RIO DE
JANEIRO, 24 Jul. 13 / 06:06 pm (ACI).-
El Sumo Pontífice
volvió a Río de Janeiro para hablar con
drogadictos rehabilitados en el hospital San Francisco de Asís.
"No dejen que les roben la esperanza", expresó.
El Papa
Francisco visitó el Hospital San Francisco de Asís de la Providencia en Río de
Janeiro, donde se recuperan jóvenes adictos a las drogas.
En el
emotivo encuentro, el Pontífice saludó a decenas de pacientes, escuchó los
testimonios de dos de ellos y les ofreció un mensaje de esperanza.
El
marco austero en el cual tuvo lugar el acto en el Hospital de la Fraternidad de
San Francisco es coherente con el estilo que Bergoglio ha querido dar a su
papado. Pero no por ello deja de sorprender el ver al Sumo Pontífice, jefe de
Estado al fin, quizá el último "monarca absoluto" del mundo, sentado
en un "trono" de madera, donde su nombre y el de Pedro están tallados
a mano, con su "séquito" acomodado en sillas de plástico, en el
despojado patio interior de un hospital de indigentes.
Un ambiente íntimo y familiar para una ceremonia que dará la vuelta al mundo, impactando por la hondura del mensaje.
Detrás del Papa, la estatua de San Francisco de Asís con un ave en la mano recuerda el ejemplo de vida que le inspiró su nombre al actual pontífice.
Un ambiente íntimo y familiar para una ceremonia que dará la vuelta al mundo, impactando por la hondura del mensaje.
Detrás del Papa, la estatua de San Francisco de Asís con un ave en la mano recuerda el ejemplo de vida que le inspiró su nombre al actual pontífice.
Durante
la jornada, Francisco recibió el saludo y testimonio de dos pacientes. Luego
rezó el Padrenuestro y bendecirá una placa conmemorativa porque se inauguró una
ampliación del Hospital.
El hospital San Francisco de Asís recibe a personas con adicciones, en especial jóvenes, y dispone de 500 camas para dar asistencia quirúrgica a indigentes. Es obra de un franciscano, Fray Francisco Belotti, que la dirige aún hoy. Fue creada hace 27 años, 1985, como una institución caritativa y luego se convirtió en Fraternidad de vida consagrada, con reconocimiento de la Santa Sede. Sirve a jóvenes con problemas de drogadependencia en diferentes barriadas del Brasil y también en Haití.
El hospital San Francisco de Asís recibe a personas con adicciones, en especial jóvenes, y dispone de 500 camas para dar asistencia quirúrgica a indigentes. Es obra de un franciscano, Fray Francisco Belotti, que la dirige aún hoy. Fue creada hace 27 años, 1985, como una institución caritativa y luego se convirtió en Fraternidad de vida consagrada, con reconocimiento de la Santa Sede. Sirve a jóvenes con problemas de drogadependencia en diferentes barriadas del Brasil y también en Haití.
El
Papa Francisco en Hospital San Francisco de Asís
Querido
Arzobispo de Rio de Janeiro y queridos hermanos en el episcopado; Honorables
Autoridades,
Estimados
miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia,
Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios,
Queridos jóvenes y familiares
Dios ha querido que, después del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y comodidades del mundo para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso.
Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios,
Queridos jóvenes y familiares
Dios ha querido que, después del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y comodidades del mundo para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso.
Aquel hermano
que sufría, marginado, era «mediador de la luz (...) para san Francisco de
Asís» (cf. Carta enc. Lumen fidei, 57), porque en cada hermano
y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy,
en este lugar de lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar
a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo, y pedir
que Dios colme de sentido y firme esperanza su camino, y también el mío.
Abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química. Sin embargo, lo que prevalece con frecuencia en nuestra sociedad es el egoísmo.
¡Cuántos
«mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a toda
costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra
dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad. No es la
liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes
de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de
la dependencia química.
Es
preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso, promoviendo
una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen
la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el
futuro. Todos tenemos necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de
Cristo, aprender a abrazar a aquellos que están en necesidad, para
expresar cercanía, afecto, amor.
Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».
Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes.
Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57). Quisiera repetirles a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.
Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».
Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes.
Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57). Quisiera repetirles a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.
En
el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de
un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del
camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino:
no es asunto suyo. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo
levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35).
Queridos
amigos, creo que aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola del
Buen Samaritano. Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay
desinterés, sino amor. La Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento
de Dependencia Química enseñan a inclinarse sobre quien está dificultad,
porque en él ve el rostro de Cristo, porque él es la carne de Cristo que
sufre.
Muchas
gracias a todo el personal del servicio médico y auxiliar que trabaja
aquí; su servicio es valioso, háganlo siempre con amor; es un servicio que
se hace a Cristo, presente en el prójimo: «Cada vez que lo hicieron con el
más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), nos
dice Jesús.
Y
quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a
los familiares que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es
ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto.
El Señor
está cerca de ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a él en los
momentos más duros y les dará consuelo y esperanza. Y confíen también en
el amor materno de María, su Madre. Esta mañana, en el santuario de
Aparecida, he encomendado a cada uno de ustedes a su corazón. Donde hay
una cruz que llevar, allí
está siempre ella, nuestra Madre, a nuestro lado. Los dejo en sus manos,
mientras les bendigo a todos con afecto.
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