabra,
Administrar los sacramentos y presidir la comunidad de fe,
Sirviendo a sus hermanos con amor y solicitud pastoral.
Así perpetúa Jesús, el Buen Pastor, su pastoreo entre nosotros.
Pero la mies es mucha y los trabajadores son pocos.
Te pedimos, Señor, que envíes vocaciones a tu Iglesia.
Amén.
Y por medio de Cristo lo proteges y le das vida en abundancia.
Tú ha constituido a Jesús sacerdote y pastor de la Iglesia,
Y nadie podrá arrebatarle las ovejas que tú le has encomendado.
Te damos gracias porque Cristo confió su misión pastoral
A hombres sacados del pueblo para transmitir tu palabra,
Administrar los sacramentos y presidir la comunidad de fe,
Sirviendo a sus hermanos con amor y solicitud pastoral.
Así perpetúa Jesús, el Buen Pastor, su pastoreo entre nosotros.
Pero la mies es mucha y los trabajadores son pocos.
Te pedimos, Señor, que envíes vocaciones a tu Iglesia.
Amén.
En este Domingo del Buen Pastor, la Iglesia nos recomienda
que recemos, especialmente por vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa.
Pidamos por pastores que, como dice el Papa Francisco, sean pastores con olor a
oveja. Sacerdotes, religiosos en medio del pueblo, con el pueblo y por el
pueblo.
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