RIO DE JANEIRO.- En su sexto día en Río de Janeiro, el papa Francisco
tuvo una agenda tan cargada como en las jornadas anteriores. Por la mañana
celebró una misa para obispos en la Catedral de San Sebastián y luego se reunió
con religiosos y políticos en el Teatro Municipal. Se espera a que por la tarde
asista a una vigilia con jóvenes en Copacabana.
El Sumo Pontífice celebró una misa en la Catedral de San
Sebastián y se reunió con religiosos y políticos.
La intensa jornada comenzó con el desplazamiento por las calles de Río hasta
la Catedral Metropolitana de la ciudad. Cientos de personas acompañaron y
saludaron al Papa en el camino.
La celebración eucarística con obispos de todo el mundo que participan de la Jornada Mundial de
Juventud (JMJ), junto a sacerdotes, religiosos y seminaristas, comenzó a
las 9, y allí el Papa pidió a "ir contra la cultura de la exclusión y del
descarte"."Un obispo, un sacerdote, un seminarista no puede ser un desmemoriado", dijo. Pidió ser memoriosos del primer llamado de Dios y recordó palabras de la Madre Teresa de Calcuta. "Hay que servir a Cristo con alegría", sostuvo.
En línea con lo que predicó esta semana, Francisco pidió ayudar a los jóvenes "a redescubrir el valor y la alegría de la fe". "¡Sean callejeros de la fe! ¡Sepamos perder tiempo con los jóvenes!", agregó. El pontífice recordó que el compromiso con los jóvenes "es ayudarlos a ser misioneros de Jesús".
RIO DE JANEIRO, 27 Jul. 13 / 09:49 am (ACI).-
Queridos hermanos en Cristo,
Con la misma parresia de Pablo y Bernabé, anunciamos
el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo, luz para el
camino, y se conviertan en constructores de un mundo más fraterno.
En este sentido, quisiera reflexionar con vosotros sobre
tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios, llamados a anunciar el
Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro.
1. Llamados por Dios. Es importante reavivar en nosotros
este hecho, que a menudo damos por descontado entre tantos compromisos
cotidianos: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí
a ustedes», dice Jesús (Jn 15,16). Es un caminar de nuevo hasta la fuente de
nuestra llamada.
Al comienzo de nuestro camino vocacional hay una
elección divina. Hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con
Jesús (cf. Mc 3,14), unidos a él de una manera tan profunda como para poder
decir con san Pablo: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20). En
realidad, este vivir en Cristo marca todo lo que somos y lo que hacemos.
Y esta «vida
en Cristo» es precisamente lo que garantiza nuestra eficacia apostólica y la
fecundidad de nuestro servicio: «Soy yo el que los elegí a ustedes, y los
destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero» (Jn 15,16).
No es la creatividad pastoral, no son los encuentros o
las planificaciones lo que aseguran los frutos, sino el ser fieles a Jesús, que
nos dice con insistencia: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes»
(Jn 15,4).
Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo,
adorarlo y abrazarlo, especialmente a través de nuestra fidelidad a la vida de
oración, en nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía y en las
personas más necesitadas.
El «permanecer» con Cristo no es aislarse, sino un
permanecer para ir al encuentro de los otros. Recuerdo algunas palabras de la
beata Madre Teresa de
Calcuta: «Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la
oportunidad de servir a Cristo en los pobres. Es en las «favelas»", en los
«cantegriles», en las «villas miseria» donde hay que ir a buscar y servir a
Cristo.
Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al
altar: con alegría» (Mother Instructions, I, p. 80). Jesús, el Buen Pastor, es
nuestro verdadero tesoro, tratemos de fijar cada vez más nuestro corazón en él
(cf. Lc 12,34).
2. Llamados a anunciar el Evangelio. Queridos Obispos y
sacerdotes, muchos de ustedes, si no todos, han venido para acompañar a los
jóvenes a la Jornada Mundial de la Juventud. También ellos han escuchado las
palabras del mandato de Jesús: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones
» (cf.Mt 28,19).
Nuestro compromiso es ayudarles a que arda en su
corazón el deseo de ser discípulos misioneros de Jesús. Ciertamente, muchos
podrían sentirse un poco asustados ante esta invitación, pensando que ser
misioneros significa necesariamente abandonar el país, la familia y los amigos.
Me acuerdo de mi sueño cuando era joven: ir de
misionero al lejano Japón. Pero Dios me mostró que mi tierra de misión estaba
mucho más cerca: mi patria. Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser
discípulos misioneros es una consecuencia de ser bautizados, es parte esencial
del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la
propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos.
No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. San
Pablo, dirigiéndose a sus cristianos, utiliza una bella expresión, que él hizo
realidad en su vida: «Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los
dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19).
Que también nosotros la hagamos realidad en nuestro
ministerio. Ayudemos a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de
la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, que ha dado a su Hijo
Jesús por nuestra salvación. Eduquémoslos a la misión, a salir, a ponerse en
marcha. Así ha hecho Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como
una gallina con sus polluelos; los envió.
No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en
nuestra comunidad, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. No es
un simple abrir la puerta para acoger, sino salir por ella para buscar y
encontrar. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando
por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia.
También ellos están invitados a la mesa del Señor.
3. Llamados a promover la cultura del encuentro. En
muchos ambientes se ha abierto paso lamentablemente una cultura de la
exclusión, una «cultura del descarte». No hay lugar para el anciano ni para el
hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre a la vera del
camino. A veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén
reguladas por dos «dogmas»: la eficiencia y el pragmatismo.
Queridos obispos, sacerdotes, religiosos y también ustedes,
seminaristas que se preparan para el ministerio, tengan el valor de ir
contracorriente. No renunciemos a este don de Dios: la única familia de sus
hijos. El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad y la fraternidad, son
los elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana.
Ser servidores de la comunión y de la cultura del encuentro.
Permítanme decir que debemos estar casi obsesionados en este sentido. No
queremos ser presuntuosos imponiendo «nuestra verdad». Lo que nos guía es la
certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado
por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla (cf. Lc 24,13-35)
Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados por Dios,
llamados a anunciar el Evangelio y a promover con valentía la cultura del
encuentro. Que la Virgen María sea nuestro modelo. En su vida ha dado el
«ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la
misión apostólica de la Iglesia
para engendrar a los hombres a una vida nueva» (Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, 65). Que ella sea la Estrella que guía con seguridad
nuestros pasos al encuentro del Señor.
Amén.
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