VATICANO,
24 Abr. 13 / 09:58 am (ACI/EWTN Noticias).- En su catequesis de la audiencia general de este
miércoles, el Papa Francisco reflexionó sobre el juicio final en Cristo y que
para estar preparados para ese momento el cristiano debe vivir profundamente el
amor.
A
continuación la catequesis completa del Santo Padre.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
En el
Credo profesamos que Jesús "de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los
vivos y a los muertos".
La historia humana comienza con la creación del
hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios y concluye con el juicio final
de Cristo.
A menudo
nos olvidamos de estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el
regreso de Cristo y en el juicio final a veces no está tan clara y sólida en el
corazón de los cristianos. Jesús durante su vida pública, a menudo ha reflexionado sobre la
realidad de su venida final.
Sobre
todo recordamos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios ha llevado al Padre
nuestra humanidad que Él asumió y quiere atraernos a todos hacia sí mismo,
llamar a todo el mundo para ser recibido en los brazos abiertos de Dios, para
que, al final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre.
Hay, sin
embargo, este "tiempo intermedio" entre la primera venida de Cristo y
la última, que es precisamente el momento que estamos viviendo. En este
contexto se coloca la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt 25,1-13). Se trata
de diez muchachas que esperan la llegada del Esposo, pero tarda y ellas se
duermen.
Ante el
repentino anuncio de que el Esposo está llegando, todas se preparan para
recibirlo, pero mientras cinco de ellas, prudentes, tienen el aceite para
alimentar sus lámparas, las otras, necias, se quedan con las lámparas apagadas,
porque no lo tienen, y mientras buscan al Esposo que llega, las vírgenes necias
encuentran cerrada la puerta que conduce a la fiesta de bodas.
Llaman
con insistencia, pero es demasiado tarde, el esposo responde: no os conozco. El
Esposo es el Señor, y el tiempo de espera de su llegada es el tiempo que Él se
nos da, con misericordia y paciencia, antes de su llegada final, tiempo de la
vigilancia; tiempo en que tenemos que mantener encendidas las lámparas de la
fe, de la esperanza y de la caridad, donde mantener abierto nuestro corazón a
la bondad, a la belleza y a la verdad; tiempo que hay que vivir de acuerdo a
Dios, porque no conocemos ni el día, ni la hora del regreso de Cristo.
Lo que se
nos pide es estar preparados para el encuentro: preparados a un encuentro, a un
hermoso encuentro, el encuentro con Jesús, que significa ser capaz de ver los
signos de su presencia, mantener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos, estar atentos para no caer
dormidos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una
vida triste, ¿eh?, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la
alegría de Jesús... ¡No se duerman!
La
segunda parábola, la de los talentos, nos hacen reflexionar sobre la relación
entre la forma en que usamos los dones recibidos de Dios y su regreso, cuando
nos pedirá cómo los hemos utilizado (cf. Mt 25,14-30). Conocemos bien la historia:
antes de salir de viaje, el dueño da a cada siervo algunos talentos para que
sean bien utilizados durante su ausencia.
Al
primero le entrega cinco, dos al segundo y uno al tercero. Durante su ausencia,
los dos primeros siervos multiplicar sus talentos - se trata de monedas
antiguas, ¿verdad? -, Mientras que el tercero prefiere enterrar su propio
talento y entregarlo intacto a su dueño. A su regreso, el dueño juzgar su
trabajo: alaba a los dos primeros, mientras que el tercero viene expulsado fuera
de la casa, porque ha mantenido oculto por temor el talento, cerrándose sobre
sí mismo.
Un
cristiano que se encierra dentro de sí mismo, que oculta todo lo que el Señor
le ha dado... es un cristiano... ¡no es un cristiano! ¡Es un cristiano que no
agradece a Dios todo lo que le ha dado!
Esto nos
dice que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción. Nosotros
somos el tiempo de la acción, tiempo para sacar provecho de los dones de Dios,
no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los otros, tiempo para
tratar siempre de hacer crecer el bien en el mundo.
Y sobre
todo hoy, en este tiempo de crisis, es importante no encerrarse en sí mismos,
enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales,
materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios,
tener cuidado de los demás.
En la
plaza, he visto que hay muchos jóvenes. ¿Es verdad esto? ¿Hay muchos jóvenes?
¿Dónde están? A ustedes, que están en el comienzo del camino de la vida,
pregunto: ¿Han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en
cómo se pueden poner al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos!
Apuesten por grandes ideales, los ideales que agrandan el corazón, aquellos
ideales de servicio que harán fructíferos sus talentos.
La vida
no se nos ha dado para que la conservemos celosamente para nosotros mismos,
sino que se nos ha dado, para que la donemos. ¡Queridos jóvenes, tengan un
corazón grande! ¡No tengan miedo de soñar cosas grandes!
Por
último, una palabra sobre el párrafo del juicio final, donde viene descrita la
segunda venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los seres humanos, vivos y
muertos (cf. Mt 25,31-46). La imagen utilizada por el evangelista es la del
pastor que separa las ovejas de las cabras.
A la
derecha se sitúan los que han actuado de acuerdo a la voluntad de Dios, que han
ayudado al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, el enfermo, el
encarcelado, el extranjero. Pienso en los muchos extranjeros que hay aquí en la
diócesis de Roma. ¿Qué hacemos con ellos? Mientras que a la izquierda están los
que no han socorrido al prójimo. Esto nos indica que seremos juzgados por Dios
en la caridad, en cómo lo hemos amado en los hermanos, especialmente los más
vulnerables y necesitados.
Por
supuesto, siempre hay que tener en cuenta que somos justificados, que somos
salvados por la gracia, por un acto de amor gratuito de Dios que siempre nos
precede. Solos no podemos hacer nada.
La fe es
ante todo un don que hemos recibido, pero para dar fruto, la gracia de Dios
siempre requiere de nuestra apertura a Él, de nuestra respuesta libre y
concreta. Cristo viene para traernos la misericordia de Dios que salva. Se nos
pide que confiemos en Él, de responder al don de su amor con una vida buena,
hecha de acciones animadas por la fe y el amor.
Queridos
hermanos y hermanas, no tengamos nunca miedo de mirar el juicio final; que ello
nos empuje en cambio a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con
misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerlo
en los pobres y en los pequeños, para que nos comprometamos con el bien y
estemos vigilantes en la oración y en el amor. Que el Señor, al final de
nuestra existencia y de la historia, pueda reconocernos como siervos buenos y
fieles. Gracias.
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